José Luis Larrea, economista: “Me preocupa la gestión del tiempo con los fondos; a ver si se cierra el ‘grifo’ y están sin ejecutar”

Jose Luis Larrea nos habla de su nuevo libro ‘La (nueva) era de la anomalía’ y de su encaje en la situación económica actual. Afirma que la pandemia ha mostrado un déficit de gestión y le preocupa que se repita con los fondos europeos. Recomienda rapidez en la ejecución, “no vaya a ser que vuelva pronto la austeridad”, afirma.

‘La (nueva) era de la anomalía' se publica en un momento ad hoc, porque su autor sabía que esta coyuntura se iba a producir. Unas transformaciones que vienen de tiempo atrás y que la pandemia ha acelerado. “Una época de singularidad y complejidad, que trae un cambio de paradigma de espacial a relacional y donde las personas y sus relaciones con otras personas son protagonistas, así como el aprendizaje continuo”.

José Luis Larrea, doctor en competitividad empresarial y territorial, innovación y sostenibilidad por la Universidad de Deusto, dirigió en el Gobierno vasco las carteras de Economía, Hacienda y Finanzas y fue el primer ejecutivo de compañías como Ibermática y presidente de Euskaltel, en su nacimiento y primera actividad. Larrea expone en su libro los retos y oportunidades a afrontar en el nuevo escenario económico.

A grandes rasgos, ¿cuáles son los principales mensajes que quiere lanzar con esta publicación?

El título siempre trata de ser la síntesis de lo que uno pretende transmitir. La nueva era de la anomalía y el subtítulo, la competitividad y la innovación revisitadas. Se pone de manifiesto que nos encontramos en una nueva era, una época de transformación y cambios muy profundos. Lo determinante del libro es la conciencia de un mundo en transformación que venía de hace tiempo y al que se añade una pandemia que ha acelerado todas las transformaciones. Y en ese nuevo mundo necesitamos generar nuevos modelos, nuevas maneras de ver como enfrentamos los viejos problemas. Es una nueva era de singularidad, de cosas que nos sorprenden porque cada vez el mundo es más interconectado y diverso y nos presenta el desafío de esa complejidad: como ante la diversidad somos capaces de integrar las cosas. Un doble eje: mucha diversidad, mucha complejidad pero hay que caminar juntos e integrar las cosas. Un nueva era de la anomalía, donde tenemos que acostumbrarnos a convivir con la singularidad y con cosas desconocidas.

Entonces, ¿las cosas no volverán a ser como eran antes de la pandemia? ¿Nunca se recuperará la normalidad?

El discurso actual de que vamos a volver a la normalidad no me parece adecuado, porque ante una situación de pandemia decir que vamos a volver a lo de antes, como si aquí no hubiera pasado nada, me parece realmente engañoso. No vamos a volver a lo de antes, porque lo de antes ya estaba cambiando y lo que ocurre es que con la pandemia se han puesto más de manifiesto esos cambios. ‘La nueva era de la anomalía’ intenta transmitir eso: estamos en un nuevo escenario, no van a volver a ser las cosas como antes, van a ser distintas pero no tienen porque ser peores. Y ante ese mundo en transformación necesitamos como personas, instituciones y empresas reposicionarnos, porque el modelo del que hemos venido tirando es fruto de posiciones del pasado. Tomemos conciencia de toda la singularidad con la que vamos a tener que enfrentarnos, que genera incertidumbre, inseguridad, que es compleja; pero tenemos que posicionarnos para construir un relato, imaginar un futuro común diferente. Esto no significa que hay que cortar con todo lo que hemos hecho antes, pero sí hay que ‘revisitar’ conceptos como la competitividad y la innovación.

Y esa nueva era, ¿cómo afecta al modelo de bienestar?

Llevamos décadas hablando de que el modelo de bienestar no es sostenible, que hay que ir más allá del PIB para medirlo. El debate sobre cuál es el modelo de bienestar que queremos está abierto y más ahora con la pandemia, que ha puesto de manifiesto que algunas infraestructuras han funcionado muy bien durante el confinamiento como las energéticas, comunicaciones y logística, pero nos hemos dado cuenta que las infraestructuras de sanidad y salud, que son claves en el bienestar, no estaban suficientemente preparadas. La clave de la nueva era son las personas y sus relaciones con otras personas y en esa mirada que pone en valor la persona tenemos que replantearnos el estado de bienestar: cuál es el modelo al que aspiramos, que infraestructuras para el bienestar tenemos y cómo las vamos a gestionar, todo el debate de la titularidad pública o privada de determinadas infraestructuras, etc. Pero es un bienestar poniendo en el centro a la persona. El libro recoge ese estado de época de cambio, de transformación profunda, e interpela a cada uno de nosotros y a los tipos de organizaciones que hemos puesto en marcha. Y por eso creo que tenemos que repensar y revisitar muchos de los conceptos.

Habla también en su libro de un cambio de paradigma.

Sí, y es quizás los más novedoso. Tenemos que pasar de un paradigma mental muy espacial, territorial, de silos y departamentos, muy especializado: aquí se estudia, aquí se trabaja, el lenguaje, las fronteras, las haciendas, etc. a un paradigma mucho más relacional. Son importantes las partes pero tan importantes son las relaciones que se establecen sobre las cosas. Detrás de esto hay cambios, por ejemplo en la manera de entender la economías (economía circular). Cuando se ha producido una crisis sanitaria como la actual, la manera de responder ha sido más de ese paradigma espacial: la cuarentena, el confinamiento, distancia social, etc. que es relacional. Para resolver un problema no podemos estar unos por un lado y otros por otro, necesitamos juntar expertos de diferentes materias.

¿Piensa que habría que haber gestionado esta situación de otra manera?

La pandemia ha puesto de manifiesto que teniendo medios, diferentes capacidades tecnológicas, etc. la gestión no ha sido la más adecuada. Tenemos un déficit de gestión. Los problemas de vacunación, por ejemplo, más que de falta de tecnologías es de capacidad de gestión, porque estamos abordando el tema con una mentalidad de gestión del pasado y no del futuro. Tenemos más expertos que nunca en algoritmos, matemáticos, etc. y el problema de poner las vacunas no es estrictamente sanitario, es un puro problema de logística y para eso hay expertos. Lo que nos está fallando es organizarnos y poner en valor las diferentes visiones que hay de las cosas y las diferentes posibilidades. Resulta deprimente que no seamos capaces de resolver problemas básicos de logística. Y todo el problema de la gestión entre gobierno central y CCAA se resolvería con un paradigma relacional. No sabemos gestionar bien este espacio y lo abordamos como en compartimentos estancos. Tenemos que acostumbrarnos a trabajar de otra manera, donde los protagonistas son las personas y sus relaciones con otras personas.

¿Y qué opina sobre los fondos Next Generation y su organización?

El discurso de los fondos europeos que busca la transformación está muy bien, pero a ver si asumimos de verdad un proceso de transformación y de cambio de paradigma. Hasta ahora, estamos enfrentando esa oportunidad con los mecanismos de antes, de reparto de fondos por países, por cofradías, etc., pero no se ha suscrito hasta el momento un debate sobre el modelo de bienestar. Hay debates puntuales: la transformación digital es clave, el papel de la sostenibilidad es fundamental y la transición energética, y la cohesión social. Pero el gran reto es abordar el modelo de bienestar que queremos, con la lógica interrelacional, la que es innovadora y realmente transformadora. Ahí es donde me entran las dudas. Por otra parte, está el tema de gestión del tiempo. Se abre la ventana de oportunidad a un montón de fondos para todos. Pero economías como la francesa y alemana van a ir rápido, van a correr y cuando hayan resuelto parte de sus problemas van a cerrar los fondos. Por esta razón, hay que ser muy buenos gestionando los tiempos de los fondos e imprimir rapidez. No vaya a ser que entre ponte bien y estate quieto, hayan cambiado los vientos, vuelva la austeridad y digan: teníais 140.000 millones, pero solo habéis ejecutado 40.000 millones de euros. Hay que espabilar en gestionar y esto me preocupa mucho a nivel del Estado.

Está de moda también la resiliencia, ¿ha demostrado la sociedad tener esta capacidad?

La cultura resiliente es un discurso que me pone muy nervioso como volver a la normalidad, porque parece que todo consiste en aguantar el tipo y sí, pero también prepararse para la próxima. Tú eres resiliente hoy porque antes te anticipaste y generaste las bases. Quiero una resiliencia como fruto de la anticipación, empezar a hacer cosas hoy para lo que venga. Las crisis son inevitables y en un mundo como éste de transformaciones profundas, la percepción de crisis va a ser permanente. Además estamos en un cambio de paradigma, vamos a vivir muchos años de crisis, pero las crisis lo que hacen es azuzar el intelecto y el ingenio.

¿Cómo ve la situación económica actual?

Creo que se está gestando un nuevo modelo económico, financiero y de todo tipo. La situación económica es complicada y delicada y estamos sosteniendo el tipo como dopados con deuda y el problema puede ser acostumbrarnos a ese dopaje. Me da esperanza y tranquilidad que el proceso de cambio es generalizado, pero hay que estar muy atentos para jugar un papel lo más protagonista posible en esas nuevas reglas del juego. No hay soluciones simples para problemas complejos, lo que hay son fuerzas que pones en marcha, la transformación, el compromiso con el aprendizaje, aprender y emprender, innovar, lógicas que dependen de nosotros y que tenemos que activar.

¿Y qué fortalezas destacaría de Euskadi?

Estamos relativamente bien, con fortalezas industriales, acostumbrados a trabajar y a salir de las crisis, etc., pero al mismo tiempo tenemos grandes oportunidades que aprovechar. Además, una fortaleza que ha explicado todos los aprendizajes del pasado la veo un poco débil: la capacidad de hacer cosas juntos, es decir, la mezcla de la responsabilidad individual con la colectiva. Somos el país del auzolan (trabajo vecinal, literal del euskera), del cooperativismo, con políticas industriales que nacieron de los clústeres que son instrumentos de cooperación, destacamos en colaboración público-privada, todos rasgos de un paradigma relacional. Pero en esta pandemia me está dando la impresión que estamos flojeando en esto; parece que la responsabilidad individual va por un lado, mascarillas, etc. y la colectiva por otro. Tiene que haber un equilibrio entre la responsabilidad individual y la colectiva y no estamos a la altura de la tradición. Creo que en esto como en infraestructuras sanitarias nos falta un poco de autocrítica.

En todos estos cambios hacia el nuevo paradigma relacional, ¿qué papel desempeña la Universidad, el aprendizaje en general?

El gran cambio de paradigma de lo espacial a lo relacional llevado al aprendizaje significa que los nuevos espacios de aprendizaje no serán aquí se estudia, aquí se trabaja. Los espacios serán compartidos y la universidad bajará al terreno de la empresa y la sociedad y aprenderá con ellos. La universidad tiene que reinventarse y buscar el equilibrio entre ser competente en lo que hace y hacerlo con los demás. Yo construiría un relato con la persona en el centro y pondría en valor el aprendizaje. Un país que aprende unos junto con otros, se establecen relaciones, espacios conjuntos, colaboración público-privada. Las universidades de la mano de las empresas y que éstas se involucren en los procesos de aprendizaje. Y tenemos que dar paso a la gente joven. Contamos con personas muy preparadas, que trabajan por todo el mundo en puestos de responsabilidad, pero hay que darles juego y ponerles a mandar aquí. Nosotros tuvimos muchas oportunidades y tenemos que pasar el testigo.