Tipos, MiFID, riesgo y carteras

Es una realidad innegable que nos encontramos en una coyuntura de tipos de interés y de valoración de los activos, tanto de renta fija como de renta variable, no vista anteriormente. La Gran Crisis Financiera, más la pandemia de la Covid-19, han situado los tipos de interés, en la mayoría de los bancos centrales de los países desarrollados, en sus mínimos históricos, y no parece fácil que se incrementen significativamente en bastante tiempo.

Al mismo tiempo, los programas de facilidades cuantitativas, que tras aparecer por primera vez en la crisis subprime se han reactivado el pasado 2020, con sus masivas compras de bonos, han establecido un equilibrio artificial en los tipos de interés a medio y largo plazo.

Ambas políticas, tipos bajos y compras de bonos, influyen en otras muchas variables del ecosistema financiero. Fijan el precio del dinero a corto, implícitamente descuentan una baja inflación durante mucho tiempo, crean un control de las curvas y, en definitiva, tratan de generar unas condiciones de financiación muy expansivas y baratas que apoyen las iniciativas de inversión real y eso acabe creando empleo e impulsando el crecimiento económico.

Además, y como derivada de unos tipos en cero, o incluso negativos, el efectivo ha perdido valor. El mundo está inundado de liquidez y por el efectivo que podamos tener, no sólo es que no nos paguen nada, si no que, en la mayoría de los casos, los bancos comerciales están cobrando a sus clientes institucionales por el dinero que mantienen en cuenta corriente o en depósitos a la vista. En algunos casos, estamos incluso empezando a escuchar el ‘runrún’ de que puede que se llegue a cobrar a los particulares por los saldos en cuenta que superen un determinado importe.

En este entorno, las valoraciones de la renta variable han aumentado significativamente, pues a lo largo de todo el planeta muchos inversores han empezado a comprar acciones, ya que la alternativa del efectivo o de la renta fija les resulta poco atractiva. Por lo tanto, efectivo en negativo, renta fija a Tires muy bajas e intervenidas y renta variable a valoraciones exigentes es el entorno que tienen los clientes a la hora de construir sus carteras. Desde el punto de vista del rendimiento, somos moderadamente constructivos con la evolución próxima de los mercados. La renta fija sumará poco, pero, salvo catástrofe, no debería de dar grandes sustos, mientras la renta variable, si los resultados empresariales cumplen las previsiones, nos ofrecerá rentabilidad positiva a medio plazo.

El problema es el riesgo. Como todos ustedes seguro conocen, la entrada en vigor, hace ya algunos años, de la normativa MiFID, obliga a todas las entidades financieras a realizar un perfil de riesgo (llamado por el regulador Test de Idoneidad) a sus clientes y asignarles un nivel de riesgo (Conservador, Moderado, Dinámico, etc.). Ese perfil de riesgo es de obligado cumplimiento por parte de la entidad, no pudiendo superarse so pena de ser responsable de las posibles pérdidas en las que se incurriera.

Cuando los clientes realizaron, junto a sus respectivos asesores, este test de idoneidad, las condiciones financieras eran diferentes, los tipos de interés eran superiores y la posibilidad de obtener un retorno aceptable en renta fija eran mucho más elevadas que las actuales. El riesgo percibido era claramente menor y los clientes ajustaban a la baja sus perfiles pensando que era relativamente sencillo alcanzar sus objetivos financieros.

Así pues, muchos inversores contestaban al test pensando que lo que destinaran a renta fija les iba a ofrecer un retorno razonable y poco arriesgado y que solamente se exponían con la parte de su cartera que dedicaran a acciones.

Ahora nos damos cuenta de que una gran parte de los inversores tienen unos perfiles en vigor que no responden a la realidad que estamos viviendo. ¿Qué hacemos? ¿Cambiamos la definición de cada uno de los perfiles de riesgo? Por ejemplo, modificando lo que puede hacer un inversor conservador e incrementando la parte de su cartera que puede dedicar a acciones de un máximo del 25% hasta el 40%. ¿Volvemos a realizar el test a todos los clientes, explicándoles claramente la nueva situación e insistiéndoles en que para obtener resultados positivos a medio plazo es necesario que asuman más riesgo?

Las dos soluciones tendrán sus defensores y sus detractores. Nosotros entendemos que, aunque implique un mayor esfuerzo, pues habría que reunirse con, casi, todos los clientes y lleve una carga administrativa mayor, la opción correcta es explicar a cada uno de ustedes que la situación ha variado y que por lo tanto también debería ser diferente la forma de afrontarla.

Este nuevo entorno implica que si queremos adaptarnos adecuadamente hemos de entender las nuevas reglas del juego y enfrentarnos a ellas con un enfoque innovador. Es importante, entre otras cosas, volver a analizar el plazo de nuestras inversiones. ¿Tienen fecha para ser utilizadas o son parte de nuestro patrimonio para hacer frente a necesidades futuras no determinadas? Repensar nuestras ideas actuales sobre la diversificación y la descorrelación. ¿Va a seguir funcionando igual que hasta ahora la correlación entre los diferentes activos y, en particular, entre la renta fija y la variable? Qué hacemos con la parte de no riesgo de las carteras. ¿Los hasta ahora considerados activos refugios lo van a seguir siendo o tenemos que buscar otros?

Habrá que dedicarle tiempo y esfuerzo para, junto a nuestro asesor de confianza, volver a replantearnos si nuestra cartera es la correcta y si, con la realidad en la mano, la rentabilidad esperada futura va a alcanzar para conseguir los objetivos fijados. Mal que nos pese, parece que habrá que incrementar el riesgo de las carteras para obtener el mismo rendimiento que antes. Más riesgo igual a rentabilidad, es la nueva normalidad. Eso sí, tras explicarlo bien y con el cliente bien informado.