Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto

O dejando nuestros despachos, empresas o vidas. O sí. Depende de nuestro legado. De lo que hayamos hecho. Del impacto que hayamos sido capaces de crear en la gente que nos suceda. Y decía mi madre que lo importante es que hablen de uno, aunque sea bien.

Sin duda, son los momentos en que se afrontan grandes incertidumbres, aquellos en los que más destacan, por sus efectos, en tiempo y profundidad, las consecuencias de las decisiones de nuestros empresarios, directivos y jefes. En resumen, de quienes deben dirigir nuestra economía. De nuestros líderes. Dicho calificativo -el de auténtico líder- sólo está al alcance de quien es capaz de ganarlo en su día a día comprometiendo su responsabilidad personal y profesional en todo lo que hace. Por ello resulta difícil imaginar una forma más estúpida de tomar decisiones que poniéndolas en manos de gente que no paga ningún precio por equivocarse.

Desde que nos tuvimos que quedar en casa para intentar reducir las consecuencias del Covid-19, muchos aspectos relacionados con el trabajo que se desarrolla en los despachos de abogados y en muchas empresas de servicios profesionales, han cambiado. Nuestras firmas tienen un balance muy singular: la totalidad del activo relevante está compuesto por personas. Por lo tanto, todo lo que afecta a nuestra gente, impacta en la totalidad de nuestro activo. Y no hay nada más importante que cuidar de nuestro principal activo.

Todos estamos haciendo nuestra particular digestión de lo que está pasando y de lo que “nos” está pasando. Y eso que nos está ocurriendo está afectando tanto a la parte personal no relacionada con nuestra actividad profesional, como a la profesional. En estos momentos todos estamos intentando reducir los impactos negativos de esta situación e intentando quedarnos con las cosas positivas, si es que las hay, o, al menos, con las lecciones aprendidas. Citando a Ortega y Gasset, “que no sabemos lo que nos pasa: eso es lo que nos pasa”.

Aquellos que tenemos la suerte, pero también la gran responsabilidad, de liderar organizaciones de personas, como son los despachos de abogados colectivos o las firmas de servicios profesionales, nos encontramos en un momento de gran incertidumbre. Mucha gente, esa gente que ha puesto su carrera profesional en nuestras manos, nos mira esperando ver qué hacemos, qué decimos, y buscando una referencia sobre qué deben hacer.

Llevo meses pensando, hablando, escribiendo, escuchando a y con mi gente de esto, y la única conclusión cierta es que existen un montón de variables, oportunidades y amenazas a contemplar. Tendencias y realidades que no han sido generadas en su totalidad por la situación tan especial que estamos viviendo, pues muchas de ellas ya habían comenzado a penetrar en nuestros modelos, si bien se han corregido o dinamizado en poco tiempo. En mi opinión, algunas de las principales son las que intento exponer a continuación.

El “trabajo a distancia”, ha venido para quedarse de una forma distinta a como lo practicábamos antes. Ahora bien, debemos desvincular la experiencia del confinamiento que hemos sufrido -y espero que concluido- de la realidad que supone. Hemos vivido sin libertad, sin capacidad de elegir, lo que representa todo lo contrario al “teletrabajo” que debe ser sinónimo de libertad y antítesis de cualquier imposición. Debemos evitar que su regulación, pegada a una experiencia extrema, pueda suponer un retroceso en relación con los avances logrados en el ámbito de la flexibilidad en las relaciones laborales.

Hemos virado a tecnológicos en 24 horas, y, por ello, la tecnología ha sufrido una prueba muy dura y hemos salido bastante bien. Pero no nos debemos engañar, la tecnología tiene límites y nuestras profesiones requieren para su desarrollo exitoso, al menos hoy en día, una combinación de contacto personal y remoto en aspectos como la actividad comercial, formación técnica y en valores, cultura de empresa y cohesión de los equipos.

La esencia de nuestra profesión sigue siendo atender y solucionar los asuntos que nos planteen nuestros clientes de una forma excelente. Concretamente, la aplicación del Derecho es el arte de evitar disputas y si no se consigue, resolverlas sin violencia. Al principio era con nuestro saber e intuición. Luego se añadieron los libros, ordenadores, etc. Actualmente hay un alto riesgo de que pensemos que lo vamos a hacer solo con tecnología. No intentemos ser más listos que nuestra historia, el saber humano y nuestra intuición seguirá siendo la base de nuestra profesión. Por ello, además, el objetivo principal de nuestras organizaciones seguirá siendo atraer y fidelizar el mejor talento.

No debemos obsesionarnos por hacer cosas nuevas. No se trata de cambiar nuestras organizaciones, sino de que sean mejores para todos. Hacer algo nuevo es fácil, lo difícil es hacer que valga para algo. Y, por último, no debemos perder la obsesión de la meritocracia. Es un compromiso con nuestra sociedad. No debemos confundir el desprecio del mérito con la igualdad de oportunidades. Decir que todos somos especiales es una forma de decir que nadie es especial. Como decía Michael Porter, en estrategia es más importante tener claro lo que no quieres hacer, que saber lo que quieres hacer.

Como en todas las situaciones de incertidumbre, aparecen “libre pensadores” que se atreven a pronosticar hasta el final de nuestro Mundo. Sin haber hecho una reflexión importante. Pero hacen una apuesta segura. Si aciertan, ya se encargarán de pregonarlo a los cuatro vientos para apuntalar su condición de gurú. Y si no aciertan, pues calladitos a por otra cosa. En ambos casos, nadie se acordará de ellos cuando hayan muerto. O sí.

Intentemos que de nosotros hablen, aunque sea bien, porque nuestra gente sea capaz de encontrar en nosotros el liderazgo que sólo ejercen quienes asumen la responsabilidad de sus decisiones.