Bienvenida incertidumbre

Falta visibilidad a medio plazo, existe una gran volatilidad en los mercados, no es posible predecir con certeza cómo va a evolucionar la economía. Son algunas frases que se repiten constantemente desde que nos dimos cuenta de que estamos inmersos en una pandemia de dimensiones globales.

Sin embargo, nada de todo esto es nuevo, el consumo y la demanda hace tiempo que no responden a patrones fijos y predecibles. Lo que ha provocado el Covid-19 es la aceleración de algunas tendencias que estaban todavía en fase de desarrollo, o que las empresas consideraban demasiado novedosas. Sin darnos cuenta se ha acelerado la transición cultural hacia la era digital. Seguramente, el año 2020 es el primer año en el que la tecnología disponible superaba la capacidad de absorción y uso de la misma por parte de la sociedad; había como un empacho con demasiadas nuevas opciones para elegir.

Han bastado unas pocas semanas de confinamiento y aislamiento social para que se multiplique el uso de herramientas y plataformas, hasta los más escépticos han pasado por el aro, y ya hay una demanda adicional de nuevas aplicaciones y un mayor consumo de contenidos digitales. El teletrabajo era hasta anteayer un derecho de los empleados para poder conciliar la vida familiar y se repartía con cuentagotas, ahora es una fórmula bien recibida por trabajadores y empresarios. Sin este cambio de mentalidad habrían tenido que pasar algunos años para poder ver el teletrabajo al nivel que tenemos hoy en día, y todo ello sin pasar de momento la debida regulación.

Por otra parte, al sentirnos más vulnerables, estamos más abiertos a cooperar con personas que antes ni se nos habría ocurrido, hay una especie de solidaridad frente al enemigo común. Ahora, nuestros datos personales circulan con mayor fluidez en el ciberespacio, y la administración hace uso de los mismos con nuestra aquiescencia.

Todos estos cambios culturales y sociales han propiciado el uso acelerado de tecnología que ya existía, pero lo más importante, abre una nueva demanda digital, hay que dar respuesta a estas nuevas necesidades.

En definitiva; más incertidumbre, más tecnología, más datos, y más cooperación. ¿Cómo podemos combinar estos ingredientes en las empresas para poder ofrecer mejores productos y servicios a la sociedad?

Comenzando por la incertidumbre, ésta provoca que se eleve el riesgo de no acertar a la hora de elegir una determinada estrategia de negocio, y esto sería imperdonable en la mentalidad del ejecutivo medio, ya que revisados los malos resultados a posteriori, podría implicar la necesidad por parte del directivo en cuestión de “buscar otros horizontes profesionales”. Es posible, sin embargo, que los retos actuales no demanden acertar, sino “visualizar”, y después hacer todo lo posible para que la visión ocurra.

Para ello, es necesario incorporar en las organizaciones un tipo de liderazgo que, basado en datos, tenga en cuenta todas las posibles variaciones, pero sobre todo, que tenga claro a dónde hay que llegar, y esto último no abunda en el mercado laboral. Parafraseando al poeta griego Arquíloco (“El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una muy importante”), es necesario una combinación entre erizo y zorro.

En otras palabras, hace falta una combinación equilibrada de ambición y estrategia. Hay que determinar cuáles son nuestras aspiraciones empresariales, qué queremos que ocurra, en lugar de qué prevemos que va a suceder. Una vez fijada la visión, habría que hacer “backcasting”, y considerar qué nuevas habilidades y qué nuevos modelos de cooperación hay que incorporar en la estrategia. Ya no es suficiente con predecir la demanda y ajustar los recursos de forma eficiente y competitiva, lo más probable es que la demanda no sea la prevista.

Demos la bienvenida a la incertidumbre, ya que con ella también llegan nuevas oportunidades, pero a la vez, también aumentan los riesgos. Ya no se trata tanto de hacer planes estratégicos para minimizar los riesgos, sino de compartirlos y atomizarlos a lo largo de toda la cadena de valor.

Aprovechando la mayor disponibilidad tecnológica, habrá que detectar y desarrollar aquellas habilidades que ayuden a la consecución de la visión. En el mundo industrial las empresas ya se están moviendo hacia la comercialización de servicios como valor añadido al suministro de sus productos, y para ello, están invirtiendo en plataformas digitales. Además, las nuevas tecnologías ya permiten predecir los gustos del cliente, por lo que habrá que invertir en capacidades y recursos que hagan posible customizar el producto final. Las fábricas tienen que ser más ágiles y rápidas, no sólo más eficientes en costes.

Por otra parte, y relacionado con una mayor conciencia de cooperación, se podrán externalizar servicios para poder ajustar la demanda cambiante. Cada vez más, el fabricante ya no es el propietario de la tecnología, surgen nuevas empresas que son expertas en un nicho tecnológico concreto y que ofrecen productos y servicios muy especializados. Ya no es necesario comprar la maquinaria, ni tener recursos de mantenimiento, hay fórmulas de “renting”, “leasing”, o “MAAS” (máquina como un servicio). Veremos nuevas formas de cooperación, incluyendo alianzas con competidores y proveedores.

Y todo ello, hay que hacerlo de forma sostenible, la industria está obligada a contribuir de forma efectiva a la reducción de la huella de carbono, y no sólo limitarse a respetar la normativa en vigor, no podemos dejar esta responsabilidad únicamente en manos de la Administración.

En definitiva, nos asaltan nuevos retos y nuevos escenarios, pero también contamos con nuevas herramientas y nueva conciencia.