No se olviden del agua

A veces, perdemos de vista lo más esencial. Estamos viviendo una etapa de cambios asombrosos. Algunos, han llegado de forma abrupta. Otros avanzan de forma lenta, callada, casi imperceptible. Las transformaciones que estamos viviendo nos obligan a reconocer que nada puede darse por hecho.

En mayo de 2018 viajé a la preciosa Ciudad del Cabo. Y encontré allí algo asombroso, una sequía que nunca hubiera imaginado: grifos arrancados de los lavabos para inutilizarlos, cronómetro en la ducha del hotel, agua reciclada en el inodoro, gel desinfectante por todas partes en sustitución del agua... Una situación absolutamente extrema. Se habían quedado sin agua.

No me cabe la menor duda de que esta situación se va a repetir en distintas geografías. La crisis del agua es uno de los principales desafíos a los que ya se está enfrentado y se enfrentará la humanidad en los próximos años.

El consumo del agua está creciendo de forma sostenida. Esto se debe, principalmente, al aumento de la población y a los cambios en los hábitos de consumo. Por ello, dentro de dos décadas, más de 5.000 millones de personas en el mundo vivirán en zonas con estrés hídrico, es decir, en zonas con una mayor demanda que la capacidad de abastecimiento disponible.

Las crisis económicas de los últimos años no han ayudado a paliar el problema. La escasez de agua se verá incrementada por la antigüedad de las infraestructuras, que no han sido renovadas por escasez de recursos económicos. Y, por si no fuera suficientemente, la actual crisis sanitaria, no hecho más que empeorar el panorama, acelerando las diferencias entre países ricos y pobres, retrasando inversiones necesarias. La brecha se hace cada vez mayor. Es la pescadilla que se muerde la cola. Con un protagonista transparente, casi invisible: el agua.

¿Y cómo se verá afectada Euskadi? En un mundo global, en el que todo está conectado, nuestro país no es ajeno a dos importantes amenazas que ya impactan sobre a este recurso clave: la primera, es la aparición de nuevos contaminantes que amenazan significativamente al medio ambiente y a la salud. La segunda es el cambio climático, que supone ya un reto espectacular, cuyas consecuencias se van a agravar en los próximos años. Consecuencias como el ascenso del nivel del mar, del que vamos a ser testigos los que vivimos en Euskadi. El 23% de nuestros municipios están expuestos a esta amenaza. A modo ilustrativo, la maravillosa ciudad en la que vivo, Donostia, va a sufrir los efectos del cambio climático, con una elevación del nivel del mar de entre 49 y 62 cm que afectará negativamente a la red de agua por el aumento de infiltraciones de agua salada.

Además, en Euskadi se prevé una disminución de la precipitación anual del 15% en promedio, con un efecto más destacado en el sur y sudoeste. Se prevé asimismo un cambio en la distribución de estas precipitaciones, con un incremento de las precipitaciones extremas, lo que significa menos días de precipitación y mayor intensidad de lluvia en los días en los que ésta se produzca. Por tanto, se incrementarán los episodios adversos: de sequía, que afectará al abastecimiento, e inundaciones, con un importante efecto en la red de saneamiento. Además, las inundaciones provocan movimientos y deslizamientos de tierra, que afectarán tanto al saneamiento como al abastecimiento. Es decir, se producirán mayores roturas de tuberías y daños colaterales asociados.

Conviene hacer memoria y recordar que la mayor catástrofe natural reciente que ha vivido Euskadi fueron las inundaciones de agosto de 1983, que anegaron multitud de poblaciones, incluida Bilbao, con pérdidas materiales de más de 1.200 millones y decenas de vidas desaparecidas. Catorce años después, en junio de 1997 se inundaron numerosos barrios de Donostia con motivo de una tromba de agua de 230 l/m2. Gran parte de las infraestructuras de saneamiento afectadas por aquellas lluvias no han tenido mejoras en los últimos veintitrés años. Debido al envejecimiento, su situación es igual o peor, lo que afecta a su capacidad para afrontar cualquier episodio de estas características.

Teniendo en cuenta que el 81% de los municipios de Euskadi está expuesto a la amenaza de inundabilidad, parece un tema que no debe pasar desapercibido. Estamos en tiempos de cambio y de contrastes. Porque la línea, o mejor dicho, la lógica que explica un fenómeno, sirve para aclarar el opuesto. No hace falta irse muy atrás en el tiempo para recordar un episodio cercano de sequía. En septiembre de este mismo año, mientras hablábamos de que se acercaba la segunda ola del coronavirus, la sequía del Artibai hizo necesario limitar el consumo de agua en cinco municipios. Y muchos donostiarras recordarán las fuertes restricciones por sequía con incluso cortes de suministro de los años 1990 y 1991.

Parece mentira en una tierra tan verde como la nuestra. Pero la realidad es que todos los municipios vascos están expuestos a la amenaza, por el aumento imparable del riesgo de la sequía. Escribo estas líneas en un fin de semana primaveral, en pleno noviembre. Quizás nos debamos acostumbrar, ya que, a consecuencia del cambio climático, se espera un aumento de temperatura en Euskadi de entre 1,5ºC y 5ºC. Este aumento será más acusado en el sur y sudoeste, allí donde disminuirá la precipitación con mayor intensidad y aumentará la demanda para riego. Por tanto, viviremos episodios cada vez más frecuentes de estrés hídrico.

Además, aunque este 2020 haya sido anómalo, hay que tener en cuenta el efecto del turismo en municipios que doblan su número de habitantes en verano. Equilibrar oferta con demanda constituirá un reto, por lo que no se podrá desperdiciar ni una sola gota de agua. En conclusión, Euskadi, con una superficie de 7.234 km2 va a experimentar episodios de muy distinta naturaleza como son inundaciones, sequías y contaminación del agua. Estamos en tiempos de cambio, pero también en tiempos de reflexión sobre nuestro futuro. Se están definiendo los grandes proyectos transformadores de la próxima década. Es momento de no perder de vista lo esencial. No se olviden del agua.