¡Que sea la última!

La pandemia del Covid-19 nos ha traído una terrible crisis global de demanda. La rapidez de propagación del virus, fruto tanto de su capacidad de contagio como del mundo global hipercomunicado en el que vivimos, ha forzado a los Gobiernos a tomar medidas de supresión de la actividad económica cuyas consecuencias van a ser durísimas. En la fecha de este artículo el FMI ha estimado una caída del PIB mundial en 2020 del 3% en 2020.

Ante este shock, es preciso un gran estímulo fiscal y monetario audaz, rápido y coordinado. No caben soluciones individuales como en otras crisis anteriores dada la cantidad de países afectados, el elevado endeudamiento previo y el hecho de que el sistema financiero global está mucho más interrelacionado. Este punto es muy importante en un momento en el que los responsables políticos mundiales están muy influidos por el proteccionismo.

No sé si coordinadamente o coincidentemente, los gobiernos y los bancos centrales están actuando según la ortodoxia económica y lo están haciendo con rapidez. Las autoridades monetarias han incrementado sus programas de compra de activos y asegurado la liquidez de las entidades financieras para que esta fluya a la economía (la expansión de los balances de los bancos centrales en 2020 llegará a los 6 billones de dólares, la mayor expansión cuantitativa monetaria de la historia). Los estados, por su parte, han aprobado ya medidas de política fiscal por un importe de 6-8 billones de dólares (cantidades no vistas en crisis anteriores) para ayudar a las empresas y los hogares en un escenario de depresión.

¿Y España? Estamos en el epicentro del coronavirus. El Gobierno prevé en 2020 una caída del PIB del 9,2%, la tasa de paro en el 19% y el déficit público superará el 10%. España afronta un periodo de mayor dificultad si cabe que sus vecinos. Por un lado, su modelo económico es altamente dependiente de sectores especialmente afectados por esta pandemia, como turismo, hostelería y el sector servicios en general y, por otro, presentamos importantes desequilibrios previos.

En diciembre de 2019, la Comisión Europea insistió de nuevo en nuestros desequilibrios macroeconómicos por nuestro elevado nivel de deuda pública y privada, el saldo negativo en la balanza de inversiones exteriores, el alto desempleo y el débil crecimiento de la productividad. El resultado es que España será una de las economías más afectadas y está sin margen fiscal para afrontar la que muy probablemente será la peor crisis de toda su historia contemporánea.

Ante esta situación, España apelará a la solidaridad de sus socios europeos, centrando sus demandas en la emisión de Eurobonos. La emisión de bonos con la garantía de todos los países europeos, facilitaría a los más endeudados la financiación de las ingentes cantidades de fondos que se van a necesitar para combatir la pandemia y la crisis generada por ella. Los ratios de deuda sobre el PIB de estos países no aumentarían y evitarían el encarecimiento de las emisiones de su deuda nacional.

Sin embargo, la emisión de eurobonos no es sencilla ni rápida. No existen como tales hoy en día, por lo que sería preciso diseñar su estructura y habría que adaptar legislaciones tanto nacionales como europeas, lo cual es muy improbable que se pueda realizar con la agilidad necesaria. Para poner en marcha los eurobonos es imprescindible el acuerdo entre los países. Por un lado Holanda, Austria, Finlandia y Alemania entienden que la emisión de deuda mutualizada sin control del destino de los fondos, acaba siendo una transferencia pura de renta de los países que han sido austeros y ahorradores a los países que no han realizado una correcta gestión de las cuentas públicas. Italia, España, Francia y Portugal piensan que la emisión de eurobonos es una necesaria solidaridad europea ante una crisis sanitaria que afecta a toda Europa y que no tiene nada que ver con la gestión previa de la deuda.

Ambas partes se exceden en sus planteamientos. Por nuestro lado, no es justo plantear la cuestión en términos de “sin Eurobonos no hay solidaridad”. Nuestra pertenencia al Euro ya está ayudando a España, ¿acaso podríamos estar emitiendo deuda a los niveles actuales si siguiéramos con una moneda propia? y el BCE con sus programas de compras está manteniendo la rentabilidad exigida a la deuda periférica en niveles reducidos.

Se han puesto sobre la mesa variaciones de la idea inicial de los eurobonos como los coronabonos y recovery bonds, en los que el destino de los fondos obtenidos debe ser para gastos sanitarios relacionados con el Covid e inversiones para la recuperación. De esta forma, no se mutualiza la deuda existente, que es el temor de los países “austeros”.

La opción más práctica es que el MEDE emita los bonos, organismo ya en funcionamiento y ya emisor, y que sea el que preste los fondos. De nuevo, la dificultad estará en el control de la utilización de los fondos, pero aquí los “austeros” están más dispuestos a eliminar las condicionalidades de los préstamos. Europa es consciente de que el Covid 19 es una crisis que no tiene que ver con una falta de disciplina de los países mediterráneos, pero sí debemos ser conscientes de nuestra responsabilidad en la situación de vulnerabilidad previa a su llegada.

En los meses anteriores a esta crisis, el debate público no estaba en cómo corregir nuestros desequilibrios, sino en medidas que implicaban un importante aumento del gasto público y del déficit, con el agravante de que no eran acciones encaminadas a incrementar la productividad y competitividad la economía. Por tanto, confiemos que las negociaciones consigan una ayuda que necesitamos, pero también que cuando comience la recuperación, realicemos de una vez las tan mencionadas y nunca adoptadas reformas estructurales: reducción del endeudamiento, políticas activas de empleo y productividad, favorecer un mayor tamaño de las empresas y la competencia en determinados sectores, etc..., porque otras crisis no previstas llegarán y nuestros jóvenes merecen que les lleguen con un país preparado para ello. ¡Que sea la última vez!