Consolidación o activismo en el sector bancario en tiempos de pandemia

El 2020 pasará a la historia como el año de la pandemia con las respectivas consecuencias económicas derivadas de los periodos de confinamientos así como de las medidas restrictivas implantadas por los gobiernos que han hecho tambalear los cimientos de la economía global. Sin lugar a dudas, la crisis del Covid19 ha supuesto un punto de inflexión y ha golpeado con más o menos virulencia, y de maneras más o menos directas, a diversos sectores como el de la hostelería o el turismo cuya evolución se ha mantenido al alza en los últimos años. Otros como el bancario, han visto cómo el Covid19 ha agravado una situación ya compleja por numerosas razones.

Desde hace tiempo el sector bancario de las economías desarrolladas y en especial la europea viene sufriendo el desgaste de una industria castigada por el lento crecimiento de los mercados en las que opera, su eficiencia cada vez más presionada por los bajos tipos de interés, un marco de acción muy regulado, acuciado con la entrada de nuevos competidores operando bajo normativa más laxa, y en algunos casos hasta salpicada por eventos que dañan su reputación y la confianza del mercado.

En este contexto de regulación y bajos tipos de interés que a tenor de los comentarios de la Reserva Federal Americana y del Banco Central Europeo los esperamos por al menos 2 o 3 años, no hay margen para la equivocación en la toma de decisiones, debiendo acertar para mejorar la eficiencia y lo que es más importante, proporcionar al mercado una clara línea de crecimiento sostenido. En este sentido, hemos observado cómo dichas decisiones pasan por opciones que han tenido mayor o menor éxito como la transformación digital, el acceso y el servicio al cliente, la gestión del talento, la escalabilidad y esperada eficiencia, el cambio cultural y la defensa de aquellos posibles nichos de mercado.

Ante estas decisiones, podemos encontrar entidades que recogen el favor del mercado mientras que otras luchan por explicar y apaciguar a sus accionistas haciendo pensar que se trata de un mal generalizado amparados en la protección de una industria altamente supervisada. Sin embargo, dos palancas están rompiendo esta situación acelerando la exposición del sector a las dinámicas propias del mercado. Por un lado, la apertura de los reguladores a las fusiones bancarias buscando con ello una mayor eficiencia del sector que aporte mayor estabilidad y por otra, la presión propia del mercado, no conforme con unos pobres resultados y un comportamiento de la acción cada vez más deprimido.

Por ello, observamos por un lado una cierta aceleración en la consolidación del sector bancario europeo. Vimos la integración de UBI banca por Intesa Sanpaolo en Italia; asistimos al proceso de fusión entre Caixabank y Bankia en España; seguimos los rumores en Alemania y Suiza ante los posibles planes de UBS; así como en Francia los candidatos locales para las grandes entidades del país tras el llamamiento a la consolidación del gobernador del Banco francés, y después de que BNP se hiciera hace ya una década con el banco belga, Fortis bank. Ante el escenario de que los tipos continúen bajos, y los mensajes favorables de los reguladores a la consolidación, parece que las integraciones tienen viento de cola, al menos buscando ganar la escala adecuada que les permita ganar en eficiencia y rentabilidad.

Por otro lado, observamos también una mayor presión del mercado. La fuerte depreciación de los valores bancarios está poniendo a prueba la paciencia de los inversores, surgiendo de forma exponencial el activismo como fórmula para forzar cambios que permitan desbloquear el valor escondido. Así, ya observamos campañas (con más o menos éxito) en Barclays (Reino Unido), Mediobanca (Italia), Credit Suisse (Suiza) o Commerzbank (Alemania). Si bien, aquellos expertos en la materia saben que las campañas de activismo tienen diferentes ángulos, podemos encontrar el común denominador centrado en el Consejo de administración y en concreto en sus ejecutivos (y en especial en el presidente cuando éste no es independiente), buscando con su reemplazo, forzar aquellos cambios estratégicos que permitan obtener mayor valor para el accionista.

Para evitarlo, habrá que prestar especial atención no solo a aspectos cotidianos tales como una correcta gestión del capital (buscando el equilibrio entre la solicitud de fondos a los accionistas frente a la política o incluso cancelación de dividendos), junto con el alineamiento de las políticas de remuneración con el desempeño económico y creación de valor para el accionista, para que, a través de un correcto ejercicio de supervisión, monitorización y adaptación, no alimente el malestar de los inversores y por ende despierte una actitud activista o disidente. Si no que también habrá que centrarse en la esperada recuperación pos-Covid19. La posible recuperación marcará un nuevo punto de inflexión en la paciencia de los inversores. Si bien, y dado los nuevos rebrotes el mercado parece haber asumido que no hubo ni habrá una recuperación en “V”, los inversores confían ver que la gestión de sus participadas está en las manos adecuadas, y dichos responsables, son capaces de tomar las decisiones oportunas que permitan iniciar una senda sostenible hacia la recuperación y creación de valor.

En caso de no ser capaz de responder de la forma esperada a las expectativas del mercado, podremos ver expresiones más feroces de activismo. Por tanto, hoy más que nunca, las entidades financieras y en especial sus Consejos de Administración, están llamadas a ser ejemplo de gestión y buenas prácticas.