Las cuentas públicas el orden de prioridades

Con la lamentable evolución de la pandemia y el espectáculo carnavalesco del Capitolio en EEUU, el inicio de 2021 no parece muy distinto a lo vivido durante el desastroso 2020, pero creo que todos, en mayor o menor medida, confiamos en que la situación mejore en los próximos meses. Este año es crucial para cimentar la recuperación, y las decisiones adoptadas tendrán consecuencias determinantes a medio y largo plazo. En este contexto, conviene tener claro el orden de prioridades.

En primer lugar, y como parece obvio, hay que acabar con la pandemia, es lo más importante desde un punto de vista humano y económico. Tras los infructuosos -con muy escasas excepciones- intentos de controlarla en 2020 a través de confinamientos, distanciamiento social o restricciones a la movilidad, afrontamos 2021 con las esperanzas que han generado las vacunas. Gracias a éstas, podríamos alcanzar la inmunidad de grupo. Seguir trabajando para que esto suceda lo antes posible, mediante un rápido proceso de vacunación y actuando ante posibles sorpresas negativas con la duración de la inmunidad, la virulencia de las mutaciones, o la efectividad final de las vacunas, es vital.

En segundo lugar encontramos la mitigación de daños, algo que no es nuevo, pues desde el principio de la pandemia se crearon figuras como los ERTE para proteger el empleo y se han concedido ayudas a algunos de los sectores más afectados (con diferente grado de generosidad según los países). La novedad es que, en 2021, habrá que combinar el final de estas medidas paliativas con el inicio de los programas de inversión ligados a la reconstrucción económica y la mejora del potencial de crecimiento. En Europa tenemos el Next Generation EU, que pretende movilizar 750.000 millones de euros en los próximos siete años, con especial énfasis en 2021 y 2022. Los objetivos son ambiciosos y, sin minusvalorar las dificultades de su implementación, no cabe duda de que se trata de una oportunidad excelente, sobre todo para los países que llegan a esta crisis con un déficit inversor. Es el caso de España, que venía de un recorte de más de 20.000 millones de euros anuales en la inversión pública respecto al ciclo anterior. En las dos décadas que siguieron a la incorporación a la UE, los fondos estructurales y de cohesión contribuyeron enormemente a que nuestro país subiese a la primera división mundial en infraestructuras (7º puesto en el subíndice del Global Competitiveness Report del World Economic Forum), y este nuevo plan puede significar un impulso semejante en ámbitos como la digitalización, la innovación o la economía verde.

La última de las prioridades es devolver las cuentas públicas a una senda sostenible tras los ingentes esfuerzos fiscales que ha supuesto la pandemia. En otras recesiones no existió este margen de actuación (tenemos muy reciente el ejemplo de la última crisis), si esta vez lo hay es gracias a la intensa actividad de los bancos centrales en un contexto de ausencia de presiones inflacionistas, además de a la voluntad política. En las últimas décadas se ha pasado de considerar sostenible una deuda pública del 60% del PIB (criterio de Maastricht) al 90% (del cuestionado trabajo de Reinhart y Rogoff) a que actualmente cueste dar una cifra después de tantos años de exceso de ahorro mundial y tipos de interés a la baja, pues con deudas muy superiores a las de décadas previas, la carga financiera es mucho menor (un claro ejemplo es Italia, que pagaba a principios de los 90 con niveles de endeudamiento inferiores en términos relativos al PIB, 3,5 veces más que actualmente).

En cualquier caso, salvo que creamos que la deuda pública pueda crecer hasta el infinito, será necesario volver a cierto equilibrio presupuestario en algún momento. Que sea más pronto o más tarde dependerá en buena medida de la evolución de los tipos de interés y del apetito inversor por activos de creciente riesgo y escasa cuando no nula rentabilidad. Los bancos centrales, conscientes de la fragilidad de este equilibrio, intentarán mantener los tipos de interés reales en niveles negativos. En lo que respecta al apetito inversor, el exceso de ahorro parece estructural si atendemos a la evolución demográfica, pero también sabemos que, en los volubles mercados financieros, se puede perder la confianza muy rápidamente y con riesgos asimétricos (pregunten a los tenedores de obligaciones estructuradas subprime CDO, o a los de bonos de países que monetizaron deuda pública el siglo pasado).

El retorno a la ortodoxia presupuestaria, cuando llegue, será más o menos problemático de acuerdo con factores como la intensidad de la recuperación económica o la situación previa a la pandemia. En los países donde los daños no resulten estructurales el sufrimiento será escaso, así como en aquellos que tengan un potencial de crecimiento elevado, y este es uno de los motivos por los que resulta vital invertir adecuadamente fondos como los del Next Generation EU. Si hablamos de la situación previa a la pandemia, encontraremos países con las cuentas públicas más que saneadas, como Alemania, otros en los que había un desajuste estructural aún por corregir (Italia, Francia o España) y algunos con un grave desequilibrio (superior al 5% del PIB) tras años de políticas expansivas procíclicas (léase Estados Unidos). Como es lógico, estos últimos necesitarán una reconversión de los gastos e ingresos públicos más severa, lo que restará crecimiento en el futuro, y serán más vulnerables ante posibles episodios de inestabilidad, sobre todo cuando el déficit público vaya acompañado de déficit exterior y la consiguiente necesidad de financiación extranjera.

En el caso de España, la gestión de la pandemia en 2020 no brilló ni en lo sanitario ni en lo económico. En 2021 tenemos la oportunidad de resarcirnos con una contención temprana (y definitiva) de la enfermedad y con un buen uso de los fondos europeos que nos permita incrementar un potencial de crecimiento lastrado en los últimos años por los bajos niveles relativos de capital humano y tecnológico. No será fácil, pero es nuestra responsabilidad intentarlo.