Pandemias y cambio climático, problemas de antes, ahora y mañana

Apesar de llevar viviendo pocos meses con el nuevo virus del Covid-19, no es exagerado afirmar que sus repercusiones sobre las sociedades modernas serán de largo alcance. El papel de las grandes ciudades, el ubicuo uso de los medios de transporte y el papel crucial de la sanidad (y tecnología) serán algunos de los temas más debatidos en años venideros. Sin embargo, la humanidad no es la primera vez que se encuentra en esta encrucijada – aunque con menos medios que nosotros, varias sociedades premodernas cambiaron radicalmente como consecuencia de las pandemias.

Kyle Harper, profesor de la Universidad de Oklahoma, revisita estas cuestiones en la perenne discusión sobre la caída del Imperio Romano en El Fatal Destino de Roma: Cambio Climático y Enfermedad en el Fin de un Imperio. El libro es un relato novedoso y provocador en el que las pandemias y el cambio climático son considerados los culpables de la caída del Imperio, y no la degradación moral, la religión, el ejército, o éste o aquel emperador, como siempre nos han contado desde pequeños. El libro se ha beneficiado de las investigaciones arqueológicas de las últimas décadas, las cuales han revelado nuevos hechos no conocidos hasta ahora.

Harper construye su arco narrativo del fin del Imperio sobre tres grandes plagas. La primera, la Plaga Antonina del 165dC, se cree ahora que fue producida por la viruela, gracias a la detallada sintomatología que dejó Galeno en sus escritos. Con tasas de contagio que alcanzaban el setenta por ciento y tasas de mortalidad del treinta por ciento, dejó entre siete y quince millones de víctimas a su paso- alrededor del quince por ciento de la población del Imperio-. La segunda de ellas, la Plaga Cipriana del 249, es de la que tenemos peores testimonios, y Harper piensa que pudo haber sido causada por un filovirus similar al ébola. Finalmente, la Plaga de Justiniano del 541 fue provocada por un viejo conocido europeo, ya que fue el primer gran brote de peste bubónica del que se tiene constancia. Empezó en Egipto, duró dos siglos, diezmó la población del Imperio a la mitad y acabó con el sueño de Justiniano de reunificar el Imperio, debilitando además las defensas de Constantinopla del avance musulmán décadas después.

El cambio climático fue otro factor natural decisivo en la caída del Imperio. El Imperio alcanzó su máximo esplendor durante el Óptimo Climático Romano, un período cálido, húmedo y estable en el Mediterráneo, que duró aproximadamente desde el 200 a.C. hasta el 150 d.C. Dicho período estuvo seguido por la Pequeña Edad de Hielo de la Antigüedad Tardía (450-700), provocada por una serie de erupciones volcánicas en las décadas de 530 y 540. El cambio climático no solo provocó las migraciones de los hunos y del resto de pueblos de la estepa, sino que también creó hambrunas, debilitando las defensas biológicas de los habitantes del Imperio en el momento en que estaban siendo asediados por mortíferos patógenos.

El factor cambio climático no es nuevo como vemos, pero si trascendental y que afecta a todos los ámbitos. También a nuestra industria financiera. El Proyecto de Investigación sobre Cambio Climático de CFA Institute, es un buen ejemplo de la preocupación de lo inversores sobre cómo incorporar el análisis del cambio climático en el proceso de inversión.

La importancia de los desastres naturales en la caída del Imperio se refleja en la debacle demográfica a la que fue sometido. Mientras la población de Roma alcanzaba el millón de habitantes en el siglo I (hito que no volvería alcanzar Londres hasta el 1.800) y un siglo más tarde la población del Imperio alcanzó su pico con setenta y cinco millones de habitantes (un cuarto de toda la población mundial), en el siglo VII había caído a la mitad, mientras que la Roma de Gregorio Magno solo daba cobijo a unas veinte mil almas.

Las pandemias no fueron el único contacto del Imperio con las enfermedades, ni mucho menos. Olvidamos fácilmente que las condiciones sanitarias de la Antigüedad eran pésimas. Las ciudades eran insalubres, llenas de ratas, las alcantarillas ineficientes, el lavado de manos infrecuente, no se conocía la teoría de los gérmenes, los alimentos se ingerían contaminados y las diarreas y otras enfermedades menores eran la primera causa de muerte en el Imperio. La baja estatura de los romanos, de 1,65 metros, era consecuencia de los pésimos niveles sanitarios. La esperanza media de vida al nacer era de unos veinticinco años.

El relato de Harper ayuda a enmarcar nuestros desafíos actuales en perspectiva histórica. Aunque, tal y como atestigua la caída del Imperio, las enfermedades han sido el mayor desafío para la perduración de grandes sociedades, hay motivos para el optimismo, ya que la humanidad nunca ha estado mejor preparada que hoy en día para la guerra ancestral que llevamos manteniendo contra los patógenos.