Comercio internacional estable para sociedades más prósperas

Uno de los temas centrales en las elecciones estadounidenses está siendo la guerra comercial entre Estados Unidos y China, un tema que, por otra parte, ha sido de los pocos en los que existe cierto consenso entre demócratas y republicanos. Aunque hay varios motivos detrás del deterioro de las relaciones comerciales en los últimos años, es indudable que uno de ellos son las distorsiones que genera el comercio internacional en las condiciones económicas locales. Trump ya basó parte de su anterior campaña en revertir dichas dinámicas. Y, sin embargo, los déficits “sino-estadounidenses” no han decrecido durante su mandato, sino más bien lo contrario, manifestando que los determinantes del comercio internacional no son tan obvios como parecen.

Matthew Klein y Michael Pettis abordan estos problemas en su último libro, Trade Wars are Class Wars. Su principal argumento es que la manera tradicional de analizar el comercio internacional, y los desajustes que crea entre países, es errónea. Se argumenta normalmente que los países productivos se ven beneficiados por superávits en sus cuentas exteriores, mientras que los que no lo son acumulan déficits perpetuos.

Para Klein y Pettis, son los primeros los que fuerzan déficits en sus socios comerciales, a través de políticas destinadas a la supresión del consumo local, como políticas redistributivas hacia las clases más privilegiadas. La lucha de clases no solo genera conflictos políticos a nivel local, sino guerras comerciales a nivel internacional. Dichas desiguales distributivas han trazado un inquietante paralelismo con las de la década de 1920 -década que, al igual que ahora, finalizó con crecientes tensiones comerciales-.

China y Alemania, como países superavitarios, son los que más han inflado los desequilibrios globales. Aunque ambos presentan diferentes estrategias económicas (China sigue basando su crecimiento en una ingente cantidad de inversión, a diferencia de Alemania), ambos sustentan enormes disparidades en la distribución de la riqueza. Mientras que en China dichas desigualdades son fruto de la hegemonía del Partido Comunista y de las pocas protecciones y beneficios sociales de los trabajadores corrientes, en Alemania han sido el resultado de la protección del sector empresarial frente a la competencia de sus vecinos de Europa del Este, a través de la moderación salarial, trabajo a tiempo parcial y recortes de los beneficios sociales.

Estados Unidos presenta una casuística necesaria de explicar, ya que, a diferencia de China y Alemania, ha sido el principal consumidor del mundo en las últimas décadas, con enormes déficits en su cuenta corriente, y sin embargo ha compartido varias de las macro tendencias de estos países. Al igual que Alemania, tuvo una recuperación lenta después de la burbuja tecnológica, su distribución de la riqueza ha ido empeorando progresivamente, los recortes impositivos han sido constantes y muchas compañías han decidido deslocalizarse debido a los costes laborales. ¿Hay algo que pueda explicar el tan diferente desempeño estadounidense?

Esta recurrencia en los déficits exteriores viene principalmente explicada por el sistema internacional que surgió tras la caída de Bretton Woods. Aunque el patrón dólar-oro pasó a mejor vida, el dólar ha mantenido el estatus de moneda refugio, siendo la moneda por excelencia que eligen los países con superávits exteriores para reciclar sus ahorros. Dado que el peso de EEUU en la economía mundial ha ido disminuyendo gradualmente, cada vez le es más difícil absorber los ahorros del resto del mundo, produciendo desequilibrios internos, tales como mayores niveles de deuda (para satisfacer la demanda externa), mayores niveles de importaciones o menores niveles de ingreso – o una combinación de todos ellos. Es decir, la cuenta corriente estadounidense se ajusta hasta casar el superávit que tienen en la cuenta financiera, que les viene dado por las decisiones del resto del mundo.

Para Klein y Pettis, la solución a dichos desequilibrios es sencilla teóricamente, pero difícil de coordinar globalmente. Al igual que la propuesta de Keynes en Bretton Woods (y que nunca fructificó), proponen que el proceso de ajuste internacional sea simétrico, no solo recayendo en los países con déficits a través de mayores niveles de paro y deuda. Ello implicaría a los países con superávits mejorar su distribución de la renta para fomentar el consumo, aumentar el gasto y la inversión pública y, en el caso de China, reformar el sistema hukou para que todos los ciudadanos puedan acceder a los beneficios sociales con independencia de donde vivan. A pesar de las dificultades que supongan inicialmente dichos cambios, para Klein y Pettis los beneficios potenciales los compensan holgadamente: no solo sociedades más prósperas e igualitarias a nivel nacional, sino un comercio más estable a nivel internacional.