La inversión de ‘impacto’ vive su amanecer en España

Es lo más avanzando dentro de la sostenibilidad y se prevé que represente el 60% del total de activos financieros en 30 años. Crece por dos vías: los fondos cerrados y los de liquidez diaria.

Hoy, la inversión de impacto supone solo una gota en el océano de activos financieros globales, en el que representa el 0,2%. Pero las estimaciones indican que en un plazo de 30 años habrá superado el 60%. El primer reto con el que uno se encuentra al aproximarse a ese universo es precisamente el de conocer su verdadero tamaño. En España, el patrimonio de los fondos puros de impacto (los que invierten en empresas que no cotizan, cuya actividad ayuda a mejorar la vida de colectivos vulnerables o la situación de regiones desfavorecidas) asciende a solo 239 millones de euros, según los cálculos de SpaiNAB (el Consejo Asesor Nacional para la Inversión de Impacto). Sin embargo, el último informe de Spainsif situaba estas inversiones de las entidades españolas en 22.397 millones en 2019.

La brutal distancia entre ambas cifras se debe, en gran parte, a los diferentes enfoques con que uno se encuentra cuando pregunta a qué se denomina impacto. Tradicionalmente, este tipo de inversión ha ido de la mano del capital privado, fondos cerrados que invierten en empresas en fases iniciales. Por ejemplo, en un pequeño productor agrícola en Ecuador, o en una escuela asequible para niños de familias de bajos ingresos en India. No es que se invierta directamente en esa granja, o en esa escuela, sino en entidades financieras que están asentadas en esos países y que se dedican a ofrecer microcréditos a ese tipo de negocios.

No es filantropía, tienen que ser rentables. Según un exhaustivo estudio de Cambridge Associates y la Global Impact Investing Network (GIIN), en el periodo 2004-2019 este tipo de inversiones ofrecieron retornos del 6,96%, dato muy similar a su universo comparable dentro del MSCI World (6,92%). Conceptualmente, la inversión de impacto es lo más exigente dentro de la inversión sostenible.

El hándicap de este tipo de productos es su barrera de entrada: por su iliquidez, están reservados a inversores institucionales, o a aquellos que cuenten con, al menos, 100.000 euros. A este tipo de vehículos corresponderían esos 239 millones en España que, según las estimaciones de SpaiNAB, crecerán un 51%, hasta los 360 millones, en 2021.

La otra forma de abordar la inversión de impacto, que podríamos denominar más bien con impacto, abre un abanico mucho más amplio, ya que implica invertir en empresas que cotizan, por ejemplo de renovables, tecnología o salud. Se trata de contribuir, a través de ellas, a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas. Los ODS son 17 y entre ellos se encuentran el fin de la pobreza y del hambre, la educación de calidad, el acceso a agua limpia o la energía no contaminante. Este enfoque, que sí es accesible al minorista, es el de los fondos líquidos. Agustín Vitórica, CEO de Gawa Capital, firma pionera en este campo en España, visualiza los diversos enfoques como las capas de una cebolla: en el centro están los fondos de capital privado, y alrededor las inversiones de impacto “en su amplio espectro”.

La fiebre por la inversión sostenible en 2020 ha elevado el interés por estos productos. En la parte de productos puros (el núcleo de la cebolla), en los últimos meses hemos presenciado varios lanzamientos. Francisco García Paramés ha creado la gestora Global Social Impact Investments, especializada en fondos de impacto social. Recientemente se ha presentado el fondo Huruma, de Cofides, distribuido por CaixaBank Banca Privada, que financiará a pequeños agricultores de Latinoamérica, África y Asia, gestionado por Gawa Capital. De 2018 viene el Magallanes Impacto, que también gestiona Gawa y que invierte en deuda de pequeñas entidades que dan microcréditos a personas desfavorecidas en países en desarrollo.

En la parte de los fondos que invierten en empresas que cotizan en bolsa, los lanzamientos también se han multiplicado en 2020. Hace unos días, Banca March anunciaba su alianza con Amundi-CPR para ofrecer el Amundi CPR Banca March Impact Fund, que invertirá en compañías vinculadas a la economía circular, las renovables o la gestión del agua. En esta pata de fondos líquidos con impacto también se sitúa el Bankia Futuro Sostenible, que la entidad lanzó ya en 2017 y que, según Augusto Caro, director de Renta Variable, Mixtos y Empleo de Bankia AM, contribuye a alcanzar los ODS centrándose en cinco temáticas: agua limpia y saneamiento; alimentación y lucha contra el hambre; salud y bienestar; cambio climático; y pobreza y desigualdad. “Elegimos los objetivos más fácilmente invertibles desde ese prisma de activos líquidos”, explica. En 2019, la entidad publicó, de la mano de Portocolom (firma especializada en carteras sostenibles), el informe de impacto de este vehículo. “Seleccionamos una serie de métricas claras, analizamos la reducción de emisiones de CO2 conseguida, el gasto en I+D, los kilovatios/hora ahorrados...”

Sergio Míguez, socio fundador de Alternative Ratings, defiende que la medición que se realiza en las inversiones directas en capital privado siempre será más completa que la que pueda realizarse de una cartera de cotizadas. En su opinión, el verdadero impacto se realiza invirtiendo en activos ilíquidos: “No se trata solo de medir el ahorro en las emisiones o contabilizar a cuánta gente en riesgo de exclusión has formado, sino a cuántos de ellos has conseguido finalmente dar empleo, y es en el mundo de los activos privados donde puedes hacerlo con más plenitud”, afirma. “No excluyo la posibilidad de que a través de activos líquidos, concretamente de bonos verdes o sociales, exista una buena medición, pero todavía faltan sistemáticas de estandarización”, advierte.

El año 2020 está siendo magnífico para la inversión ASG, que recibió flujos incluso en los peores momentos del crash de marzo y, en particular, para la emisión de bonos sociales y verdes en España. Lo destaca Jorge González, director de análisis de Tressis: “Llevamos seis años gestionando carteras socialmente responsables y este año he observado una evolución muy positiva de los emisores dentro de los mercados líquidos. En renta variable sí encontrábamos fondos de impacto, pero en la parte de renta fija siempre hemos encontrado dificultades” por la limitada oferta. Eso ha cambiado este año, explica. La emisión de bonos sociales, verdes y sostenibles en España supera los 13.000 millones en 2020, un 34% más que en todo 2019, y eso que el año no ha terminado. González destaca que se trata de “emisiones bien estructuradas y definidas”, con bonos que cuentan con sus KPI (key performance indicators o medidores de desempeño) que realmente permiten hacer un seguimiento. Esta me parece la nota esperanzadora este año para el mercado líquido, en el que, además, la llegada de la taxonomía europea será de gran ayuda”, añade.

También en la parte líquida se sitúa el Échiquier Impact Europe, un producto de renta variable entre cuyas principales posiciones están Air Liquide, Kerry Group, Cellnex y Royal Philips. Al igual que el Bankia Futuro Sostenible, también nació en 2017 y emitió su primer informe de impacto en 2019. En palabras de Mathias Blandin, responsable de La Financière de L’Échiquier para Iberia, que a su vez cita a un experto en la materia, “la clave de la inversión de impacto es saber si, de no haber realizado esta inversión, el resultado hubiera sido el mismo. Eso lo resume todo. Y ahí están los límites de los fondos de activos cotizados. Nosotros estamos buscando soluciones a esta cuestión: invertimos a largo plazo, guiamos a las empresas en el seguimiento de los ODS y analizamos si realmente siguen esas pistas que les damos”. Al igual que el Bankia Futuro Sostenible, el Échiquier Impact Europe se cuela entre los poco más de 300 fondos que Morningstar sitúa como fondos de impacto “de amplio espectro”.

Integrar la sostenibilidad

“Es cierto que el impacto es el último punto de la cadena de la sostenibilidad, es el más bondadoso pero muchas veces el asset allocation es más pequeño”, señala Sergio Cabaleiro, gestor de carteras de Deutsche Bank. “Nosotros hacemos inversión en impacto y estamos lanzando muchos fondos sostenibles, pero nuestra máxima prioridad en la casa es integrar la ASG en los procesos de inversión de todos y cada uno de los vehículos”. Cabaleiro considera que “en dos, tres, cinco años, veremos que gran parte de las entidades tendrán el ASG bien implantado en el esqueleto de todos sus productos. Porque, además, existe un retorno financiero a largo plazo; no es que garantice la rentabilidad ni muchísimo menos, pero evita sustos”. Incluso las fintech están ofreciendo ya productos de impacto de amplio espectro. Finanbest lanzó el pasado mes de septiembre su Green ISR, que invierte en bonos verdes, en fondos ASG y que destina la mitad de la cartera a fondos de renta variable temáticos y de impacto. “Los clientes nos lo pedían”, explica Frédéric Dupuy, director de inversiones del gestor automatizado.

Un reciente estudio de Fidelity International demuestra que, durante los nueve primeros meses de este año, las acciones que cuentan con la máxima calificación (A) de Fidelity en materia de sostenibilidad superaron al índice MSCI AC World. “La concienciación social que han traído consigo fenómenos como el cambio climático se ha visto acelerada exponencialmente por la pandemia. El interés por la inversión de impacto y, en sentido más amplio, por los criterios ASG, se va a disparar”, afirman desde la firma.