La gestión del cambio

Es curioso cómo la crisis sanitaria y el período de confinamiento ha ordenado sigilosamente no solo nuestras prioridades personales, sino económicas. Si a comienzos de año las principales preocupaciones de los inversores se centraban en cómo se desenvolvía la guerra comercial entre China y EEUU y qué podrían traer las elecciones presidenciales americanas (entre otras) ahora, aunque obviamente estos quebraderos de cabeza no han desaparecido, sí que parecen haber pasado a segundo plano en el entorno actual.

¿Cómo desconfinamos una economía hibernada durante meses? Para que despierte lo menos dañada posible, requiere de estímulos fiscales de calado y no solo del tipo de medidas de liquidez y garantías que estamos viendo anunciadas.

Si algo diferencia esta crisis de la anterior crisis económica y de otras es, sin duda, la actuación rápida e implacable de los Bancos Centrales, con el anuncio de compras de deuda valorado en cantidades ingentes. Pero el verdadero impulso esperado viene por la aprobación de un plan Marshall a la europea (cifrado en 750.000 millones de euros) y que debería quedar aprobado en julio. Nos queda una ardua negociación por delante. Una negociación que no ha hecho nada más que empezar, y donde todavía queda muy difusa en términos de condicionalidades y contenidos. Para la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, es un plan decisivo, que es importante adoptar rápidamente y donde cualquier retraso implica el riesgo de generar efectos negativos y elevar los costes de esta crisis.

El coctel molotov de la Unión Europea para reflotar la economía pasa por flexibilizar las normas fiscales y de competencia, el diseño de préstamos de emergencia bajo unas medidas temporales, específicas y proporcionales a los efectos devastadores que se nos vienen encima. Las consecuencias económicas negativas están siendo de envergadura considerable y lo estamos observando a tiempo real. También sabemos que la dimensión del daño dependerá de lo que tardemos en contener el virus a medio y largo plazo. El BCE prevé una caída del PIB de la zona euro del 8,7% para este año. En realidad, Europa habría ya tocado fondo con un retroceso del 3,6% en el primer trimestre y del 13% en el segundo.

Donde todavía hay discrepancia es en qué ocurre en la salida, cómo de fuerte va a ser esta salida y cómo de sólido el rebote que se va a generar en la segunda mitad de 2020 y en 2021. Veremos si el ciclo tiene forma de U, V, W o del famoso logo de Nike, algo imprevisible, y más aún cuando nos enfrentamos a una crisis sanitaria apalancada en un virus con el que todavía nos estamos familiarizando. Aunque todo apunta a que, para volver a los niveles anteriores al inicio de la pandemia, en las circunstancias actuales, se requerirían al menos dos años.

Toda esta batería de medidas pendientes de concretar y definir debería servir como paliativo y alivio para digerir el shock económico. Pero como en muchas enfermedades, habrá que ver cuál es el tratamiento curativo que ayude a digerir el gran aumento de deuda global al que nos enfrentamos. Impulsar la capacidad de recaudación a nivel europeo permitirá crecer más hacia Europa, y acallará las voces de la narrativa euroescéptica. La puesta en marcha de un Plan de Recuperación sin duda traería una respuesta muy fuerte y coordinada que apoyaría el sentimiento europeo de mercado que fue bastante debilitado hace semanas. Un punto clave será evitar la fragmentación, con la que la propia crisis sanitaria ha devastado a la sociedad de la zona Sur, y evitar esas divergencias a nivel económico, especialmente a largo plazo, con la finalidad última de que el motor europeo funcione.

La elaboración del plan pasa por una mutualización entre países, que le dote de dimensión y un nuevo empuje a la verdadera integración de Europa como la Unión para la que se creó. La condicionalidad hará más viable el plan de reconstrucción, rigor y seriedad que cada país tendrá que aportar a través de un control presupuestario, de proyecto de futuro y de reformas estructurales.

Este paquete de ayudas debería traer desembolsos prudentes, pero continuados, y adecuados a las prioridades y exigencias de cada ejercicio y cada país. La efectividad de estos planes y sus inversiones sobre la productividad y la actividad económica depende de factores de demanda y de competitividad. El verdadero reto ahora pasa por apelar a la solidaridad que sirva como base de la reconstrucción y recuperación económica.

Nos enfrentamos a esta nueva normalidad y a este mundo nuevo, heredero de una globalización imperfecta y en medio de una revolución tecnológica. Se ha puesto de manifiesto la necesidad de acometer inversiones que transformen el patrón de crecimiento hacia una transición energética y hacia la digitalización, una doble revolución industrial.

Asistimos a un proceso de transición de lo analógico a lo digital acelerado abruptamente por la crisis sanitaria vivida, que ha puesto de manifiesto las bondades de las nuevas tecnologías, acrecentando las necesidades en temas de inteligencia artificial o gestión de datos. Son muchas las empresas que también impulsarán nuevos ecosistemas industriales que traigan una nueva reindustrialización europea, con la mirada puesta en el cambio climático. Se ha puesto de manifiesto la necesidad de fortalecer sistemas tan tradicionales como el sector primario y rural, vertebrador de muchas economías y sociedades, especialmente la española. Y adicionalmente se ha puesto al descubierto la debilidad de los sistemas sanitarios para hacer frente a emergencias sanitarias imprevistas, donde queda un enorme trabajo en términos de salud pública y refuerzo de los servicios medicalizados en residencias.

Esta crisis nos ha obligado literalmente a parar. A parar y plantearnos en muchos casos tanto a nivel personal como económico el camino que habíamos escogido. Nos ha puesto patas arriba, poniendo en entredicho el modelo económico elegido. La paciencia y la cautela serán sin duda los valores más preciados para las decisiones de inversión de los próximos meses, y también para sus vidas.