Verde, el color de moda en las finanzas

La llamada transición verde es la nueva tendencia en la política que se está trasladando a los mercados financieros. La crisis de la Covid-19 ha provocado que los paquetes de estímulos se estén dirigiendo hacia una recuperación verde, social y sostenible, impulsando el desarrollo de los llamados bonos ESG. Esta tipología de bonos, por sus siglas en inglés de ambiental, social y buen gobierno, se han convertido en los instrumentos más utilizados en el actual entorno, ya que la financiación obtenida por sus emisiones se destina directamente a financiar proyectos ecológicos (energías renovables, edificios eficientes energéticamente...), sociales (ayudas al empleo, igualdad de género, temas relacionados con la salud...) o sostenibles, que sería una combinación de los anteriores.

El impulso de las instituciones significa un soporte más para este activo. La UE está convirtiendo los bonos ESG en la piedra angular de su Plan de Recuperación con los 225.000 millones de euros que tiene previsto emitir. Para ponerlo en perspectiva, este importe es igual a lo emitido en estos instrumentos en todo el año 2019 y significa casi una cuarta parte de las emisiones vivas actuales.

La importancia también radica en que, a medida que vaya emitiendo, irá conformando una nueva curva verde soberana en el mercado. La UE también aprobó en 2019 un sistema de clasificación conocida como taxonomía para determinar lo que se considera sostenible -no todo vale para que un bono se pueda etiquetar como ESG- y el BCE ha sido más activo en la compra de esta tipología de bonos para sus programas de compras. Recientemente, ha anunciado que aceptará los bonos con cupones vinculados a objetivos de sostenibilidad como elegibles a partir del 2021.

Pero no solo en la zona euro con el acuerdo verde encontramos ejemplos: el próximo presidente de EEUU, Joe Biden, se ha comprometido a iniciar la senda para conseguir una energía 100% limpia para el 2050 en EEUU, o el Reino Unido con su estrategia a favor del hidrógeno.

Ya no se trata de una estrategia nicho en el universo de la renta fija: el auge de los bonos ESG se puede ver en los flujos que reciben por parte de los inversores. En el mercado primario los bonos con la etiqueta verde son los más demandados y hacen que los emisores puedan reducir su prima de emisión en mayor cuantía en comparación con los bonos tradicionales. Según Bloomberg, los ETF centrados en ESG han experimentado los mayores flujos de entrada durante cada uno de los meses del 2020, y hasta el mes de octubre y en relación al año anterior, la emisión de bonos sociales se ha multiplicado por 10 y la de bonos verdes ha crecido cerca de un 60%. En el mundo soberano, los países más activos están siendo Francia seguida de Alemania, mientras que España ha anunciado que emitirá su primer bono verde el año 2021. La Unión Europea, en los dos últimos meses, ha iniciado la financiación del programa de ayuda y fomento al empleo SURE (Support to mitigate Unemployment Risks in an Emergency), levantando 40.000 millones de euros en diferentes tramos entre 5 y 30 años y con gran éxito de demanda. En corporates, los sectores más destacados son el financiero, el eléctrico y el de la energía.

Que resulte una moda o se convierta en una exitosa tendencia a largo plazo dependerá en buena parte no solo de que el inversor sienta que cumple con su conciencia social, sino de la rentabilidad que se obtenga. En este sentido, el nacimiento de los nuevos bonos SDG (sustainable development goal), que cada vez son más frecuentes y vinculan la rentabilidad a los objetivos de sostenibilidad planteados, puede ser una buena línea para su futuro desarrollo.

Dos ejemplos recientes: la emisión de la farmacéutica Novartis de 1.850 millones de euros con un vencimiento a 8 años, donde se compromete a aumentar el cupón en 0,25% los tres últimos años si no cumple con el objetivo marcado de aumentar el acceso a medicamentos de pacientes con bajos ingresos para el año 2025, y la emisión de 850 millones a 11 años de la multinacional Holcim, dedicada a la producción de cemento y materiales de la construcción, que ofrecía un aumento del cupón del 0,75% si incumple sus objetivos de reducción de emisiones de CO2 en el año 2030.

Lo que sí parece es que con la cantidad de recursos que se están asignando a estas áreas, se vislumbra un futuro, podríamos decir, más ESG: la energía provendrá principalmente de energías renovables y habrá menos trabajadores en industrias peligrosas que dañan el medio ambiente. Con el auge de los coches eléctricos se necesitará más cobre y menos petróleo, a la vez que nuevas sinergias surgirán entre las industrias de autos tradicionales y las empresas tecnológicas para impulsar, por ejemplo, el vehículo autónomo.