El enemigo mortal: nuestra guerra contra los gérmenes asesinos

Desde su aparición en la provincia china de Wuhan el pasado noviembre, el virus SARS-CoV-2 (síndrome respiratorio agudo severo) se ha expandido rápidamente por todo el planeta hasta convertirse en una pandemia mundial. Aunque el alcance final en términos de vidas y en términos económicos está todavía por ver, el balance actual de daños no tiene precedentes en la historia moderna. ¿Era un fenómeno previsible o era un “cisne negro” en el sentido Talebiano de la expresión? ¿Podíamos haber estado mejor preparados?

Michael Osterholm, epidemiólogo y director del Center for Infectious Disease Research and Policy en la Univesidad de Minnesota, y Mark Olshaker, periodista, publicaron un libro en 2017 llamado Deadliest Enemy: Our War Against Killer Germs, que ha resultado ser bastante profético de la situación actual. En él, los autores explican cuál ha sido la relación de la humanidad con las epidemias históricamente, cómo se transmiten, cuáles son nuestras mejores armas, lo poco preparados que hemos “decidido” estar por falta de concienciación e inversión y, sobre todo, la alta probabilidad de recurrencia en el futuro. Siguiendo el símil Talebiano, podríamos traducir la moraleja del libro como que los brotes epidémicos son sucesos de poca frecuencia, pero altamente probables.

La epidemiología es una ciencia joven basada principalmente en la observación. Desde que Edward Jenner en 1796 observó que las campesinas inglesas que habían estado expuestas a la viruela bovina desarrollaban una cierta inmunidad a la viruela humana -cuyas tasas de mortalidad eran del 30%-, el avance de la epidemiología ha sido a través del método de prueba y error. A pesar de que la medicina ha avanzado mucho, el siglo XXI presenta desafíos adicionales contra los que nuestros antepasados no tenían que lidiar. Los más importantes son la facilidad para viajar, pudiendo extender los patógenos más fácilmente, y los aumentos de la población humana y animal, así como de los lugares en los que habitan ambos a poca distancia. Finalmente, la falta de cooperación a nivel global hace más difícil la erradicación total de ciertas enfermedades (la colaboración entre los EEUU y la URSS ayudó a la erradicación de la viruela en 1980).

Para los autores, las mayores amenazas se pueden clasificar en cuatro grupos, de mayor a menor riesgo para la humanidad. En el primero estarían la influenza y las enfermedades que están desarrollando inmunidad a los antibióticos. En el segundo, brotes de enfermedades regionales como el ébola, el zika o las variedades de coronavirus (como el SARS y el MERS). En tercer lugar, enfermedades creadas con fines terroristas o bélicos (bioterrorismo). Y, por último, enfermedades endémicas de países en desarrollo, como la malaria o la tuberculosis.

Las vacunas -cuya etimología procede de Variolae vaccinae, en honor a Jenner- son, junto con la higiene, el arma más eficaz contra las epidemias. Las vacunas, a diferencia de los medicamentos tradicionales, son difíciles de fabricar, ya que son agentes biológicos (que se cultivan generalmente en huevos de gallina) cuyo proceso completo de desarrollo dura unos seis meses. Esto, unido al hecho de que han representado una proporción cada vez menor de los ingresos de las farmacéuticas, ha desencadenado que las compañías privadas hayan dedicado menos recursos de los necesarios.

Aunque el descubrimiento de una vacuna es la mejor noticia que se puede tener en la lucha contra un patógeno
-como el descubrimiento de la vacuna contra la poliomielitis en 1954 por Jonas Salk-, para muchas enfermedades no se ha descubierto vacuna alguna todavía -como en el caso del MERS, el SARS, el sida o la malaria-, y en el caso de la influenza, la epidemia más mortal hasta la fecha, la vacuna es de las menos efectivas -en algunos años, menor al 60%-, a pesar de que el virus causante se descubrió hace la friolera de casi 90 años, en 1933.

El libro es una lectura idónea para la situación actual, no solo por lo completo que es y lo bien que están explicados los temas, sino también porque Michael es un epidemiólogo con experiencia sobre el terreno. El libro debería ser leído no solamente por los lectores de esta columna, sino por todos los gobernantes, con el fin de que a nivel global exista una concienciación sobre la mayor amenaza para el género humano, y para que la siguiente vez estemos mejor preparados contra nuestro enemigo común.