
La arquitectura en pandemia
Que placeres culpables puede haber en la arquitectura que nos lleve a escribir sin vergüenza de hacer el ridículo, el plantear a través de ella una discriminación de la que poco se habla. Había comenzado con “que nos ha dejado” el confinamiento en los espacios desde el punto de vista del grupo etario al que pertenezco. Sentí la “culpa” de llevar años encima y que el espacio no los contemplara. Pero el “que nos ha dejado” quedo relegado ya que estamos viviendo una “segunda ola”. ¿Que hemos aprendido?, si es que hemos aprendido algo, o que aprenderemos de toda esta parafernalia.
Si debiésemos haber aprendido algo, es a no hacer demasiadas definiciones en los proyectos a fin de contemplar el sociabilizar en espacios seguros. Deberíamos haber aprendido a hacer espacios que se puedan customizar fácilmente para la ocasión que nos toque vivir. Empecemos entonces por “indefinir” lo que construimos, a ventilar la arquitectura, qué en muchas ocasiones nos ha hecho sentir prisioneros del espacio. Soy un baby boomer, generación que define a las personas nacidas entre los años 1946 y 1964 (56 a 74 años). Se estima que el 15,0% de la población mundial forma parte de esta generación.
¿Como nos sentimos hoy con relación al espacio/edad/tiempo? Creo que el espíritu de la arquitectura para todos fue bien capturado por el arquitecto Ronald Mace, citado en un editorial del New York Times de 1997 que preguntaba “si no estamos diseñando para seres humanos, ¿para quién estamos diseñando? Diseñemos todas las cosas, todo el tiempo, para todos. Es a donde nos dirigimos”. La incorporación de la figura humana es una de las herramientas que se utiliza en la arquitectura ya que ayuda a descifrar la escala del trabajo y valorar su amplitud. Si bien comunica con éxito una idea aproximada de las medidas de los elementos en la imagen, también ayuda a que la arquitectura se vuelva más identificable y accesible. Las personas se relacionan mejor con el entorno construido cuando está poblado, principalmente porque el sentido humano de sociedad y comunidad es la piedra angular de nuestra civilización.
Con esto en mente, ¿sirvió para que la arquitectura contemplara la situación del espacio en situación de pandemia, o simplemente se pasó a considerar un elemento de marketing que solo relaciona a la figura humana y no al ser humano en su espacio.? En definitiva, los profesionales sólo transforman la realidad física, pero aún no han llegado a contemplar el alma humana para incorporarla a los proyectos. A modo de ejemplo, la ventilación en la arquitectura es la base para considerar salubre una vivienda o un espacio común y así ha quedado demostrado en la situación que hoy nos toca vivir.
Años de elaborar variadas y diferentes normas considerando que las mismas harían de la vivienda un lugar seguro y saludable, pero socialmente, ¿lo han contemplado? Lo físico no contempla el alma y el sentir de los seres humanos, por lo que se debería incorporar en los desarrollos inmobiliarios a psicólogos/psiquiatras/ trabajadores sociales a fin de intentar captar el sentir del alma humana cuando se proyectan viviendas y sus espacios comunes. La vivienda es la cascara de uno, la vestimenta, el abrigo, es uno, y uno no estaba vestido para la ocasión con la pandemia.
Hoy ese “abrigo” se siente una prisión muchas veces en solitario, y la soledad es mala compañía. No solo se necesitan ventilar los espacios, se necesita “ventilar” a las personas que los ocupan, que puedan interactuar presencialmente con certezas médicas y emocionales. Hay que redefinir algunas de las vulnerabilidades y desigualdades urbanas y hacer hincapié en las desigualdades etarias de las que mucho se hablan en la laboral, en la salud, pero no en el diseño de la arquitectura.
Cuando se habla de vulnerabilidad en temas de vivienda, generalmente se hace foco en las personas que viven en condiciones precarias en barrios marginales; o sea que solo contemplan la desigualdad económica; pero no contemplan la desigualdad que existe en la arquitectura para las discapacidades, para los hogares unipersonales o para las franjas etarias mayores. Quedamos relegados, atrapados, prisioneros con la pandemia.
Hay que unificar y sumar a las actuales normativas la previsión para futuros eventos, por lo que es indispensable en nombre de la evolución y la salud física y mental de las personas, el ser abiertos en todos los sentidos. Como dijera el arquitecto danés Jorn Utzon, “Es necesario tener una sana visión de la vida. Entender el concepto que significa caminar, sentarse y tumbarse cómodamente, disfrutar del sol, la sombra, el agua contra el cuerpo, la tierra y todas las sensaciones menores. Si se quiere alcanzar la armonía entre el espacio que se crea y lo que en él se va a desarrollar, la base de la arquitectura debe ser el bienestar. Resulta simple y muy razonable”.
Nuestro estilo de vida cotidiano cambia constantemente, es natural y saludable. La forma en que las personas han estado relacionándose, viajando, trabajando e interactuando con los espacios debe considerar también el espacio/tiempo, y la arquitectura no se ha hecho eco de ese cambio.
Ya no es el espacio/tiempo del siglo XX, estamos en el siglo XXI y debemos ser más imaginativamente drásticos en los cambios a proyectar en la arquitectura. El espacio tiempo debe acercarse más a lo que consideró Einstein en su teoría de la relatividad que a lo que guio el siglo XX Sigfried Giedion en sus publicaciones.
Las condiciones o condicionantes de la vida actual, hacen repensar las ciudades, el urbanismo en función de los individuos a fin de que la arquitectura se adapte al futuro de esta nueva normalidad. Hoy día cuanto más grande es la ciudad, más pequeño es el espacio. Quizás la industrialización de las viviendas sea una vía para poder llegar a viviendas adaptables a diferentes situaciones. No hay que estancarse en las ideas, sino seguir desarrollándolas.