El turismo de masas expulsa a la gente de las ciudades

La sostenibilidad del turismo va más lejos de lo medioambiental y pasa por conseguir que la llegada de visitantes no afecte a la convivencia con los ciudadanos.

Hay ciertas imágenes que surgieron durante el confinamiento que han marcado un antes y un después y, una de ellas, es volver a ver los canales de Venecia con agua clara, peces e incluso delfines. El cierre de fronteras provocó que se restaurase la biodiversidad en una ciudad que se ha convertido en un icono del turismo de masas. Tal es el punto de masificación turística de esta ciudad italiana que hay un fenómeno que se conoce como “Síndrome de Venecia”. Esta nomenclatura surge a través de un documental alemán con dicho título en el que los habitantes de esta ciudad Patrimonio de la Humanidad salen quejándose de los estragos que deja el turismo. Así, este síndrome se produce cuando se cruza el umbral de la sostenibilidad del turismo en estos lugares idílicos y el visitante se siente “estafado” debido a los efectos que produce la masificación de personas. Antes de la pandemia, esta ciudad recibía 25 millones de turistas para una población que no para de caer: en agosto rondaba los 50.000 habitantes. Y esto está sucediendo, en menor medida, en ciudades como Madrid o Barcelona, donde el turismo ha expulsado a los habitantes del centro de la ciudad.

La Organización Mundial del Turismo (OMT), un organismo internacional vinculado a Naciones Unidas, establece tres criterios clave que pasan, por un lado, por optimizar los recursos medioambientales bajo el lema “sin ecosistema no hay turismo”. Sin la conservación de los recursos naturales y el cuidado de la biodiversidad, no puede haber turismo.

Por otro lado, hay que mantener la autenticidad de la cultura local. Este es un factor fundamental ya que, sin eso, no se puede entender cómo funciona la cultura anfitriona, con sus valores tradicionales. Al mismo tiempo también hay que conservar la arquitectura autóctona, el urbanismo y, sobre todo, que la presencia del turismo no interfiera en la vida diaria de las personas en la ciudad. Hay que hacer entender al visitante que los ciudadanos le están abriendo la puerta de su casa y que son unos invitados en el lugar. Sin el respeto hacia lo autóctono y la dinámica diaria de la ciudad, “el turismo no puede ser sostenible”, apuntan desde la OMT.

Finalmente, la tercera clave se basa en la distribución de la riqueza. El turismo no deja de ser una fuente de riqueza, pero mal gestionado, puede ser síntoma de precariedad. Garantizar actividades económicas que perduren en el tiempo y que exista un equilibrio entre la distribución de los beneficios socioeconómicos es clave. El objetivo principal del turismo sostenible es generar oportunidades de empleo estable, obtener ingresos y servicios sociales y, por ende, reducir la pobreza de las comunidades locales.

En España existen varios destinos que están entre los más sostenibles del mundo según el ranking anual de Sustainable Top 100 y ninguno es urbano. El primero es la localidad de Baiona, en Pontevedra. Un punto de encuentro entre la tierra y el atlántico donde llegó la carabela Pinta tras su travesía de vuelta de América. La arquitectura y la historia de la villa son uno de sus encantos, con el Parador de Baiona presidiendo desde lo alto de la colina. Este concello gallego se caracteriza por su oferta de turismo de naturaleza que combina mar y montaña.

Por otro lado, Torrella de Montritgrí-L’Estartit se encuentran dentro de esos 100 destinos más sostenibles del mundo. Situado en la comarca catalana de Baix Empordà, es un parque natural que se caracteriza por la conservación de la naturaleza y la adaptación del turismo para uso y disfrute sin interferir en el medio. Además, cuenta con una escuela en la que realizan proyectos y excursiones sobre el entorno.

Sin salir de Cataluña, Terres de L’Ebre o el Delta del Ebro, es un paraje natural que cambió mucho desde 2020 cuando la borrasca de gran impacto Gloria inundó la zona costera de estas tierras y cambió la apariencia de este ecosistema único en el Mediterráneo. Los habitantes de la zona siguen luchando por recuperar este entorno cargado de tradición en el que conviven agricultura y pesca.