Un ejército de modistas

A estas alturas del siglo dudo mucho que haya alguien que cuestione que debemos desarrollar un modelo de sociedad sostenible y, si lo hay, desde luego no lo hará con argumentos de peso y desde el conocimiento profundo de lo que está pasando en cuestiones de clima, biodiversidad, gestión energética, recursos y materias primas. La situación ha pasado de ser preocupante a muy preocupante y urge su reparación.

Desde hace décadas, la gran industria textil ha crecido ignorando y dando la espalda a los impactos terribles que su desarrollo ha supuesto social y medioambientalmente. Solo acontecimientos como el derrumbe del Rana Plaza, la degradación del Mar de Aral o las cada vez más habituales imágenes en prensa de sus vertidos tóxicos, han conseguido ponerla en el punto de mira y en cuestionamiento. La industria sufre una crisis de reputación sin precedentes y solo este hecho ha conseguido que se vean obligados, a regañadientes, a iniciar el camino de transformación hacia la sostenibilidad y el bajo impacto. Dicha transformación es muy compleja y requiere valentía. Hay que ir a la raíz del problema, mirarlo de frente y tener el firme propósito de acabar con él.

El problema tiene muchos nombres: sobreproducción, uso intensivo del suelo, uso intensivo de recursos, contaminación del agua, toxicidad, trabajo esclavo y emisiones. Difícil quedarse con uno solo, todos son de urgente reparación y todos se asientan en un modelo económico anclado con fuerza en nuestra estructura económica. No obstante, si tenemos el propósito de seguir habitando el planeta, ha llegado el tiempo de las soluciones y la industria textil tiene mucho trabajo por delante. Después de numerosas cumbres climáticas, números pactos ambientales, pactos de la moda, acuerdos de Kioto o de Paris ¿vamos bien? La respuesta es: No.

Katrin Muff, directora de The Institute for Business Sustainability, lo define muy bien cuando nos habla de la Gran Desconexión existente entre el propósito y el resultado, el impacto positivo de la empresa tiene que poder demostrarse con datos incuestionables. La realidad en estos momentos es que nunca acaban de alinearse objetivo y resultado y lo que se obtiene es un tremendo greenwashing. Frente al objetivo de un cuidado extremo y consciente de la Madre Naturaleza siempre prevalece su enemiga: la Cuenta de Resultados, una búsqueda sin freno de un crecimiento económico eterno al que nadie está dispuesto a renunciar. En el caso del textil ya no solo es que la fast fashion lo domine todo, sino que aun sabiendo cómo está el panorama, se sube la apuesta y se le da luz verde a la ultra fast fashion permitiendo su desarrollo. El libre mercado, amigo.

No logro imaginar cómo, quienes propician que esto pase y a los que se les supone cierta inteligencia, razonan, justifican y gestionan todo este engranaje, sin escrúpulos y a sabiendas de que permitir esto nos está conduciendo a un desastre del que ni ellos se escapan. Vivimos una enfermiza dualidad: queremos ser eco, pero no queremos renunciar a lucrarnos con la ropa. Siento decirlo, ha llegado el momento de elegir o se es una cosa o la contraria. Nuestro Planeta finito y hermoso está en peligro, pero se defenderá y en esa defensa saldrá triunfante, la Naturaleza nos pondrá en nuestro sitio y la especie humana será consciente tarde de su propia necedad.

Como ya he dicho es el momento de actuar, el momento de la inteligencia colectiva para darle la vuelta a la situación, pero no se puede ni se debe hacer parcheando el problema con medidas “maquillaje” que no conducen a una reparación real y efectiva. Hasta el momento todo lo que se ha hecho en este sentido son acciones que son necesarias, pero insuficientes: uso de renovables, materias primas orgánicas, gestión de residuos, transporte sostenible, vienen a ayudar a la reducción de impactos, pero con estas medidas lo que se pretende es cambiar algo para que nada cambie. Cambiar para que mi ritmo de producción y de negocio no se vea afectado y parezca que estoy haciendo algo. El negocionismo del que nos hablan Antonio Turiel y Juan Bordera en su libro El otoño de la civilización.

En realidad, estas medidas no acaban de enfocar con lucidez el problema, si no van encaminadas a frenar el ritmo de producción no se hace nada, nada. De ser efectivas, la desconexión entre las medidas adoptadas y el resultado no sería tan profunda y todos seríamos testigos de una clara evolución a mejor. No es así.

Tenemos ropa fabricada para estar vestidos durante décadas, no sería necesario fabricar más. Hay que ponerle freno a esta locura, alguien tiene que parar esta sobreproducción y hacerlo ya, no vale el propósito de la enmienda de aquí a equis años. Aunque asuste, la palabra decrecer tiene que adoptar en nuestro vocabulario el simbolismo de la esperanza, tenemos que enamorarnos del decrecimiento, convertirlo en nuestro aliado hacia una sociedad más cercana.

La casualidad ha querido que hace unos días coincidieran en Canarias dos encuentros alrededor del textil muy diferentes. El primero en Arona en la 1ª Convención Plamta que albergó un desfile de moda con iniciativas que no solo son sostenibles y regenerativas, sino que se dan la mano con la ecología y el medioambiente, siendo su prioridad. El segundo en Maspalomas con el encuentro entre el sector más tradicional de la moda, el más establecido que dicen querer o ya ser sostenibles. Frente a una moda que ya vive en la Sostenibilidad otra que quiere avanzar hacia ella, pero vive en el quiero y no puedo, que no se atreve a mirar con valentía y de cara a las soluciones, cuando las tiene tan cerca.

En estos momentos, en el mal llamado primer mundo estamos afanados en alimentar guerras y haciendo que salten por los aires todas las vías diplomáticas. Y mientras esto pasa, un grupo de personas, cual aldea gala, se propone resistir desde sus posiciones con aguja, hilo y botones con un ejército de modistas que impulse una vuelta a lo local, las raíces de la cultura y del vestir con alma. Son las diseñadoras de moda sostenible, las modistas que tienes más cerca y que te dan la posibilidad de reducir impactos, consumo de recursos, crear empleo local, salarios dignos y, sobre todo, la posibilidad de vestir de acuerdo a nuestra personalidad y en sintonía con nuestra conciencia.