La tendencia del ‘real food’ de la ciudad es el día a día en el rural

La vida en la ciudad es frenética. Las largas distancias, los horarios... El ritmo de vida en general provoca que la alimentación acabe pasando a un segundo plano y usemos la comida como un mero elemento de supervivencia para dejar de lado la importancia de la calidad del producto y su elaboración. Disfrutar comiendo es algo que solo está limitado a los momentos de ocio del fin de semana.

Es curioso como, cada vez más, las personas que viven en las grandes urbes demandan productos de calidad, de proximidad y que sean respetuosos y éticos con el medio ambiente. Tal es la fiebre del “comer bien”, que se ha generado un concepto lleno de márketing llamado real fooding, es decir, comer comida natural, sin procesar. Productos que prácticamente salgan de la tierra y vayan a la mesa sin colorantes, conservantes, azúcares añadidos...

Pero ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Cualquier persona que tenga pueblo o haya nacido en una zona rural ha practicado el real fooding sin saberlo. En las casas de los pueblos existen pequeñas huertas de autoabastecimiento, se hace pan artesano para comer en el día, se elaboran encurtidos, mermeladas con fruta de temporada, etc. Es muy común que los vecinos entre ellos se intercambien, por ejemplo, pimientos por huevos de gallina de corral o cebollas por patatas.

Al final, lo que en la ciudad se conoce como real fooding en el pueblo es el día a día. La sostenibilidad de la cadena alimentaria está basada, precisamente, en esto. La carne que se consume en las casas de los pueblos es la de un cerdo que se ha engordado todo el año y sustenta de proteína a la familia. En las zonas de costa, el pescado que se consume en los hogares es recién salido del mar y sin procesar, los huevos que comen en los pueblos son los denominados “de casa”.

Pero claro, el problema está en que en las ciudades no se dispone de este tipo de hábitos porque no hay tierra que sembrar para el autoconsumo y no se puede tener un corral con gallinas criadas al aire libre en una terraza del centro.

En las ciudades, si queremos disfrutar de estas ventajas del pueblo, tenemos que tener a alguien que abra un restaurante y se ocupe de adquirir el producto a un granjero o productor agrícola que trabaje con un compromiso con el territorio. Pues todo este círculo virtuoso de la comida real, sana y sin aditivos es lo que está conformando un modelo de gastronómico que nunca se tuvo que perder.

Tal es así, que incluso las grandes cadenas de comida están apostando por el producto fresco y comprometido, apostando por la proximidad y el producto local y de calidad. Porque todo esto perpetúa el territorio y lo conserva.