¿Qué retos tienen las empresas para estos últimos meses del año?

Es sin duda uno de mis temas favoritos, que en la voz de Chavela Vargas se convierte casi en un himno de sentimientos en los que la voz única de la mexicana habla de “morir por volver”. Los versos de la vuelta están sobre la mesa de las empresas, en un contexto mucho menos romántico pero no por ello menos emocional; están en juego piezas tan importantes para afrontar 2022 como el bienestar de la plantilla, pero no podemos dejar de lado ni la productividad ni los resultados, así que la ecuación no es sencilla pero debemos buscar fórmulas para encontrar nuevas soluciones que construyan un nuevo escenario.

La sensación de querer “volver” nos ha acompañado en esta desescalada inestable y poco predecible en la que añoramos y casi soñamos despiertos por recuperar lo perdido y “volver a... (abrazar, festejar, bailar, sentirnos libres)”, pero en el ámbito laboral la añoranza del contacto con los compañeros se mezcla con el deseo de incorporar lecciones que la pandemia nos ha enseñado, pero sobre todo, demostrado que son posibles y que en muchos momentos nos han hecho recuperar sentimientos que en ocasiones teníamos enterrados de lunes a viernes, de nueve a seis.

Lo que no podemos negar es que este arranque de curso se nos ha presentado con incógnitas y muchas preguntas, quizá la más repetida ha sido ¿cómo vamos a volver? Y es aquí precisamente donde las empresas tienen ocasión de diseñar una nueva realidad en la que la coherencia con las necesidades de sus empleados sea la bandera que las convierta en un agente de cambio activo. Es necesario dar un salto sobre nuestros hábitos culturales no saludables en los que el presencialismo se ha unido al inmovilismo para convertir las jornadas en invasoras de nuestra vida y la falta de flexibilidad, es uno de los principales revulsivos de la captación de talento en las necesarias generaciones venideras. Si lo vemos desde una óptica de transformación, el contexto no es más que una oportunidad con letras de neón para avanzar en unos meses lo que , de otra forma, quizá nos habría llevado una década.

Solo tenemos que pararnos a pensar en qué hacemos en nuestro trabajo para entender una realidad que a veces de diluye: todos contribuimos al bienestar empresarial, y ,por extensión al de la sociedad en su conjunto. La cultura de la salud debe ser el pilar sobre el que las organizaciones se apoyen y no tiene nada que ver con clases de yoga ni fruteros en la cocina, pero tampoco con grandes inversiones millonarias. Es tan sencillo como escuchar a sus trabajadores y contar con buenos sistemas de objetivos, rendimiento y valores para que sean rentables pero contando con su bienestar como base sobre la que desarrollar su mejor versión profesional, pero también personal. Y es que en España hasta hace cuatro días, lo personal se quedaba siempre fuera de las puertas de la oficina, pero debemos entender que no son parcelas estanco que podamos tapiar y unir a nuestro antojo.

El cuidado del bienestar de los empleados es mucho más palpable. Willis Towers Watson de hecho cuantifica el estado de vinculación en seis áreas clave de programas para el empleado: integrar la inclusión y diversidad en los valores y la cultura de la organización (implementada ya por el 66% de las compañías); incorporar la salud y el bienestar en la propuesta de valor (ya hecho por el 48% de las empresas); considerar la seguridad psicológica como parte fundamental de la misión y los objetivos de bienestar de la organización (ya activa en el 41% de las compañías); destacar historias y momentos importantes de los empleados (implementada por el 36% de las compañías); y centrar el diseño de los programas de bienestar en las personas (34%).

¿Hay esperanza entonces? Sin duda, mucha. Estamos ante un panorama que nos brinda una oportunidad de rectificar, adaptar y sobre todo, reconocernos en una nueva realidad que tiene mucho que ofrecernos y en la que el wellness corporativo debe ser el impulso que contribuya al desarrollo y a la recuperación en 2022. Y un pie de nota en este punto, hablamos de bienestar, no de felicidad; las empresas no tienen que convertirse en centros de diversión, sino en espacios de referencia donde el empleado sienta que su salud mental es un elemento más de su desarrollo profesional y de su capacidad de crecimiento.

Es cierto que los futbolines y las consolas han generado cierta confusión en el pasado, pero estamos en un momento mucho más profundo en el que debemos reubicar las prioridades y hablar de necesidades reales de los trabajadores, no de elementos de distracción o de entrenamiento que no dejan de ser abordajes que infantilizan la conquista de espacios de salud y bienestar.

Conquistemos puertos ya afianzados con herramientas como los incentivos, que siempre han estado ligados a objetivos de ventas y que ahora también tienen una nueva ventana que abrir para hablar de otras variables como el compromiso, el compañerismo, la resiliencia o cualquier soft skill que por suerte hemos ya empezado a valorar, abandonando la dictadura de las capacidades académicas.

Estos meses en los consejos de dirección quizá sobrevuele la duda de cómo llevar a cabo con éxito estas nuevas políticas tan necesarias y se barajen estrategias llenas de fases con presupuestos que aún tienen que pasar muchas aprobaciones, pero ya lo dijo Bejamin Franklin: “Pensad con sencillez y justicia, hablad como pensáis”. Lo que si trasladamos a nuestra esfera laboral, se traduce en preguntar con sinceridad dónde está el malestar y analizar si hay herramientas cotidianas -como modificar el horario de una reunión recurrente- que puedan mejorar esa situación o tener claro qué tipo de ventajas son las que de verdad ayudan a las personas que tenemos en nuestro equipo. Así aportamos mejoras reales, que producen cambios en la sociedad y la impulsa a transformarse en una versión renovada y con futuro.

Volvamos renovados, volvamos con una nueva mirada sobre el valor y las personas.