Cuarenta años no son nada: casi medio siglo del ‘techo de cristal’

Parece mentira, pero el término techo de cristal acaba de cumplir cuarenta años. Cuarenta años como los videoclubs, los disquetes o los faxes, pero a diferencia de todas estas reliquias ya extinguidas, la palabra que nos ocupa ha resistido con tozudez al paso del tiempo.

La consultora Marilyn Loden, acuñó el término por allá en 1980 e imagino que lo hizo con la esperanza de describir una situación pasajera que afectaba a las mujeres a causa de su incorporación más tardía al mundo laboral. Sin embargo, cuarenta años después, este concepto parece estar más vivo que nunca y se resiste a abandonar su cuota de protagonismo.

Mi mundo es la industria de la comunicación. Aparentemente, un lugar donde las mujeres deberíamos sentir menos la soledad de género ya que el 57% de los estudiantes de Publicidad en nuestras Universidades son mujeres. Esa abrumadora mayoría pasa por un embudo cruel de tozuda realidad y solamente un 24% de los directivos son mujeres. La cifra se estrecha dramáticamente al final del embudo y la presencia de mujeres en las direcciones generales o las presidencias de las agencias es escasa y todavía anecdótica.

Nada nuevo hasta aquí: a pesar de la aparente modernidad del sector de la comunicación no somos ajenos a la realidad cultural de nuestro país. El mundo de la publicidad no deja de ser una industria más en la que las mujeres nos topamos con alguna dificultad añadida, exactamente igual que muchas otras industrias. Si bien, hemos avanzado en la obviedad de estas dificultades (al menos ya nadie exclama abiertamente alguna de las perlas sexistas que se pueden oír en los capítulos de Mad Men) es demasiado habitual encontrarnos siendo la única mujer en una reunión a alto nivel o achacando la falta de referentes donde inspirarnos.

El techo de cristal, cuarentón y tozudo es sin duda la conciliación. Hasta ahora, no ha sido fácil combinar la imprevisibilidad de nuestra industria con algunas obligaciones culturales, la presión social y con el sentimiento de culpa de no llegar a nada. La autoexigencia, las expectativas y la necesidad de justificar nuestras elecciones vitales nos han puesto ante un falso dilema: ¿trabajo o familia? Sin duda, los puestos de responsabilidad implican una renuncia, tanto en el mundo masculino como en el femenino, pero posiblemente, las mujeres nos hemos sentido mucho más juzgadas por esas elecciones, tanto por los demás como por nosotras mismas.

Por muchas Malas Madres que nos aplaquen la conciencia, decir que no a tener hijos o decir que no a un puesto de responsabilidad precisamente por ellos, nos ha pesado mucho más a nosotras que a ellos, hemos sido mucho más cuestionadas y nos hemos cuestionado mucho más. Quizás, más que poner velas a la capacidad milagrosa del teletrabajo para solucionar el dilema, deberíamos empezar por ser más indulgentes con nosotras mismas y empezar a no dar explicaciones sobre nuestras elecciones vitales. Seguro que, de esta manera, el cristal del techo empezará a ceder.

Siguiendo con esos 40 años que no son nada, no quiero olvidarme de otros techos de cristal que también viven en la industria creativa. Hace unos días, leí en un artículo de Campaign, una de las revistas de referencia del sector de Reino Unido, que solamente un 16% de las personas que trabajan en las industrias creativas procede de la clase trabajadora. Es un dato del mercado británico, pero no me sorprendería en absoluto que en nuestro país fuera similar.

El acceso a nuestra profesión continúa siendo complejo y precario, a menudo con prácticas y trainings escasamente remunerados, alejando así a personas con mayor necesidad de generación de ingresos en sus primeros años profesionales. Condiciones cada vez más draconianas y exigentes y la pujanza de otras industrias tecnológicas con modelos económicos más boyantes hacen que nuestra industria solo sea atractiva para un tipo de personas que se puede permitir un arranque económico discreto. Otro techo difícil de romper, sin duda, y del que todavía hablamos menos. Pero está claro que, si queremos ser representativos de la realidad social y no un reducto de privilegiados, tenemos que encontrar la manera, entre todos (agencias y anunciantes) de ser mucho más inclusivos con los jóvenes que quieren llegar a nuestra industria.

Cuarenta años no son nada como para decir que, en los techos de cristal, querer es poder. Yo he tenido mucha suerte, he querido y he podido, pero muchas mujeres, jóvenes y personas con otras realidades socioeconómicas han querido y no han podido. Como industria tenemos un reto enorme en los próximos años, tanto para ser capaces de retener todo el talento femenino que se nos escapa por nuestra falta de flexibilidad como por la incapacidad de atraer a un número de gente más diversa entre los que llegan a nuestra profesión.

No es momento de lamentarnos, sino que es hora de buscar soluciones. Es hora de martillear el techo de cristal con inteligencia y desde una industria unida y mucho más dispuesta a luchar por los objetivos de todos para que la comunicación siga siendo un mundo atractivo y con el mejor talento. Si nos olvidamos de las mujeres (la mitad de la población) y de los entornos desfavorecidos... ¿qué nos queda? ¿Comunicar para hombres privilegiados?

Tradicionalmente hemos sido un gremio poco corporativo. Quizás valdría la pena que, de verdad desde las asociaciones, anunciantes y desde cada una de las agencias nos unamos de verdad para coger el martillo y cuantas más manos se unan a la causa, mejor, y de una vez por todas destrocemos ese techo de cristal incómodo.

Porque cuarenta años no son nada, pero para una palabra como esta, quizás ya van demasiados.