Tecno-optimismo o cómo resolver el problema del cambio climático

El tecno-optimismo es la creencia en que el ser humano es capaz de encontrar la solución a la mayoría de los problemas de la humanidad gracias a su ingenio y la capacidad de desarrollar nuevas tecnologías.

Lo que nos diferencia del resto de animales es que nuestra adaptación al entorno no es biológica, sino cultural. Nos amoldamos a través de la tecnología y de las ideas. Desde las herramientas más primitivas, como los cuchillos de sílice, hasta las estructuras sociales más complejas, como la democracia liberal, todas nacen como resultado de nuestro proceso de adaptación al hábitat, con el que buscamos garantizar la supervivencia de nuestra especie. Al igual que sucede con la medicina, somos capaces de encontrar ya solución y cura o mejora a la mayoría de las enfermedades que conocemos.

Desde el punto de vista físico, nuestras posibilidades de sobrevivir en un entorno hostil no parecen muy altas: no somos muy rápidos, tampoco somos muy fuertes, no tenemos dientes y uñas que nos ayuden a cazar, no aguantamos temperaturas extremas, etc. Es decir, carecemos de recursos que nos permitan descansar con la certeza de que podemos combatir la adversidad por nosotros mismos. Sin embargo, hemos conseguido poblar toda la Tierra, con climas tan extremos como el del Círculo Polar Ártico o el de la Península Arábiga. Si lo hemos hecho, ha sido gracias a nuestro cerebro. Al individual y al colectivo. Porque ha sido precisamente nuestra capacidad de unir nuestras mentes y pensamientos para solucionar problemas lo que nos ha permitido estar donde estamos, compartiendo el objetivo común de perdurar, sin sufrimiento y con comodidad.

Este trabajo conjunto con nuestros contemporáneos o construyendo sobre las ideas de nuestros antepasados, no es un viaje feliz que nos conduce desde la identificación del problema hasta su solución. Es una larga historia de un permanente ensayo y error, de una repetición de caminos equivocados y de conflictos; de resultados inicialmente modestos que acaban cambiando el mundo, etc.

Hoy hay voces en la sociedad que abogan por el decrecimiento. Una idea, basada en el miedo, que apuesta por retroceder, que intenta convencernos de que es la única vía posible para evadir al caos. Sin un análisis profundo, la postura se interpreta, de primeras, como una reacción normal y comprensible. Tiene lógica: el razonamiento que se ha impuesto es que fue el crecimiento, tanto el económico como el tecnológico, el que provocó la actual crisis climática.

¿Es, entonces, el decrecer la solución? Ir corriendo hacia los sitios sin recursos que nos permitan llegar pronto, conseguir alimento sin dientes que nos permiten obtenerlo, vivir sin climatización en países bajo cero o quizás sin ser tan extremos, seguir explorando y conquistando, por ocio y placer, los lugares más remotos del planeta, en los que las temperaturas nos alarman, sin protección.

La respuesta a esta teoría es, aunque cueste asumirlo, evidente: no es viable. Y lo que más duele, como siempre, es la verdad: la mayoría no está dispuesta a aceptar el cambio del cambio.

Cierto es que nunca se ha conseguido imponer a nivel global una solución que ha requerido ir a peor, sacrificar avances tecnológicos y renunciar al bienestar. Los pocos casos que se conocen son fruto de creencias religiosas extremas o de acontecimientos devastadores como la guerra. Pongo a Gran Bretaña en la II Guerra Mundial como ejemplo.

Teniendo en cuenta lo descrito, y tras 25 años dedicado a una empresa de soluciones de control para la climatización, dejan de preocuparme en exceso los comentarios catastrofistas sobre cómo el calentamiento global incrementará el uso del aire acondicionado y la calefacción en nuestros hogares. Quienes ejercemos en este campo llevamos décadas investigando, desarrollando y creando tecnologías cada vez más eficientes que hacen que el consumo energético decaiga de forma progresiva. Cada equipo de climatización que se pone en el mercado incorpora gases menos contaminantes, de menor impacto sobre el calentamiento global. Porque nunca en la historia de la humanidad se ha climatizado una casa con menos energía y de la manera más ecológica. Y tampoco pensamos parar aquí. Por eso creo que la verdadera solución a la crisis energética y medio ambiental no pasa por prohibiciones, sino por la inclusión de nuevas opciones tecnológicas y la mejora de las existentes.

Al legislador y la Administración Pública les corresponde influir para que se usen las tecnologías más eficientes y crear mecanismos de impulso y cumplimiento. Porque la tecnología no es el problema, es la solución. Es, quizás, el tecno-optimismo la idea más realista. Puede que no tan popular, porque no nos pide renunciar, en un esfuerzo heroico, a nuestra cómoda vida actual. Pero es que quizás no sea necesario. Necesitamos seguir avanzando. Necesitamos seguir conquistando. Necesitamos seguir investigando para mejorar la calidad de vida y la esperanza de ese ser humano.

Sobre todo, porque en este momento hay una abundante financiación europea que nuestras administraciones públicas deberían usar para modernizarnos en este punto tan importante como es la tecnología para la eficiencia energética.

Uniendo nuestras mentes, tenemos el poder de apostar por ideas nuevas que nos ayuden a convivir con confort, sin renunciar. La tecnología avanzada es una vía para precisamente combatir el despilfarro energético sin dejar a un lado los problemas a los que nos enfrentamos. Sigamos combatiendo el frío y el calor, viajando y conquistando. Sigamos la única vía de triunfo que ha demostrado tener la humanidad: trabajar con humildad y honestidad. Apostemos por seguir creciendo, pero dentro de todas las opciones de las que disponemos, hagámoslo con las más coherentes, las sostenibles. Démosle una oportunidad al tecno-optimista, porque, aunque no suene tanto a héroe, es quizás quien aboga por la forma más viable de continuar.