
Mercado eléctrico. Siempre David contra Goliat.
Europa se encuentra en un complicado escenario energético en el que el gas se alza como protagonista. Pero, para ponernos en situación, conviene destacar que el desarrollo tecnológico impulsó el uso de éste como fuente de energía para producir electricidad debido, entre otras cosas, al descubrimiento de nuevas reservas y al ahorro de tiempo y dinero que supone construir estas centrales en comparación con otro tipo de plantas, pero ¿cuáles son los principales inconvenientes?.
Como principales efectos generales del crecimiento del uso del gas para la generación eléctrica, hay que citar la volatilidad de los precios del combustible y la dependencia energética de países que no producen gas natural, algo que se ha puesto de manifiesto con el aumento de la demanda de gas por parte de China y la invasión de Ucrania.
Además, conviene destacar también otras consecuencias específicas, derivadas no solo del auge actual de precios, sino también de los requerimientos de la presente regulación para frenarlos, que han tenido un efecto directo sobre la competencia entre los diferentes agentes del sector, produciendo una “guerra de precios”.
En este aspecto, los grupos que producen, distribuyen y comercializan electricidad, tienen la posibilidad de vender la energía que producen a su propia comercializadora. Dicha situación, alentada por una regulación que prima este comportamiento, se traduce en precios imbatibles para las operadoras independientes que tienen que acudir al mercado mayorista para comprar la energía.
Por otro lado, ésta se ve agravada por la regulación del tope al gas, que ha conducido a la mayor concentración en décadas de clientes en las verticalmente integradas, haciendo menos competitivas a las comercializadoras independientes que solo realizan actividades de comercialización.
Además, muchas comercializadoras independientes han tenido que firmar su certificado de defunción en el último año debido a que no han podido acceder al mercado de futuros por no poder asumir las garantías que debían aportar. Sin embargo, en las verticalmente integradas la generación y la comercialización actúan como vasos comunicantes compensando las pérdidas de una u otra, ya que cuando ganan mucho con la generación (precios de mercado más altos) ganan menos con la comercialización y viceversa.
En consecuencia, las comercializadoras independientes difícilmente pueden competir cuando el tope del gas otorga una ventaja a las que incluyen generación en su grupo y es que, sin pretenderlo, estamos actuando en contra de la liberalización del mercado y haciendo el mercado menos mercado. Y tanto la competitividad de las empresas como la renta disponible de los ciudadanos, son sensibles al precio de la energía, especialmente en Europa, donde la media de dependencia energética se sitúa en el 50%.
Centrándonos en España, el escenario es algo más complejo que en nuestros países vecinos y nuestra dependencia energética es muy superior, rozando el 75% de la energía primaria que consumimos.
El mecanismo ibérico del tope de gas nos ha convertido en exportadores de energía eléctrica para cubrir el 35% de la demanda lusa y el 2% de la demanda francesa. Si el objetivo es la descarbonización y la reducción de nuestra dependencia energética, quizá un “cap” superior hubiese facilitado más estos propósitos. No olvidemos que los consumidores eléctricos asumimos un recargo para compensar el mencionado tope que nos lastrará en el futuro.
En este principio de año 2023, la abundancia de recursos renovables ha desplomado el precio de la energía en el mercado diario, beneficiando a aquellos consumidores con precios indexados, especialmente a los acogidos al PVPC. Pero esto no quiere decir que tanto generadores como consumidores deban permitir que su ahorro energético dependa de la disponibilidad de recursos renovables.
No es necesario, en un mundo tan cambiante, que los contratos de suministro se cierren a diez años, pero sí que lo es que los consumidores (industriales y domésticos) entiendan que la mejor forma de proyectar su ahorro cuente con dos instrumentos esenciales: el autoconsumo y los contratos de suministro de varios años de duración.
Se generaliza el consenso sobre la necesidad de una reforma del mercado eléctrico europeo provocado por la masiva penetración de las renovables en los mix de generación, para que el precio del gas no condicione al del resto de tecnologías cuyo coste marginal es claramente inferior.
La nuclear debe despejar la incógnita sobre sus costes e internalizarlos para definir su futuro. Si los precios negativos se hacen frecuentes, como ya ocurre en varios mercados europeos en las horas de menor demanda y mayor generación renovable, será difícil la operación de centrales que necesitan funcionar 8.760 horas al año para ser rentables con un coste marginal por MWh, muy superior al de la fotovoltaica o al de la eólica.
Desde el punto de vista de la seguridad de suministro y la operación del sistema, nuclear y renovables se complementan, pero los costes son enormemente relevantes en un entorno de mercado más o menos liberalizado.
Definir unas reglas de mercado, sean las que sean, estables, duraderas en el tiempo y adecuadas al contexto energético del futuro, es una prioridad que no debe confundirse con la tentación de intervenir los mercados por parte de los gobiernos cuyos intereses son, a veces, demasiado cortoplacistas.
Tan importante como lo anterior, es el reto de poner de acuerdo a toda Europa sobre las reformas que se pongan encima de la mesa.
Encajarlas todas y sacrificar los intereses nacionales a favor de un interés superior europeo es hoy, probablemente, una quimera que se representa con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón.