El hidrógeno verde podría cambiar el orden mundial

La realidad cambiante y compleja demuestra, una vez más, lo certero que es el proverbio chino que sirvió al físico y matemático Edward Lorenz para desarrollar su teoría “el efecto mariposa”. Aquí, no es el aleteo de un insecto el que desencadena el caos energético que vivimos en Europa y no me corresponde a mí hacer valoración alguna sobre la toma de decisiones geoestratégicas, pero sí que es preciso abordar un análisis y un diagnóstico que ayude a despejar el horizonte de uno de nuestros principales activos económicos: la industria.

Si hace unos meses la preocupación de los industriales se centraba en cómo avanzar en los procesos de descarbonización para cumplir con los compromisos medioambientales, hoy esa preocupación se ve desplazada por otra: el precio de la energía. Desde el pasado verano, los precios han escalado hasta cimas nunca antes conocidas. El gas se ha convertido en la mariposa protagonista del caos que vive la industria, golpeada no solo por la factura, sino también por la crisis en toda su cadena de valor (materias primas, logística y transporte).

Hoy, el reto para las economías europeas es lograr cuanto antes un marco energético que asegure nuestra independencia en sectores clave como la industria. La estabilidad no es accesoria; es una necesidad empresarial y, en este contexto, las tecnologías del hidrógeno verde entran en una nueva fase: la de la rentabilidad. Una etapa de madurez que asegura no solo el retorno de la inversión a través del ahorro comparativo, sino que aporta a la industria un nuevo horizonte estable que permita a los líderes poder tomar decisiones sin que el contexto geoestratégico arruine las previsiones de crecimiento. Apostar por el hidrógeno no es ya una cuestión para transitar hacia una nueva economía verde; hablamos de lograr una estabilidad efectiva y duradera invirtiendo en una tecnología limpia y segura.

Estas semanas nos presentan el porqué de todo esto. Con los precios del gas natural que estamos padeciendo, sumado a las tasas de CO2, el hidrógeno verde sería competitivo en un buen número de instalaciones industriales. Este es un dato revelador que tiene su peso en cualquier “forecast” de consumo de energía. El hidrógeno es competitivo, pero su verdadero valor está no solo en la hoja de gastos; está en la proyección de estabilidad que va a proporcionar a la industria y a otros tantos actores de la economía española.

En unas semanas acabará el plazo para acceder a las ayudas del programa ‘H2 Pioneros’. El despegue se acelera y en ingenierías como Tresca recibimos estos días decenas de solicitudes para presentar proyectos a los planes de ayuda del Gobierno. Tener un modelo económico basado en la experiencia nos permite dimensionar necesidades y proyectar escenarios que aseguren la viabilidad de lo que, hasta ahora, se definía como una apuesta, pero que ya se comienza a perfilar como una necesidad.

La industria tiene que tomar decisiones, consciente de que estas marcarán sus próximos 30 años. Por eso, no hay que dejar de insistir a las administraciones para que miren a ese futuro con visión. La misión de descarbonizar la economía permanece, pero también hay que pensar en la necesidad de dotar al sistema energético de estabilidad. No hay que escatimar recursos, esfuerzos ni capacidad normativa.

El hidrógeno como vector energético cambiará el escenario de los últimos dos siglos. Desaparecerán las fuentes de energía eléctrica gestionables, con lo que ganarán espacio las renovables que, por principio, son no gestionables por no tener control sobre el recurso primario. Esto generará un nuevo mercado eléctrico en el cual se primará el almacenamiento de la energía y, aquí, el amoníaco irrumpe como parte de la solución que permitirá que el hidrógeno sea eje trasformador para otros sectores, como el transporte.

Pero necesitamos una apuesta decidida de las administraciones: deben regular el sector para dar seguridad jurídica al despliegue del hidrógeno y del amoniaco. Si no se toman medidas de forma inminente, el riesgo regulatorio frenará el cambio y el despegue del h2. Es, pues, urgente legislar y cubrir el hueco existente en las normativas administrativa, ambiental y fiscal de estos dos vectores.

En los próximos meses, comenzaremos a ver funcionar las primeras instalaciones de hidrógeno en nuestro país. Serán los pioneros. Después de 20 años dedicado al diseño de plantas industriales, me atrevo a decir dos cosas. La primera: que las industrias han de adaptarse de forma rápida a estos nuevos escenarios para no quedarse atrás. Y la segunda: que aparecerán nuevas oportunidades de negocio para aquellos “adaptados” que hayan sabido ver lo que sucede.

El cambio que preveíamos muy rápido hace tan solo un año se acelera aún más y alcanza un ritmo trepidante. Los peligros de no tomar decisiones crecen. Comparto la preocupación de muchos industriales, la coyuntura actual no invita al optimismo. Cuando parecía que la economía comenzaba a recuperarse de la crisis sanitaria del Covid-19, la crisis de materias primas, primero, y la del gas tras la invasión de Ucrania, después, nos devuelven al caos, al efecto mariposa de Lorenz. Y nos recuerdan lo frágil que resulta el sistema de equilibrios del denominado orden mundial.

Un orden que, según la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA) en su informe Geopolitics of the Energy Transformation: The Hydrogen Factor, publicado en enero, cambiará para siempre el mapa mundial de poderes en los próximos 20 años. En este nuevo mapa, los flujos de inversión y comercio de hidrógeno generarán nuevos patrones de interdependencia y traerán cambios en las relaciones bilaterales entre naciones, siempre que sus estrategias de desarrollo y despliegue no sean consideradas de forma aislada, sino como parte de una misión transformadora global de nuestra propia economía.