¿Quo vadis, Europa?

La brutal crisis energética en la que vive sumida Europa desde hace tiempo, ha hecho reventar por las costuras la Arcadia feliz de la transición energética de la que nuestros gobernantes llevan hablando desde hace ya muchos años. Europa, en su conjunto, como referente moral de ese constructo al que llamamos Occidente, está empeñada en reducir drásticamente sus emisiones contaminantes en los próximos años para alcanzar la neutralidad climática en 2050. Se trata de un objetivo muy loable que, además, es compartido por la confederación que tengo el honor de presidir. Pero la escalada de tensión en nuestras fronteras orientales, que ha desembocado en la invasión de Ucrania por parte de Rusia y la cascada de medidas y contramedidas impuestas por la UE y Estados Unidos al Kremlin, han hecho desplazarse el Norte de la brújula que guía los designios del Viejo Continente. Hace solo unos meses, la prioridad absoluta era la transición (¿deberíamos decir “revolución”?) energética. Sin embargo, la mera amenaza de un corte total del flujo del gas ruso ha hecho temblar el orden de prioridades de la UE. Sabedores de que no hay progreso de ningún tipo posible si se detiene la economía, la transición energética ha sido violentamente desplazada de su pedestal y su sitio ha sido ocupado por la seguridad de suministro. Lejos de considerarse un fracaso, esta reorientación de nuestro rumbo debería ser considerada como un ejercicio de pragmatismo muy necesario dadas las circunstancias. Necesitamos una transición energética y la necesitamos ya. Pero ésta debe ser ordenada, justa y sostenible, entendiendo este último término como un concepto transversal que debe observarse, por supuesto, desde el prisma medioambiental, pero también desde una óptica económica y social.

Las estaciones de servicio estamos llamadas a jugar un papel determinante en el panorama energético europeo. Somos parte fundamental de la solución a un desafío que comprende la necesidad de avanzar hacia una economía neutral en carbono sin olvidar la imprescindible seguridad de suministro. Nuestras instalaciones suministrarán la energía que, en cada momento, nos demanden nuestros clientes para satisfacer sus necesidades de movilidad. Todas las opciones energéticas serán imprescindibles para mantener la competitividad de nuestras empresas y el nivel de vida de nuestros ciudadanos. Pero si Europa quiere garantizar su posición de privilegio en el mundo -y continuar de paso liderando los avances en materia de descarbonización- nuestros dirigentes han de tomar decisiones valientes. Esas decisiones pasan por realizar una apuesta decidida por la producción dentro de nuestras fronteras de biometano, hidrógeno renovable, biocombustibles avanzados o combustibles sintéticos. Y, para ello, nuestros gobernantes han de manejar con determinación el timón de la Unión Europea. Porque, parafraseando a un viejo europeo como lo fue Séneca, “ningún viento es favorable para quien ignora su destino”.