La taxonomía verde apuesta por el cortoplacismo

La taxonomía verde presentada por la Comisión Europea el 2 de febrero incluye como verdes las inversiones en energía nuclear y gas como fuentes de energía “sostenibles”. Este anuncio ha causado mucha polémica en los círculos ecologistas, que esperaban de la taxonomía un compromiso claro por las energías renovables incuestionables, como son la solar y la eólica.

Francia, Finlandia o República Checa son algunos de los países que presionaron a la Comisión Europea para que incluyera estas fuentes de energía, que tienen mucho peso en su mix energético y su economía. Sin embargo, para España, un país que depende poco de la energía nuclear y que, además, tiene recursos naturales ventajosos para transicionar sus fuentes energéticas de las fósiles hacia la solar y eólica, esta taxonomía verde es un golpe. Pocos días después del anuncio, el Ministerio para la Transición Energética publicó un comunicado oficial exponiendo que esta estrategia “no tiene sentido y manda señales erróneas para la transición energética en el conjunto de la UE”.

Aunque la taxonomía no es un instrumento de política energética para los estados miembros, que serán soberanos en su mix energético, sí es un etiquetado, una serie de criterios que indican a los grandes inversores qué inversión es verde y cuál no. Sin incluir nuclear y gas, todos los fondos se hubieran redirigido al mercado de energías renovables y lo hubieran hecho disparar hasta el compromiso cero emisiones en 2050. El gas y la nuclear ni son neutrales ni son verdes, pero permiten la transición si el enemigo es el carbón y es precisamente en este cortoplacismo donde está posicionada la Comisión Europea. “Las entidades financieras no van a juzgar ni a posicionarse mientras sea una actividad legal -y bendecida por el ejecutivo de Bruselas- dentro de la piedra angular del plan de finanzas sostenibles que es la Taxonomía europea de finanzas sostenibles”, me confirman Luis López-Cózar Alvarez, socio director de Azentúa y Tomás Conde, director de ESG & Sustainable Finance de N-World, los partner de taxonomía de ClimateTrade.

Por otro lado, se espera que estos flujos financieros ayuden a los sectores de la nuclear y del gas a reducir aún más su impacto ambiental y a encontrar soluciones sostenibles a sus problemas de residuos.

Siendo realista, entiendo la presión bajo la cual la Comisión Europea ha tenido que tomar esta decisión. Como apunta N-World/Azentúa, “el actual mix energético europeo tiene hoy un alto componente nuclear y todos somos conscientes de que las mayores potencias europeas, como es el caso de Francia, no iban a permitir que una industria que produce casi tres cuartas partes de su energía se quedase fuera de la clasificación de actividades medioambientalmente sostenibles.”

También conviene recordar que, en el momento de definir la taxonomía verde, la subida del precio de la energía ha afectado tanto a las industrias como a los hogares. Bank of America estima que, como consecuencia de la subida en el precio del gas y en los derechos de emisiones de la Unión Europea, la factura de electricidad de los españoles subirá 475 euros entre 2021 y 2022: uno de los mayores aumentos de precios en Europa. Es un momento delicado para el mercado energético europeo y la Comisión ha optado por evitar más disrupción.

Estoy decepcionado con la falta de ambición, pero también comprendo las tensiones sociales que traería una escalada sin precedentes en la factura energética. Todos vimos las manifestaciones con los chalecos amarillos en Francia, casualmente el miembro más interesado, puesto que su pool energético depende de las nucleares. Una subida de precios arrastra a una sociedad más bipolar, entre el ecologismo y el “negocionismo”. Me encantaría buscar un equilibrio social, ambiental y ecológico.

Al final, el cortoplacismo ha ganado este asalto y la integridad de la taxonomía ha quedado un poco dañada, pero la partida aún no está terminada. Primero, el texto queda por ser aprobado por el Consejo y el Parlamento Europeo. Sólo cuatro países (España entre ellos) se han declarado opuestos al texto actual de la taxonomía: piden cambios para incluir la energía nuclear y el gas en una categoría intermedia propia, dejando claro que su papel en la transición está limitado en el tiempo. Son muchos menos que los 20 necesarios para rechazarlo en el Consejo, pero en el Parlamento la oposición es real: unos 256 eurodiputados han expresado su posición contraria. Se necesitan 353 para obtener la mayoría y varios partidos se encuentran en desacuerdo, por lo que el resultado del voto pende de un hilo.

Segundo, la polémica alrededor de la taxonomía deja claro el escrutinio con el cual los activistas y ambientalistas mirarán las actividades financieras ESG en materia de energía nuclear y gas. A pesar de ser legales y apoyadas por la taxonomía verde, no serán protegidas contra potenciales acusaciones de greenwashing.

Finalmente, N-World/Azentúa nos recuerda que la taxonomía verde, a fecha de hoy, sólo incluye dos de los seis objetivos que persigue -mitigación y adaptación; los otros cuatro son agua, economía circular, contaminación y biodiversidad-: “Es por ello que, sin mirar nada más que CO2, la tecnología nuclear no emite. Esto es ciencia. Ahora bien, todos sabemos que tiene otras implicaciones que nada tiene que ver con el CO2 emitido a la atmósfera y que constituyen precisamente su mayor riesgo: los residuos, su peligrosidad y su perdurabilidad.”

A la hora de incluir los otros cuatro objetivos, particularmente la contaminación, la Comisión Europea tendrá que reexaminar el papel de la energía nuclear y del gas en la transición ecológica. No podemos olvidar que Europa, como siempre, tiene los más altos estándares de ambición climática en el mundo: llegará otro momento de cuestionar la relevancia de estas energías polémicas en una Europa Net Zero.