Conseguir empresas más sostenibles es como entrenar para una maratón

Llevo muchos años corriendo carreras de larga distancia en la montaña. Como puede decir cualquier atleta, correr así no sólo requiere una buena forma física, sino también fuerza de voluntad y una constante fijación de objetivos y autoevaluación. Y, al final de todo, también hay que saber apreciar cada momento.

Conseguir que una empresa cambie de rumbo -para dar prioridad a la sostenibilidad, por ejemplo- no es diferente. Se necesita ambición, determinación y fuerza de voluntad: no sólo desde arriba, sino en todos los niveles de la organización. Paralelamente, hay que fijar los objetivos a alcanzar y las medidas para medir los progresos.

Ser más responsable desde el punto de vista medioambiental y social, sin dejar de ser rentable, se ha convertido en algo cada vez más crítico en los últimos años para las empresas de todo el mundo y de, prácticamente, todos los sectores.

Hace veinte años, los llamamientos a la acción y al cambio procedían, sobre todo, de los ecologistas o de los defensores de los derechos laborales. Ahora, son cada vez más los inversores, los reguladores, los clientes, las comunidades y los empleados, los que esperan que las empresas se tomen los objetivos medioambientales y sociales tan en serio como los objetivos de beneficios e ingresos.

La pandemia de la Covid-19 ha acelerado esta tendencia, ya que las empresas buscan ganar resiliencia frente a las disrupciones, “reconstruyéndose mejor” para garantizar la continuidad empresarial y también social.

Sin embargo, muchas empresas y organizaciones siguen teniendo dificultades para integrar realmente las consideraciones medioambientales, sociales y de gobierno (ESG) en sus actividades cotidianas.

¿Cómo pueden pasar de los eslóganes y las declaraciones a cumplir realmente lo que dicen? ¿Cómo pueden pasar de las declaraciones de sostenibilidad a una cultura corporativa en la que todos los miembros de la organización vivan, respiren y actúen de acuerdo con los principios de sostenibilidad? ¿Cómo pueden las organizaciones crear esa mentalidad y crear “músculo corporativo” en torno a ella?

En definitiva, los pasos no son diferentes a los que damos en una carrera de fondo.

En primer lugar, las empresas deben comprender y articular los beneficios de la acción, así como los riesgos de la falta de ella, para comprometerse con el cambio. Esto es similar a los atletas que deciden participar en un maratón: necesitan tener un propósito y aspiraciones desde el principio.

En segundo lugar, deben establecer objetivos claros y compromisos de cambio. Tienen que ser realistas, alcanzables y lo suficientemente ambiciosos como para tener un impacto. Sobre todo, no pueden ser puntuales, sino que tienen que producirse a lo largo del tiempo. De nuevo, el concepto es similar a los planes de entrenamiento que llevarán a los atletas a mejorar su forma física con el tiempo. Como se dice, “si no hay dolor, no hay ganancia”. El truco en ambos casos es medir el rendimiento y el progreso con respecto al punto de partida y a los objetivos futuros, y adaptarse en consecuencia.

Por último, las empresas deben actuar de acuerdo con su plan: establecer estrategias, construir una hoja de ruta y, sobre todo, hacer el duro trabajo de ser más eficientes y digitales, más éticas y justas, más transparentes y responsables. Deben asumir riesgos para innovar y aprender. Lo mismo ocurre con los atletas, que pueden tener todas las aspiraciones y planes de entrenamiento del mundo, pero deben seguir corriendo muchos kilómetros, gestionar su dieta y persistir, incluso cuando es difícil, si quieren cruzar la línea de meta.

Hay que reconocer que todo esto requiere un esfuerzo: la planificación de las iniciativas ESG y la medición de su progreso requieren recursos financieros y humanos y, ante todo, mucho tiempo. Sin embargo, el esfuerzo merece la pena: al fin y al cabo, no se puede correr un maratón sin invertir tiempo y energía en entrenar para ello.

Los beneficios son claros: ser una empresa sostenible aumenta el atractivo para los clientes, los empleados y los inversores, mientras que las inversiones en tecnología de ahorro energético (y, por tanto, de reducción de emisiones) -que hacen más eficientes las fábricas o los edificios de oficinas, por ejemplo- se amortizan más rápidamente de lo que muchos creen.

Por el contrario, los riesgos de la inacción son considerables y van desde las repercusiones en la reputación hasta las cuestiones políticas, reglamentarias y jurídicas, a medida que evolucionan las expectativas en materia de ESG de los consumidores, los responsables políticos, los inversores, los prestamistas y las compañías de seguros.

Hace una o dos décadas, la sostenibilidad se consideraba, en general, un “accesorio” opcional. Ahora, es claramente un imperativo. Tener un propósito claro, comprender la urgencia de actuar, establecer objetivos, medir y calibrar de forma continua: todo esto es fundamental para crear una organización en la que los objetivos de sostenibilidad estén tan arraigados como los financieros.

Será un maratón, no un sprint, pero al final, el premio es una organización mejor preparada y más sostenible. Cuando llegas a la meta, te pones nuevas metas para una distancia aún mayor, para romper los límites y alcanzar nuevos horizontes. Esto es lo que esperamos de todas las organizaciones cuando se trata de sostenibilidad: ¡el cielo es el límite!