Es hora de empezar a trabajar en la electrificación para reducir las emisiones de carbono

Las personas y empresas están cada vez más concienciadas de la necesidad de descarbonizar la forma que tenemos de obtener y suministrar energía y, recientemente, estamos viendo cambios sustanciales que señalan que se están poniendo los cimientos para lograrlo.

A medida que los gobiernos diseñan e implantan políticas con el objetivo de alcanzar las emisiones netas de carbono cero, la industria ha estado respondiendo en paralelo. Donde más visibles han sido los impactos de esos esfuerzos ha sido en Europa durante 2019, región en la que, acorde con un análisis de Sandbag, la generación de carbón en la UE disminuyó un 19% interanual en comparación con 2018. Por ejemplo, Irlanda vio una reducción del 79%, mientas que en Francia y Reino Unido la cifra se situó en un 75% y 65%, respectivamente. España, por su parte, siguió la misma línea, aunque con un descenso inferior (44%).

De estos datos podemos extraer que estamos en el camino hacia la eliminación del carbón como fuente de energía eléctrica, conclusión que también se refleja en que las emisiones globales generadas por la electricidad cayeron un 2% en 2019, la mayor disminución en tres décadas.

El resultado de iniciativas como la reducción de la dependencia del carbón y la expansión de la capacidad renovable es que gran parte del gasto diario de energía, desde abrir un frigorífico hasta poner el aire acondicionado en una oficina, cargar la batería de un móvil o alimentar una línea de ensamblaje, se vuelve menos carbonizado sin que empresas e individuos tengan que actuar. En otras palabras, descarbonizar el lado de la oferta en la ecuación de la energía también hace que una parte significativa de la demanda sea más ecológica.

Teniendo en cuenta mis conclusiones anteriores, no es sorprendente que hasta ahora la conversación sobre la descarbonización se haya centrado en cambiar la generación de electricidad a fuentes renovables. Sin embargo, actualmente una parte importante de nuestras necesidades energéticas no se cubre solo con la red eléctrica. Todavía dependemos de los combustibles fósiles para alimentar el grueso del transporte, desde automóviles hasta aviones y barcos; poner la calefacción o el aire acondicionado en edificios; o para desarrollar procesos industriales que necesitan de gran cantidad de energía, como los empleados para la fabricación de acero y plásticos.

Para que estos sectores sigan el principio del progreso en la generación de energía eléctrica, necesitamos cambiar el lado de la demanda y encontrar formas de satisfacer sus requerimientos energéticos a través de la red eléctrica. Este proceso se conoce como electrificación y funciona de dos maneras principales:

- De manera directa. Para muchas aplicaciones, como puede ser la calefacción doméstica, se pueden emplear dispositivos eléctricos y aprovechar la electricidad limpia directamente de la red.

- De forma indirecta. En este caso, se haría mediante servicios de transporte con vehículos eléctricos cargados en la red, por ejemplo, o incluso utilizando la energía renovable para producir hidrógeno para usarlo como fuente de combustible limpia.

Un informe reciente elaborado por BloombergNEF, en colaboración con Eaton y Statkraft, ha investigado el potencial de la electrificación del sector durante los próximos 30 años y ha descubierto que, en un país típico del norte de Europa, la electrificación podría reducir las emisiones en el transporte, edificios comerciales, industria y sectores de energía en un 68%.

Las consecuencias de tal cambio van mucho más allá de esta llamativa estadística. Incorporar una demanda económica significativamente mayor de electricidad significa que tendremos que aumentar la generación de energía libre de emisiones en detrimento del uso de combustibles fósiles. El análisis de BloombergNEF sugiere que, si buscamos una electrificación profunda del sector, la demanda total aumentará un 65% para 2050, lo que duplicaría las infraestructuras eólicas y solares que de otro modo necesitaríamos.

El nuevo perfil de la demanda también alterará drásticamente cuándo y dónde se necesita la energía. Por ejemplo, en el futuro, cuando la mayoría de los automóviles sean vehículos eléctricos con batería, millones de personas llegarán a casa y conectarán sus coches a la red, de manera que se generará un aumento en la demanda que la propia red podría tener dificultades para cubrir.

Estos patrones cambiantes de la demanda de energía irán de la mano con una dinámica de suministro radicalmente diferente procedente de un ecosistema liderado por recursos renovables, como la energía solar y la eólica. Al ser variables por su naturaleza, estas fuentes requerirían de un sistema más flexible, incluso sin electrificación.

La transformación de la oferta y la demanda al mismo tiempo requiere que introduzcamos nuevos tipos de flexibilidad en la red eléctrica utilizando sistemas de almacenamiento de energía y SAIs activos que pueden ayudar a estabilizarla.

Para maximizar los beneficios de la electrificación y mantener la confianza y el coste que se espera, es vital que los legisladores planifiquen con anticipación la transición energética.

En este momento, la descarbonización de la generación de energía parece imparable: la renovable está llegando rápidamente a un punto en el que ofrece un mejor retorno de la inversión que las opciones tradicionales, y el apoyo del gobierno en la reducción de emisiones sigue creciendo. Con el fin de garantizar que ocurra de verdad, la electrificación del sector energético debe comenzar ya.