Convertir la crisis en oportunidad

El impacto tan profundo que está teniendo el Covid-19 en la economía global no tiene precedentes. Los indicadores macro económicos que vamos conociendo correspondientes al primer trimestre del año muestran una caída de las economías hasta ahora desconocida, si bien resulta esperanzador el hecho de que exista una extendida convicción de que la recuperación será rápida. Un escenario de recuperación en V permitiría a las empresas retomar la actividad de forma rápida y segura, y recuperar los niveles operativos previos al estallido de la pandemia en marzo pasado.

Esta fase de recuperación económica que se abre tras la salida del confinamiento y la parálisis de actividad, constituye una oportunidad para dar un nuevo impulso al objetivo de construir una sociedad más verde, saludable y sostenible. Parece que es el momento de situar como centro de los planes de reconstrucción económica el avance de los trabajos de lucha contra el cambio climático.

Esta crisis sanitaria ha supuesto toda una llamada de atención, enseñándonos, por una parte, que muchas de las cosas que damos por sentado en nuestras vidas pueden cambiar de forma rápida y drástica de un día para otro. Por otra parte, nos ha demostrado el tremendo poder y capacidad de movilización e innovación que se puede alcanzar cuando los gobiernos, el mundo científico y académico, y el sector privado deciden trabajar juntos.

La pandemia nos ha dado oportunidad también de comprobar hasta qué punto la población ha confiado en la ciencia cuando ha seguido las recomendaciones de los expertos, a través del cumplimiento de difíciles medidas adoptadas desde el ámbito político como han sido el confinamiento o la distancia social.

Este caudal de confianza de la gente debería verse trasladada también cuando se trata de seguir políticas de cambio climático basadas en datos científicos. Pese a los avances en la concienciación sobre el calentamiento global y a la reducción de emisiones contaminantes, sería increíble ver replicada la misma capacidad de unión y de liderazgo que estamos presenciando ahora con el Covid-19 a la hora de abordar el reto del cambio climático.

En un escenario económico tan adverso como el que se ha derivado de la pandemia, existe la tentación de seguir a aquellos que propugnan utilizar la crisis como un medio para todo lo contrario, para abandonar los esfuerzos de lucha contra el cambio climático, bajo el pretexto de que los gobiernos van a sufrir estrecheces financieras y limitaciones de gasto tras la pandemia.

Desde el punto de vista financiero, una buena forma de enmarcar la situación y de fomentar una mentalidad más carpe diem, sería pensar que muchas empresas del sector privado, especialmente de industrias intensivas en energía -y que encima no proceden de fuentes renovables-, van a tener que solicitar ayuda del sector público para sobrevivir a esta crisis.

Paradójicamente, esta situación de crisis ofrece la oportunidad a los gobiernos para condicionar las ayudas públicas que dirijan a estas compañías a la aceptación de compromisos vinculantes o contribuciones financieras alineadas con el cumplimiento de los objetivos de reducción de emisiones de carbono a la atmósfera.

Dicha estrategia tendría un enorme impacto positivo para todos, no solo porque permitiría mantener el empleo y la actividad de estas compañías, sino también porque podría permitir avanzar en el cumplimiento de agendas estratégicas locales, regionales y globales fijadas para luchar contra el cambio climático a medida que la economía mundial vaya recuperándose.

Es igualmente un indudable reclamo para movilizar inversores y compañías que apoyan o buscan invertir allí donde detectan compromisos de compañías que quieren fortalecer sus credenciales ecológicas.

En el debate social y político que se suscita en toda crisis, este enfoque permitiría trabajar en un doble propósito. Por una parte, permitiría calmar y aplacar cualquier crítica que venga de sectores que, comprensiblemente, critican y ven perjudicial que empresas privadas -que se embolsan sus ganancias cuando los tiempos son buenos- pidan ayuda al sector público cuando los tiempos vienen malos.

Por otra, permitiría condicionar cualquier paquete de ayuda pública a que las compañías establecieran planes de recuperación que impulsen la economía a través de inversiones sostenibles que fortalezcan y aseguren las cadenas de suministro y contribuyan a la creación de nuevos empleos.

Aunque queda claro en el escenario de crisis actual que la prioridad es apoyar a la economía mundial, volver a levantar a las empresas y crear empleo, no parece adecuado dejar la lucha contra el cambio climático en un segundo plano. Dicha prioridad y los programas de recuperación que se diseñen pueden alinearse e incluirse claramente en la agenda climática.

Es cierto que se han logrado enormes avances en la transición energética durante los últimos años. Sin embargo, no son suficientes y queda aún mucho por hacer. Necesitamos mantener el impulso aprovechando las oportunidades que ofrece un escenario de recuperación económica y de fructífera colaboración entre el mundo público, privado y el científico.

Resulta indispensable que seamos capaces de extraer lecciones de esta crisis y aprovechar las oportunidades que de ella se generen. De nuestra capacidad para marcar prioridades y compromisos claros a corto y a medio y largo plazo en el proceso de preparación de la próxima COP26 que se celebrará en noviembre de 2021 en Glasgow (Escocia) va a depender buena parte del éxito que nuestra generación tenga en la lucha contra el cambio climático.