¿Y si el buen uso de los datos ayuda en la pandemia oculta del suicidio?

Todo el mundo cuenta con recuerdos de la infancia que quedan latentes. Y seguramente, algunos de los más impactantes están relacionados con sucesos naturales para los que nadie nos enseña a estar preparados, como puede ser la muerte de algún familiar o amigo. Pero si además este fallecimiento lleva consigo otro fenómeno desconocido aún hoy en día para gran parte de la sociedad, como es el suicidio, impacta aún más.

No podemos olvidar que, en nuestra sociedad, especialmente hace varios años, las creencias cristianas incluso categorizaban este hecho como pecado, algo que estigmatizaba más aún el suceso, un hecho siempre triste que se ha convertido en un enorme problema y en el que un buen uso de una tecnología adecuada puede ayudar, en una gran medida, a mitigar.

A lo largo de nuestras vidas estos temas, si se tratan, suele ser como en tono de murmullo, con dosis de secreto, en reuniones familiares o bien con amigos. Quizá por el poco caso que se le hace desde nuestra sociedad a los temas relacionados con el suicidio la realidad es que no generamos preocupación ante un hecho tan trágico, tan doloroso, y en realidad es como si lo archiváramos en la carpeta de lo insólito e aislado.

Pero, a pesar de la nula visibilidad que tiene en nuestra sociedad actual, no se trata de un hecho ocasional. Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en el año 2020 fallecieron por suicidio en España 3.941 o, lo que es lo mismo, 11 personas por día, lo que supone un crecimiento del 7,35% en comparación con el año anterior. Datos que, sin duda, deberían hacernos pensar a todos. Y mucho.

Normalmente, cuando se habla de este tema surge la pregunta de si se trata de un fenómeno singular de nuestro país, de la Unión Europea, del primer mundo... La evidencia científica, lo que nos dice, es que estamos ante un fenómeno global, que cuenta con tasas de prevalencia muy similares en todos los países con rangos entre el 7,00 y el 28,00, y con una media situada en el 11,93 por cada 100.000 habitantes, siendo en 2019 la cuarta causa de muerte en jóvenes con edades entre 15 y 29 años, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Estos datos, sin duda abrumadores, nos permiten adjetivar claramente el suicidio como una pandemia oculta. Pero no oculta sólo por la falta de datos, sino también por un mal uso de estos.

Además, y por si el problema no tuviera suficiente dificultad, la OMS afirma que la disponibilidad y la calidad de los datos sobre el suicidio y los intentos de suicidio es insuficiente en todo el mundo, y añade que las tasas de mortalidad por suicidio sufren subnotificación, al tratarse de una cuestión delicada e incluso ilegal en algunos países.

Reconociendo la subnotificación de casos derivada de la situación de ciertos estados, así como los condicionantes sociales y económicos que este diagnóstico conlleva, la OMS cifra en más de 700.000 los fallecidos en el mundo en 2020 por suicidio. Una cifra enorme, dantesca.

Pero, además, según el mismo organismo, se trata de un fenómeno que afecta a absolutamente todas las regiones del mundo y, en contra de algunas creencias, no hay una mayor tasa en países con renta per cápita elevada. De hecho, el 77% de las muertes se produjeron en países con rentas bajas o medianas. Y es que la realidad no es siempre lo que parece.

Sin entrar en análisis cualitativos y tasas como la referida a jóvenes, se hace inexcusable un análisis profundo. Así, y sólo con los datos cuantitativos, nos preguntamos: ¿cómo pudimos ocultar esta realidad? Y también, ¿cómo seguimos sin generar propuestas mundiales y nacionales para intentar parar esta auténtica sangría de vidas que nos persigue año tras año? Es aquí cuando entra en juego la tecnología.

Porque es totalmente necesario disponer de un trabajo urgente, apoyándonos en las nuevas tecnologías, para incrementar la cantidad y calidad de los datos y, de manera muy especial, los sociales y también los clínicos. Diariamente comprobamos lo que en el mundo actual están suponiendo las técnicas de Big Data en campos como el avance en la investigación clínica. Pero a todo esto tenemos que sumarle la necesidad de una toma de conciencia de la realidad y la gravedad del problema, por parte tanto de la sociedad como de los distintos gobiernos.

La recopilación y analítica de datos correcta y eficiente permite, por ejemplo, que identifiquemos ciertos grupos de riesgo a los cuales hacer seguimiento para evitar comportamientos de autolesión, siempre y cuando cuenten con control clínico, ya que los grupos de riesgos son muy numerosos -personas con enfermedades mentales como depresión, antecedentes familiares, hábitos tóxicos o jóvenes que sufren bullying-, como para hacer un abordaje screening eficaz de individuos en situación de riesgo; es decir, un abordaje que permita detectar una enfermedad en individuos sin síntomas de tal enfermedad, en este caso, una posible tendencia al suicidio.

Este necesario baño de realidad y toma de conciencia del alcance del problema por parte de las administraciones públicas, y la propia sociedad que todos formamos, se complementa con el apoyo a la investigación sociosanitaria.

En realidad, si algo ha puesto en evidencia la otra pandemia que estamos padeciendo en los últimos meses, la del Covid-19, es que las soluciones a los problemas llegan antes y de manera más eficiente cuando nos apoyamos en la ciencia y, cuando es posible, en la tecnología. Contemos con la tecnología para mitigar el riesgo de suicidio. Nos van muchas vidas en ello.