Que no nos pase como a ‘Jason Bourne’

En 20 años, habrá máquinas capaces de leer nuestro cerebro y de manipular o alterar nuestras decisiones. Los científicos buscan esas herramientas para tratar múltiples enfermedades sin cura, del Alzheimer a la depresión. Pero estas tecnologías también contraen riesgos ante intrusiones o ciberataques a nuestra personalidad.

El bueno de Jason Bourne se pasa toda su saga cinematográfica intentando descubrir qué es lo que le han hecho a su cerebro para actuar de esa forma, sin ningún escrúpulo. La Agencia Nacional de Seguridad (NSA) norteamericana lo ha sometido a un ensayo para convertirlo en el mejor espía. Pero el personaje encarnado por Matt Damon se sigue preguntando una y otra vez cómo le ha podido ocurrir una cosa así.

Los neurocientíficos están llamando ya la atención para evitar que la ficción se convierta una vez más en realidad. Advierten de que en 20 años ya existirán tecnologías que nos permitirán manipular el cerebro. Y añaden que deberíamos aprovechar estas dos décadas que aún tenemos de margen para protegernos de esas herramientas poderosísimas que se están desarrollando en realidad para intentar poner remedio a tantas enfermedades como el Alzheimer o la depresión, entre otras muchas. Y así evitar que nos pase como a Bourne...

¿Para qué sirven los neuroderechos?

Ya se habla de los neuroderechos, que son cinco nuevos derechos que llegan precisamente para que, entre otras cosas, sigamos teniendo libertad a la hora de aceptar o no este tipo de intrusiones a nuestra propia personalidad. Hasta el libre albedrío podría estar en peligro. Estos cinco derechos ya fueron incluidos en la Carta digital que el Gobierno español presentó el verano pasado. El director de este documento, el jurista Tomás de la Quadra-Salcedo, explica que “afortunadamente, nos estamos anticipando a los hechos”. “Tenemos que regular con prudencia, pero sí sabiendo cuáles son los retos éticos y jurídicos que nos plantean estas tecnologías. Sabemos que acceder a lo que pensamos y poder influir en lo que pensamos tiene unos riesgos enormes. Pero también esos avances tienen enormes ventajas en la curación de enfermedades”. En un reciente debate organizado por la Fundación Ramón Areces para hablar de los neuroderechos, De la Quadra-Salcedo recordó que ya se habla de la posibilidad de intromisión de hackers que podrían enviar señales a un cerebro para que tome unas decisiones u otras. Desde la Organización de Naciones Unidas, su secretario general, Antonio Guterres, ha recogido el guante. Quiere aprovechar que en 2023 se celebrarán los 75 años de la Declaración de los Derechos Humanos para incluir estos neuroderechos.

En este mismo debate participó el neurocientífico español Rafael Yuste, profesor de la Universidad de Columbia (Nueva York) y principal impulsor del proyecto Brain, en el que el Gobierno de Estados Unidos lleva invertidos más de 5.200 millones de euros. Fue este madrileño quien convenció a Barak Obama de la necesidad de destinar ingentes cantidades de recursos para investigar el cerebro humano. Y reconoce que cuando acude a la Casa Blanca a rendir cuentas de la marcha de estos trabajos se reúne con representantes del área científica y también de la NSA, la misma agencia de seguridad que en las películas de Bourne manipulaba al protagonista.

“En cualquier cerebro humano encontramos el triple de nodos o conexiones que en el Internet de toda la Tierra”, explica Yuste para hacer ver cuán complejo es este órgano. Desde que el también español Santiago Ramón y Cajal descubriera las neuronas hace ahora un siglo, no pocos científicos se han afanado en desentrañar algunos de los misterios de la mente humana. Sus avances han sido exiguos. O, por lo menos, insuficientes para abordar tantísimas y tan dramáticas enfermedades relacionadas con el cerebro: desde las neurodegenerativas como el Alzheimer o la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) a otras muchas como la esquizofrenia, la depresión, la epilepsia... Los investigadores tratan ahora de conseguir tecnologías con las que poder entrar en este órgano.

Tres razones para entender el cerebro

“Queremos entender cómo funciona el cerebro por tres razones. La primera, por curiosidad científica, la misma que empujó a Santiago Ramón y Cajal hace un siglo. Estamos en las mismas, intentando descifrar esa compleja maraña. Este órgano es el que genera la mente humana. Todo lo que somos y todas las actividades cognitivas salen de aquí: la memoria, los pensamientos, la imaginación, las emociones, el yo, incluso el subconsciente (lo que no sabemos que tenemos...) Si conseguimos desentrañar cómo funciona el cerebro humano, sabremos por fin, por primera vez, qué es el ser humano, por qué hacemos lo que hacemos”. Así lo explica Rafael Yuste. La segunda razón por la que están intentando descifrar el cerebro es por la química, por todas esas enfermedades mencionadas antes. “En esas ocasiones, hay algo que funciona mal y que no podemos arreglar porque no sabemos cómo funciona el cerebro. La tercera razón, la usada por Obama en el congreso de Estados Unidos para justificar el apoyo al proyecto Brain, es una cuestión económica. Y es que el cerebro utiliza algoritmos de computación potentísimos, muchísimo mejores que los que tenemos en los mejores ordenadores, utilizando un mínimo gasto energético. Para mantener el cerebro encendido basta el consumo de una bombilla de 20 vatios. En el momento en el que descifremos cómo funciona eso, imaginaos la revolución tecnológica y económica que supondrá”, añade el neurocientífico.

Yuste insiste una y otra vez en la necesidad de protegernos ante estas herramientas. Reconoce que cuando piensa en todas las posibilidades que admitirán estos instrumentos se lleva las manos a la cabeza y llama la atención de expertos en otras muchas áreas para que se sienten juntos a diseñar ese futuro escenario. Confirma que en diez años habrá tecnologías capaces de leer el cerebro y que en 20 años sí estarán ya accesibles aquellas otras que permitirán manipularlo. Yuste habla de los resultados de un estudio que ha impulsado sobre las 22 compañías de neurotecnología que ya comercializan en Estados Unidos dispositivos para registrar la actividad cerebral. “Son todavía dispositivos primitivos, aún no se puede hacer mucho, pero si miramos los contratos con el cliente, que tienen que firmar sí o sí aceptando páginas y páginas de términos indescifrables en letra pequeña, en los 22 contratos sin excepción el usuario otorga a la compañía el derecho a que sus datos cerebrales puedan ser descifrados y vendidos. Y se le otorga completa libertad a la compañía para que disponga de ellos. De hecho, el propio usuario, para acceder a sus datos, en muchos casos tiene que pagar a la empresa. Es una situación de completa desprotección. Estamos como en el salvaje Oeste, sin reglas... Y se están lanzando montones de compañías a crear y vender estos dispositivos porque es un filón de oro para ellas”, advierte este investigador.

Derecho a la privacidad mental

Entonces, ¿cuáles son esos neuroderechos? “El primero de ellos es el derecho a la privacidad mental. Busca garantizar que la actividad de nuestro cerebro no sea descifrada sin nuestro consentimiento. Creemos que esto hay que protegerlo porque es la esencia de nuestra persona”, explica el neurocientífico de la Universidad de Columbia. “El segundo derecho es el derecho a la identidad personal, a nuestra integridad psicológica. Estamos hablando del yo, de la consciencia. Si podemos acceder al cerebro, podemos manipular el yo”. En este sentido, Yuste pone como ejemplo a los pacientes de depresión profunda o con adicción a opiáceos que tienen implantados estimuladores en el cerebro. “Los familiares de estas personas nos trasladan que cuando se activa ese mecanismo, cambia su personalidad o su forma de ser. Como podremos cambiar la personalidad, hay que reconocer este derecho, el derecho a tu propia personalidad, a tu propio yo. Tendría que ser como el primer derecho humano, porque si no tienes derecho a tu propia personalidad, ¿para qué te sirven el resto de los derechos?” se pregunta el científico.

El tercero de los neuroderechos es el derecho al libre albedrío, a nuestra libertad de decisión. Explica Yuste que nadie se había preocupado hasta ahora que pudiera estar en riesgo algo así, porque cada uno toma sus propias decisiones, pero si accedemos con tecnología a esos circuitos cerebrales, también podremos alterar esas decisiones personales.

Aumentados y no aumentados

Otro debate interesante nos lleva al cuarto neuroderecho. Cuando estén desarrolladas estas tecnologías, podríamos encontrarnos con dos especies distintas de humanos: los mejorados gracias a estas herramientas y aquellos que no han tenido esa posibilidad. “Si podemos conectar a las personas directamente a Internet mejorando las capacidades intelectuales y cognitivas, correremos el riesgo de una fractura en la humanidad con dos especies de hombres. Tenemos que empezar a discutir esto ya, porque va a ser inevitable. Será como un tsunami y más nos vale estar preparados. Pensamos que esto hay que encajarlo en el principio general de justicia. La decisión sobre quién se aumenta y quién no tiene que estar basada en criterios universales de justicia y no basada en principios económicos o de otro tipo...”, razona Yuste. Pensemos por ejemplo en alguien que se prepara para unas oposiciones y que pudiera instalarse todo el temario a golpe de clic... Para el exministro de Justicia Tomás de la Quadra-Salcedo, “hay que avanzar hacia una decisión colectiva y hacia un consenso internacional”. “¿Yo tendría derecho a pedirle a una tecnológica a que me haga un implante o que me conecte a una máquina para mejorarme en algún aspecto? ¿O tienen algo que decir los Estados a ese respecto? Yo creo que no es un problema privado entre los dos, sino un problema que afecta a todos y al poder público, que afecta a la humanidad y a quien quiera que en el futuro vaya a representar a la humanidad”, afirma.

En cuanto al quinto neuroderecho, está llamado a protegernos ante posibles sesgos que vienen incluidos muchas veces en tecnologías de inteligencia artificial. Hasta ahora, de una manera u otra, podemos apreciar por nosotros mismos esos sesgos que pudieran traer determinaos programas, pero “si se insertan esos sesgos directamente en el cerebro, esa persona no va a poder discriminar siquiera ese sesgo”, admite Rafael Yuste. Eso mismo era lo que le pasaba también al bueno de Jason Bourne.