Movilidad urbana sostenible: una colaboración a tres bandas

Según Naciones Unidas, más de la mitad de la población mundial ha estado viviendo en ciudades desde 2007 y se espera que esa cantidad alcance el 60% para el año 2030. En los grandes núcleos de población se concentran el 70% de las emisiones de carbono mundiales y más del 60% del uso de recursos.

En la histórica Cumbre del Desarrollo Sostenible celebrada en 2015 y que reunió a más de 150 jefes de Estado y de Gobierno se fijaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030. Son 17 retos que tienen por objetivo erradicar la pobreza, proteger el planeta y garantizar la paz y prosperidad de la población mundial.

El objetivo 11 se refiere a ciudades y comunidades sostenibles y con él se pretender lograr que estas sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles. En concreto, la meta 11.2 de este objetivo pone el foco en el “acceso a sistemas de transporte seguros, asequibles, accesibles y sostenibles para todos”.

En España, aún queda mucho camino por recorrer en este aspecto, aunque también es necesario reconocer que en los últimos años se han ido dando tímidos pasos hacia una movilidad urbana más amable y sostenible. Gran parte del problema radica en que, a menudo, las administraciones se dejan llevar por grandes proyectos que necesitan presupuestos enormes, generan mucha burocracia, se dilatan en el tiempo y suelen generar controversias entre los diferentes partidos políticos.

A veces estos megaproyectos son necesarios, pero, en otras muchas ocasiones, la movilidad de una ciudad podría mejorar con otras acciones de mucha menor envergadura, más fáciles de gestionar y de poner en marcha y que solucionan problemas muy concretos. En la “era del emprendimiento”, vivimos rodeados de grandes ideas. Hay mucho talento disponible a nuestro alrededor con el que podemos mejorar la movilidad y otros muchos dilemas actuales. El problema es que hay poco presupuesto público y pocas empresas dispuestas a apostar por proyectos de movilidad sostenible aún.

Una posible solución a esta falta de presupuesto sería apostar por la tecnología. Ponerla al servicio de las ciudades y los ciudadanos para mejorar los flujos de tráfico, optimizar las plazas de aparcamiento, dar información en tiempo real de la situación de las calles, etc.

Esto se consigue desde dos vertientes: desarrollando soluciones que respondan a problemáticas concretas y utilizando los datos que están a nuestra disposición para conocer mejor los problemas a los que nos enfrentamos.

El desarrollo urbano basado en datos puede reducir considerablemente la contaminación en las ciudades mediante un mejor uso del espacio y un tráfico más fluido. Cuando se optimiza el espacio en la ciudad, podemos reducir la frustración, el estrés y aumentar la seguridad vial, ya que a los conductores les resulta más fácil circular y encontrar plazas libres de aparcamiento. Y esto contribuye también al bienestar y satisfacción de los ciudadanos, porque pueden dedicar menos tiempo a tareas rutinarias como buscar o pagar el aparcamiento e invertirlo en lo que realmente les hace felices.

Para que esto funcione, el trabajo debe realizarse a tres bandas: administraciones, empresas y ciudadanos. La labor de las administraciones consiste en buscar, de entre todo ese talento actual, las ideas que realmente solucionan los problemas de movilidad de una forma ágil y servirse de la tecnología y datos sobre movilidad urbana para mejorar la administración, planificación y toma de decisiones estratégicas en las ciudades basadas en datos.

A veces, las instituciones optan por desarrollar su propia tecnología en vez de dirigirse a la empresa privada. La experiencia nos dice que estos procesos son largos y sobre todo costosos, porque un ayuntamiento no puede competir con el I+D de una corporación.

Las empresas, por su parte, deben tener en cuenta el público al que se dirigen y encontrar el balance entre el lucro, necesario para su supervivencia, y su responsabilidad para con la sociedad y la protección del medioambiente. Está en manos de las empresas privadas el invertir en tecnología predictiva, datos e inteligencia artificial para aportar información al ecosistema de aparcamiento sobre movilidad en la ciudad, con el fin de mejorar la administración, planificación y toma de decisiones basadas en datos.

Por último, los ciudadanos tienen también una parte de responsabilidad en este proceso. De nada servirá la tecnología, ni los esfuerzos de las administraciones si no van acompañados de un cambio en la mentalidad de los ciudadanos y en su forma de actuar.

Los discursos alarmistas por sí solos no son muy útiles, la población responde mejor si se les explican cuáles son los problemas de origen y las consecuencias, y se ponen en sus manos soluciones concretas basadas en la tecnología e innovación, que resuelven esos conflictos de manera directa, como la búsqueda o el pago del aparcamiento. Lo hemos podido comprobar con otros asuntos como el reciclaje: la educación en torno a este asunto y la labor llevada a cabo por las instituciones para facilitar a los españoles esta labor han dado lugar a unas tasas de reciclaje muy altas en los últimos años.

Para que algo cambie, se debe actuar de manera diferente a la que venimos haciéndolo, y aplicar soluciones más propias del siglo XX en el siglo XXI no es la mejor opción. Así, pues, aprovechemos las ventajas que la tecnología pone a nuestra disposición para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos mientras participamos también, de paso, de forma proactiva en la preservación de nuestro entorno.