Así cambiará el mundo cuando los vehículos conduzcan solos

Cuando conducimos, casi de forma inconsciente, estamos tomando decisiones y realizamos una serie de acciones de comprobación encadenadas y de forma continua. Miramos por los espejos retrovisores, nos comunicamos con los otros conductores con la iluminación del vehículo, etc. Ante un paso de cebra, un simple gesto o mirada de un peatón parado en la acera a esa altura nos basta para saber si tiene intención de cruzar o si simplemente está allí esperando a alguien. ¿Será capaz el más perfecto de los sistemas de conducción autónoma alcanzar ese nivel de precisión? ¿Tendrá la capacidad de comunicarse a un nivel tan fino con los elementos de su entorno? Si esos sistemas de inteligencia artificial en ocasiones confunden las luces rojas del vehículo que le antecede con un semáforo en rojo, ¿en qué nivel real de desarrollo se encuentran esos algoritmos de inteligencia artificial para la conducción automatizada? ¿Están todos sus sensores preparados para cumplir esa función?

También los desarrolladores de esos sistemas animan a las administraciones a preparar las infraestructuras y vías públicas para permitir ese progreso. ¿Estarán dispuestas esas gestoras de la cosa pública, con la que se viene encima, a invertir en la adaptación por ejemplo de la red de carreteras secundarias para que siempre estén perfectamente pintadas sus líneas, teniendo en cuenta que solo en España hay más de 165.000 kilómetros de este tipo de vías?

Todo indica que la conducción autónoma, tantas veces anunciada como algo inminente, aún tardará bastante en llegar. Además, el proceso de implantación se presupone aún más lento que la transición hacia vehículos más sostenibles. Baste un dato para hacer comparaciones con esta otra tendencia: según un informe reciente, para el año 2030 se espera que el 10% de los vehículos matriculados en España sean eléctricos...

Una vez visto que el vehículo autónomo en ese nivel cinco de autonomía completa tardará bastante en hacerse real, hemos querido imaginarnos y adelantarnos a los cambios profundos que ese hecho podría conllevar. El reportaje que llevamos a la portada de este número hace ver algunas de esas consecuencias de una conducción perfecta, la que nos ofrecerán esos algoritmos, sin distracciones o imprudencias al volante, que sabemos bien que son la causa principal de la mayor parte de los siniestros. Si no hay accidentes, las donaciones de órganos se reducirán considerablemente. Si no sufrimos siniestros, las visitas al taller serán contadas, solo para las revisiones rutinarias. Si el coche puede ir solo a aparcar al extrarradio de la ciudad cuando nos haya dejado en casa, ¿para qué querremos una plaza de parking en pleno centro de la ciudad? Tranquilizamos al lector de que quedan bastantes años para llegar a ese escenario, pero este avance tecnológico tendrá incontables repercusiones. Conviene estar atento.