Gestión del cambio, un proceso continuo

Existe una sensación generalizada de que ha pasado un siglo desde aquellos primeros días de confinamiento en el mes de marzo de 2020 en los que hubo que improvisar soluciones de forma acelerada para poder mantener la actividad. La Administración y las empresas tuvieron que echar mano, en muchos casos, de los dispositivos personales de sus empleados para continuar dando servicio a los ciudadanos o a sus clientes.

No todas las compañías pudieron afrontar y gestionar el cambio igual. Quienes se habían anticipado y llevaban tiempo con metodologías de trabajo ágiles y practicando el teletrabajo se adaptaron de forma mucho más rápida a la nueva situación, que, simplemente, aceleró las transformaciones ya previstas. Quienes no habían contemplado esta filosofía de trabajo se vieron mucho más descolocados. Acabar con esa brecha que existe entre unas empresas y otras, así como poner en marcha un modelo productivo, debe ser un objetivo para que todas circulen a la misma velocidad y estén preparadas para afrontar los retos que van a surgir de ahora en adelante, que serán muchos. Porque el cambio ha llegado para quedarse, y no ha hecho más que empezar.

Las metodologías ágiles, dotan a las organizaciones de flexibilidad y agilidad para adaptarse a los desafíos que reciben en cada momento. Pero, para ponerlas en práctica, se necesita una buena gestión del cambio. En primer lugar, se debe tener una intención firme de modificar el sistema de trabajo; en segundo, adoptar un modelo basado en indicadores clave y adaptado a las necesidades de cada empresa, y en tercero, es fundamental que esté alineado con el modelo de negocio. Y se debe hacer partiendo de las fortalezas de cada organización, con planes personalizados para que cada miembro pueda estar preparado y abierto a aceptar el cambio. No es un proceso puntual, sino que requiere de una continuidad, de un entrenamiento día a día. La gestión del cambio es una habilidad de la organización para el aprendizaje continuo. Así, por imitación, el ‘agilismo’ se puede convertir en un elemento transformador de la propia sociedad y, a la larga, el detonante de una evolución en el modelo productivo del país. Un país que en menos de un año ya ha demostrado que se pueden dar saltos de gigante cuando las circunstancias obligan.