De la movilidad sostenible a la movilidad responsable

Una de las enseñanzas que nos ha dejado el Covid ha sido que los ciudadanos tenemos una responsabilidad individual que influye de manera directa en nuestro alrededor, una responsabilidad que ha modificado nuestra forma de relacionarnos con nuestros seres queridos -con distancia de seguridad-, de vestirnos -ahora con mascarilla- o incluso de saludarnos -llegando a tocarnos con el codo como gesto de “cercanía”-. Hemos cambiado nuestras costumbres y rutinas para adaptarnos a la nueva realidad y garantizar nuestra seguridad y la de quienes nos rodean, siendo muchos de ellos nuevos hábitos que vienen para quedarse.

El Covid también nos ha enseñado que existen ciudades sin atascos, con aire limpio y capaces de transformarse profundamente en un periodo cortísimo de tiempo. De hecho, las ciudades respiraron cuando se limitó la movilidad, llegando a brotar plantas en las grietas del asfalto. En este sentido, según la Agencia INternacional de Energía (AIE) las emisiones mundiales de CO2 caerán un 8% este año, todo ello como consecuencia de las medidas de confinamiento y restricciones de movilidad llevadas a cabo por los gobiernos en el marco del COVID 19. Por lo tanto, si al quitar los coches de las ciudades, estas respiran, queda claro que el problema son los coches. ¿Cambiaremos, entonces, nuestra forma de movernos?

Asimismo, el Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana anunció la puesta en marcha de la Estrategia de Movilidad Segura, Sostenible y Conectada 2030, que persigue “hacer de la movilidad un derecho, un elemento de cohesión social y de crecimiento económico”. Comienza ahora un interesante debate con un proceso de participación pública, ya que la movilidad pertenece y afecta a cada individuo, como deja claro el MITMA en su primer eje estratégico, “Movilidad para todos”, que busca “ofrecer a todos en todas partes soluciones de movilidad alternativas al vehículo privado”, garantizando la accesibilidad en colectivos con dificultades y promoviendo desarrollos urbanísticos basados en criterios de cercanía y autonomía del ciudadano.

En el entorno urbano, que es el que nos ocupa, queda claro que el transporte público debe seguir siendo el pilar que sustente la movilidad en el interior de las ciudades, por tratarse del modo más sostenible de desplazarse. Pero parte de su eficacia radica en su rigidez, en la estandarización de rutas y horarios, y en su capacidad de desplazar a un elevado volumen de personas en un espacio limitado, que choca con el distanciamiento social impuesto por la necesidad de protegernos frente al Covid. La flexibilidad que aportan otras alternativas de movilidad, especialmente aquellas que se apoyan en la tecnología, complementan la oferta de transporte público, favoreciendo el tránsito en las ciudades y la seguridad en los desplazamientos.

Ya no se trata únicamente de fomentar una movilidad sostenible pensando en nuestro futuro, se trata de evolucionar hacia una movilidad responsable y reorientar el espacio urbano a favor de los propios ciudadanos, conscientes de las repercusiones que tienen las decisiones individuales sobre nuestro entorno, tanto a nivel social, fomentando las medidas de seguridad, como a nivel medioambiental, con alternativas sostenibles respetuosas con el entorno. Y todo ello debe aplicarse a nivel personal y colectivo, con las empresas y organizaciones -privadas y públicas- liderando con el ejemplo en materia de movilidad corporativa responsable.

Además, es innegable que existe viento a favor para este tipo de cambios. Por ejemplo, hemos visto cómo han surgido miles de kilómetros de carriles bici en diversas ciudades de Europa y del resto del mundo, que van a fomentar una transformación que provocará, además, que estas ciudades se conviertan en lugares más acogedores, con más espacio para las personas y menos para los vehículos particulares más contaminantes. Surgen, de esta manera, nuevas zonas verdes, espacios comunes y formas de moverse que mejoran la vida de los ciudadanos.

La gestión eficiente de las ciudades depende, en gran medida, del desarrollo en materia de movilidad que permita a los que vivimos en ellas desplazarnos con facilidad de un lugar a otro. Esta afirmación, por sencilla que parezca, ha cambiado su percepción de manera drástica a medida que pasa el tiempo: si hace 100 años se asfaltaron algunas calles para agilizar el movimiento o hace 50 años se trazaron amplias avenidas que sirvieron para canalizar la mayor parte del tráfico, hoy en día es necesario reconfigurar algunas zonas comunes, dominadas por el coche particular, para dar cabida a formas de movilidad alternativas. Según un estudio de la Comisión Europea, actualmente la bicicleta es un modo de desplazamiento más rápido que el coche en trayectos urbanos de corta distancia (5 km), que suponen alrededor del 50% de los desplazamientos en coche en el interior de las ciudades.

La movilidad urbana, además, se posiciona como uno de los elementos clave en la lucha contra el Covid, determinante en un momento como el actual de reactivación económica. Para conseguir tener éxito en este enfrentamiento y generar un ecosistema de innovación, colaboración y compromiso, las administraciones públicas, las organizaciones, empresas y también los agentes sociales debemos trabajar de forma conjunta y colaborando entre todos, aportando soluciones que resuelvan las dificultades a las que se enfrentan los ciudadanos a diario en sus desplazamientos, fomentando viajes seguros, que eviten el contagio, y ofreciendo alternativas para evitar que el coche particular vuelva a invadir las calles de nuestras ciudades.

Tenemos un ambicioso reto por delante, como es devolver las ciudades a las personas, una tarea que depende de la actuación de diversas administraciones, agentes, organizaciones y sociedad civil. Quizá algo que el COVID ha intentado enseñarnos, y aún no hemos aprendido, es que debemos trabajar de manera conjunta.