Entonces, ¿esto ya es el futuro?

Enrique Dans, profesor de innovación en IE Business School, explica en su último libro ‘las claves sobre cómo la tecnología está cambiando nuestro mundo’ y llama la atención sobre la emergencia climática

Enrique Dans, profesor de innovación en IE Business School, escribió en 2010 un libro que se convirtió en best-seller al que tituló Todo va a cambiar. No se equivocó y, en efecto, en esta última década hemos vivido cambios asombrosos impulsados por la tecnología. Sin embargo, no se le ve demasiado contento con el devenir de todas estas innovaciones. Ahora, acaba de ver la luz Viviendo en el futuro, en el que critica el uso que estamos haciendo de la tecnología y sobre todo fija el punto de mira en nuevas necesidades, simplemente, en la necesaria conservación del planeta. El libro salió a la luz antes de que se brotara el COVID-19, lo que a buen seguro hubiera merecido algún que otro capítulo extra...

“Desde hace mucho tiempo, desde antes de que pensase en el título de este libro, mi sensación con respecto a la mayoría de mis conocidos, amigos o familiares era, sencillamente, la de que vivo en el futuro. Si hablan de un dispositivo determinado en las noticias, es habitual que yo lo haya probado ya hace algún tiempo. Si una app se pone de moda, es normal que tenga ya una cuenta en ella desde hace tiempo. Si hablan del último modelo de coche eléctrico, lo tengo aparcado en mi garaje. Me dedico a ello, me divierte y me lo puedo permitir”, explica en las últimas páginas del libro.

Al poco corrige: “Pero eso no es el futuro, ni supone un privilegio más que temporal, una obligación de surfear constantemente la ola de la innovación si quieres hacer razonablemente bien tu trabajo”, en referencia a su trabajo como profesor de innovación. “Pensar que eso es el futuro sería de una banalidad insultante. El verdadero privilegio, el que todos nos merecemos, sería el de poder plantearnos tener un futuro, un futuro más allá de unas pocas décadas”, en clara alusión al cambio climático.

Dans, que se doctoró en sistemas de información por la Universidad de California y realizó estudios postdoctorales en Harvard Business School, está muy preocupado por la “emergencia climática”, que dice “no es ninguna teoría ni ningún ensayo; es la dura realidad”. “La última generación que puede realmente hacer algo con respecto a ella para evitar el fin de la civilización ya ha nacido, y una buena parte de los que hoy habitamos el planeta, salvo aquellos que superen los aproximadamente 70 años, podríamos llegar a presenciar un escenario completamente apocalíptico de migraciones masivas, escasez de agua y alimentos, abundantes mortandades debidas a catástrofes naturales y total desestabilización política”. En este punto, no duda en hacer referencia al séptimo arte. Explica que lo más parecido visto en la gran pantalla sería Mad Max: “Un guion escrito a finales de los años 70 y que nos disponemos a ver convertirse en realidad”.

Por sus palabras, Dans se siente casi tecnoadicto y un privilegiado de poder disponer de tantas herramientas que nos facilitan la vida. Pero siempre con matices: “El futuro no es que mi reloj controle mis parámetros vitales, aunque el hecho de que lo haga pueda significar la mayor redefinición de la ciencia médica y del cuidado de la salud desde que el hombre empezó a darse cuenta de que la salud podía estar, hasta cierto punto, relacionada con sus hábitos y no con los caprichos de algún supuesto amigo invisible al que llamaba Dios. No, el futuro no tiene nada que ver con que operar con el banco sea más cómodo, con que no me obligue a pasar por una sucursal, o con que mis compras lleguen cómodamente a casa sin que tenga que ir a por ellas a la tienda. Aunque vengan volando. Llevándolo al extremo, el futuro tampoco es que pueda trabajar desde donde me dé la gana, sin la obligación de estar de nueve a cinco en un lugar determinado, ni siquiera que las decisiones políticas las tomen los algoritmos con acceso a todos los datos de la economía en tiempo real y con criterios de optimización mucho más razonables que los de muchísimos políticos de carne y hueso”.

Reconoce, llegados a este punto, que indudablemente, el avance tecnológico es susceptible de generar no solo muchísimas mejoras incrementales, sino también, como ha demostrado la historia, muchísimas disrupciones a todos los niveles. Y recuerda lo que supuso la evolución a la edad de piedra dejando a un lado otras herramientas más precarias. “¿Con qué cavernícola te identificas? ¿Con el tradicional que defendía la idoneidad de seguir utilizando su arma de madera, o con el innovador que blandía su arma de piedra?”, interroga al lector.

“Aunque hayan transcurrido ya más de 50 años desde la primera transmisión a través de internet hecha desde la Universidad de California (UCLA) y hayan pasado ya más de 12 desde que Steve Jobs, el 9 de enero de 2007, mostrase al mundo un iPhone que desencadenó la popularización del smartphone, la gran realidad es que esas innovaciones no han cambiado el mundo, o al menos, no lo verdaderamente importante de él. Sin duda, el mundo es hoy distinto al que conocimos -aquellos que lo conocimos- antes de la popularización de internet o del smartphone, pero en realidad, sigue rigiéndose por los mismos sistemas. El sistema que nos ha traído hasta aquí, por otro lado, tiene también sus evidentes méritos. Somos muchísimo más ricos que hace algunos años, vivimos más años y con mayor calidad de vida, estamos más sanos y tenemos muchísima más libertad”, leemos en Viviendo en el futuro. Y vuelve a advertir Dans: “Pero tenemos un problema: hemos llegado al límite. Y ese problema se agrava porque no hay nada más difícil que cambiar un sistema que funciona, y que una gran parte de la población percibe como el que ha sido capaz de hacer que vivamos infinitamente mejor que todas las generaciones anteriores”.