‘IoT’, el vínculo entre el mundo físico y el digital que genera valor para el negocio

Internet de las Cosas (IoT) tiene la capacidad de vincular el mundo físico con el digital. Permite digitalizar el universo físico de cara a recopilar datos de los activos clave del negocio y transformarlos en nuevo valor útil para el desarrollo del mismo.

Un plus que se puede materializar de muchas formas: mejora de producto/servicio o de la eficiencia operativa; mayor satisfacción de cliente o nuevas fuentes de ingresos a través de modelos comerciales basados bien en datos o bien en servicios.

Lo cierto es que deberíamos dejar de hablar de IoT como una tecnología y, en su lugar, hablar de IoT como un concepto de enorme potencial para la creación de valor a través del uso de diversas tecnologías más o menos maduras.

Pero ¿cómo identificar ese valor? Los dispositivos conectados no generan valor por sí mismos. Son, simplemente, un medio. Por esto, centrarnos demasiado en los dispositivos o en las tecnologías nos aleja del objetivo central. Debemos concentrar nuestros esfuerzos en encontrar los casos de uso correctos. Aquellas referencias que encierran un alto valor para el negocio, que resuelven una problemática crucial, aquellos cuyo coste de implementación y operación los hace viables económicamente, además de ser adecuados también desde el punto de vista tecnológico.

En esta coyuntura, el hecho de que hoy la tecnología permita dotar de una conexión a internet a casi cualquier objeto, confiriéndole cierto nivel de inteligencia, no implica que necesariamente tengamos que entrar en ese juego. Sin embargo, sí deberíamos estar obligados a plantearnos dar ese paso en el caso de los activos clave del negocio. Esos activos que sostienen los ingresos corporativos, ya sea en forma de producto o de servicio. Creo que “en internet de las cosas, la cosa es la clave”. Nunca el dispositivo.

Baste este ejemplo: a un granjero no le importa nada si los datos que van a reducir sus costes de producción o a mejorar la calidad de su producto, se transmiten por 5G o por LoRa. Tampoco le importa si esos datos van a ser colgados en una nube (cloud computing) o de un borde (edge computing). Lo que le importa realmente es que sus vacas estén sanas y le reporten el mayor beneficio posible en todo momento. Esta realidad nos lleva a concluir que la cosa es la vaca, la tecnología el medio para digitalizarla y el valor lo primero que debemos buscar en ese ciclo.

A menudo escuchamos que en los proyectos IoT la parte tecnológica está más que superada; que las plataformas IoT resuelven la complejidad de incorporar cientos de dispositivos a nuestro negocio tradicional y que, prácticamente, todo es plug&play. Pues no es cierto. No existe un “IoTizador marca X” que haga que la digitalización de un producto sea un camino fácil. Y tampoco será un proceso rápido ni barato, en la mayoría de los casos. Si lo fuera, seguramente ya lo estaríamos haciendo.

Entonces, ¿cómo saber si merece la pena o no utilizar IoT para dotar de inteligencia a un producto? Para saberlo deberíamos preguntarnos ¿el incremento de valor que la incorporación de IoT proporcionará a este producto/servicio es mayor que el incremento en costes de producción y operación que va a suponer dar el paso?

Si la respuesta es negativa, mejor no hacer nada. Iniciando una prueba de concepto tradicional, estaríamos tirando nuestro dinero. Sin un valor demostrable no encontraremos el compromiso de la organización, y sin este, la prueba de concepto no tendrá continuidad, y el proyecto no verá la luz.

Lo más acertado sería comenzar con una Prueba de Valor (PoV), entendida como un proceso de análisis en el que debemos probar que la tecnología puede ofrecer valor comercial a partir de la información generada para el caso de uso a resolver, y que ese nuevo valor supera a los costes de implementación del proyecto.

Si esta Prueba de Valor tiene éxito, el paso siguiente sería afrontar una Prueba de Concepto completa (PoC), que cubra, con la profundidad que sea necesaria, cada una de las fases.

A partir de la puesta en práctica de esta metodología de trabajo se pueden empezar a contestar algunas de las preguntas clave para el negocio, ¿por qué debería hacer este proyecto?, ¿qué valor generará a la compañía?, entre otras muchas.

A continuación, habría que buscar el modo de hacer realidad dicho proyecto desde el punto de vista tecnológico ¿podemos hacerlo?, ¿cómo lo hacemos? o ¿cómo lo hacemos crecer?...

Echando la mirada atrás nos damos cuenta de que se ha escrito más, sobre la IoT en los últimos años, de lo que se ha hecho realmente. Que aun así, se ha hecho mucho. Hemos crecido y entendido mejor el concepto de IoT y sus múltiples implicaciones.

Que sigue sin existir un “IoTizador marca X” que haga que a las cosas más inteligentes simplemente pulsando un botón. Que los proyectos IoT son, por eso, más Coyote que Correcaminos. Y que en el mundo IoT, como en el mundo del Coyote, los planes nunca salen como uno espera.

Que hace falta una metodología de trabajo para abordar los proyectos IoT que terminan siendo trajes a medida. Aunque esa metodología no puede convertirse en un corsé que no nos deje salirnos del camino trazado, si la innovación buscada lo requiere.