Oportunidad, diversificación y adaptación
Oportunidad, diversificación y adaptación son tres palabras que ganan importancia si hablamos de la movilidad urbana, un territorio donde el sector de la automoción ponemos parte de nuestro foco. Sobre todo si tenemos en cuenta que, según la ONU, en 2050 casi el 70% de la población mundial vivirá en ciudades, una evolución importante desde el 56% de población urbana que había en 2021. 2.200 millones más de personas viviendo y necesitando un amplio abanico de opciones para desplazarse dentro de la ciudad. De ahí nacen las oportunidades porque la mayoría de la población piensa en coches y motos cuando hablamos de movilidad urbana, pero la diversificación de opciones de que disponemos ahora mismo y las que tendremos en el futuro es muy amplia. Respecto a la tecnología, la más desarrollada hasta el momento es la eléctrica que, a pesar del camino que le queda por delante, lleva ventaja a la del hidrógeno. Además, la fecha de 2035 ha hecho aflorar nuevas opciones que ya estaban en desarrollo, pero que con este horizonte de no combustión-fósil las hace muy atractivas para tener más tiempo para completar la transformación hacia las cero emisiones de CO2. Un objetivo irrenunciable.
Y ahora es cuando empiezan a surgir las oportunidades con los vehículos de movilidad personal, cubiertos de manera inicial por las bicicletas, y con posterioridad por los patinetes eléctricos que han entrado con fuerza como opción para moverse dentro de las ciudades. Pero vayamos más allá, porque hace tiempo que se ha abierto el debate de los vehículos de última milla y de qué forma encajan en las ciudades. Lo que tenemos claro es que el futuro más inmediato de estos vehículos es su electrificación, para luego contemplar más alternativas como coches u otro tipo de vehículos autónomos.
Por lógica, esta electrificación y el objetivo de ser neutros en emisiones de CO2 en el 2050, obliga a las administraciones públicas a cambiar sus antiguas flotas de vehículos, sobre todo las de servicios de mantenimiento.
¿Esta situación qué crea? Una diversificación de soluciones y productos para cubrir las demandas de esta movilidad urbana eléctrica. Algunos ejemplos los tenemos con empresas como Silence, que fabrica motos y coches urbanos 100% eléctricos o Cooltra que está electrificando su flota de motos y bicicletas para compartir. Además, atendiendo a esta movilidad urbana electrificada, disponen de furgonetas eléctricas para hacer el cambio de baterías de sus vehículos.
Todo gira alrededor de esta movilidad urbana verde que nos crea otra necesidad: disponer de las infraestructuras públicas suficientes para alimentar con energía sostenible todo este cambio de modelo. Además, como he mencionado con anterioridad, la diversificación también la encontramos con las tecnologías que se desarrollan para la movilidad: eléctrica, hidrógeno, etc. Este abanico de opciones es el que disfrutará el usuario en el futuro. La transición hacia la movilidad eléctrica genera nuevos escenarios y demandas que deben detectarse a tiempo para darles salida para no generar un desequilibrio que hace chirriar el mecanismo. Un buen ejemplo son los patinetes eléctricos. Esta opción de vehículo unipersonal está muy presente en las ciudades y, como la novedad que es, provoca tensión entre las tres piezas básicas: sus usuarios, los peatones y los coches. La administración pública debe ser rápida en adaptarse a estas nuevas realidades y legislar para darles el espacio que van a necesitar para coexistir con el resto.
Pero no solo hay que adaptarse en la parte legislativa, sino también en las nuevas exigencias que nacen con la entrada de la electrificación. La primera de ellas, es la creciente urgencia de disponer de muchos más puntos de recarga para los vehículos. Cada vez hay más, pero en el imaginario colectivo se ha instalado la imagen, y los datos no les quitan la razón, que aún hacen falta muchos más para encontrar “la normalidad”. Hablamos, por ejemplo, de las electrolineras, ya que con ellas no exigimos a los conductores un brusco cambio de hábitos. Aunque no sólo depende de ellas ya que la presencia de puntos de recarga debe expandirse para llegar a ser un referente en Europa. Uno de los últimos datos que se conocen es que España ocupa el octavo lugar en la clasificación con unos 11.000 puntos de recarga eléctricos. A pesar de estos datos, según ANFAC y FACONAUTO, Catalunya lidera la clasificación interna con casi 3.300 puntos de recarga, algo que, como Clúster de Automoción, valoramos de manera muy positiva, aunque aún tengamos mucho camino por recorrer.
Miremos las cifras de Países Bajos (90.284 puntos de recarga) y Alemania (59.410 puntos). Entre los dos países representan menos del 10% de la superficie de la Unión Europea, pero tienen el 48,8% de los puntos de recarga eléctricos. El otro 50% de los puntos se reparte entre el 90% de la superficie de la UE. Añadamos otra adaptación que hay que asumir, la de una más que necesaria reducción del precio del vehículo eléctrico, una petición que se irá haciendo realidad con la evolución de la tecnología. Además, no olvidemos la situación micro y macroeconómica que estamos viviendo que nos ha puesto cara a cara con un encarecimiento de todos los productos.
Me gustaría cerrar con otra adaptación que debe centrar parte de nuestros esfuerzos y que está relacionada con el vehículo eléctrico. Se podría decir que es la siguiente etapa: el vehículo autónomo y conectado. En este camino, la industria de la automoción está haciendo pasos en el desarrollo de la tecnología y su evolución, pero de nada servirá si volvemos a tener otro embudo en el caso que las infraestructuras de las carreteras no se adapten a las exigencias de la tecnología. Ahora mismo estamos viviendo en el nivel 2 (de 5) de la conducción autónoma, aunque algunos modelos de coche se encuentran ya en fase 3, y la evolución sigue adelante. Es imprescindible invertir para que nuestras calles, carreteras y autopistas estén al nivel necesario que en un futuro nos van a exigir nuestros coches.
Y cierro con un concepto más: colaboración. Sin el trabajo conjunto con otras organizaciones, administraciones, empresas o entidades es imposible diseñar y planificar el futuro de la movilidad.