El infierno está lleno de buenas intenciones

El comienzo de un nuevo año es momento tradicional de fijar propósitos de mejora, si bien la buena voluntad inicial se va diluyendo con el tiempo si no va acompañada de planificación y disciplina. Pasa con los propósitos personales como hacer más ejercicio o aprender idiomas, y también con los corporativos a la hora de mejorar procesos o apostar por una aplicación eficiente de la digitalización, así como en el ámbito público, con nuevos presupuestos sobre el papel que luego deben ser ejecutados y adecuarse a imprevistos.

De nada sirve tener una lista de buenos propósitos si luego no se lleva a la práctica, y no solo basta con tener buenas intenciones, si el medio para conseguirlas tiene efectos perjudiciales. Para evitarlo, cuatro ojos ven más que dos, pero desde las administraciones públicas no está de moda escuchar al sector productivo antes de tomar decisiones. Lo han lamentado patronales y sindicatos ante el nuevo paquete del Estado contra la inflación, y lo critican asiduamente los agentes económicos de Barcelona respecto al gobierno municipal.

Caso excepcional ha sido el de la Generalitat en la elaboración del proyecto de Presupuestos catalanes para este 2023, todavía pendientes de aprobación. Ante la dificultad para lograr apoyos políticos, el Ejecutivo de ERC en solitario ha buscado la complicidad de los agentes sociales para acordar medidas como la actualización del IRSC por primera vez desde 2010, con un alza del 8%, lo que incrementará las prestaciones sociales para los colectivos más vulnerables. También ha comprometido inversiones en industria, políticas activas de empleo y Formación Profesional, así como avances en la ventanilla única empresarial y agilidad en los trámites vinculados al inicio de actividad, pero todo quedará en el aire si no salen adelante las cuentas.