Los vicios de la clase política

Cuando los niños empiezan a interesarse por las profesiones y el mundo laboral para imaginar su futuro y decidir qué quieren ser, muchas veces preguntan a sus padres qué es cada profesión. ¿Qué es la política? Preguntarán muchos. Habrá padres que lanzarán un gruñido, otros dirán que son ladrones y los más pragmáticos les dirán que son los que gobiernan un país con la misión de garantizar que sus ciudadanos viven del mejor modo posible. Esa premisa se cumple en las promesas electorales y los anuncios a bombo y platillo que los políticos realizan de sus planes. Por ejemplo, vimos en mayo cómo pretende la clase política catalana liderar la transición energética en la región y sus objetivos. Sobre el papel es una revolución, algo que no solo reducirá las emisiones liberadas a la atmósfera, sino que abaratará las facturas y hará de Catalunya una región sostenible. La realidad, sin embargo, es bien distinta porque lo que hace este proyecto es complicar la vida de las personas.

Lo que ha hecho el Govern es anunciar los objetivos, pero en realidad su plan carece de medidas concretas que favorezcan su cumplimiento. Por medidas siempre se entienden inversiones, claro. Quien mucho abarca poco aprieta y prueba de ello es la oposición frontal desde sectores que, en teoría, se beneficiarán de la transición energética. El Colegio de Ingenieros considera que, con el contexto normativo actual, será imposible desplegar la infraestructura necesaria para llevar a cabo la transformación energética de Catalunya y cifra en 260.000 millones la factura a pagar. ¿De dónde saldrán? Se admiten apuestas. El gremio de instaladores, además, reclama esfuerzos por impulsar especialidades académicas enfocadas al sector porque, atención, se necesitarán más de 175.000 profesionales cualificados hasta 2050, puestos suficientes para acabar con el paro juvenil en Catalunya. Las inversiones de la Generalitat, al menos las pocas anunciadas, van enfocadas a otros asuntos, como en la compensación por el cierre de las nucleares, en las que trabajan muchas menos personas de las que trabajarían en la transición energética.

Otro ejemplo es la propuesta del consistorio barcelonés de crear un impuesto para entrar con coche a Barcelona. ¿Saben de cuántas inversiones para mejorar el transporte público, aumentar la frecuencia y las líneas directas a ciudades y pueblos alejados se han anunciado para compensarlo? Exacto. Ninguna. La estructura radial del transporte público de Barcelona hace imposible ir a la ciudad en transporte público desde ciudades como, por ejemplo, Manresa, la capital de la Catalunya Central, a 45 minutos en coche y a casi dos horas con la gran mayoría de combinaciones de transporte público. La clase política debe dejar de prometer y de crear planes ambiciosos si no vienen acompañados de hojas de ruta realistas y concretas que no solo los posibiliten, sino que eviten que la gran perjudicada de todas estas políticas sean las empresas ni el ciudadano de a pie.