Paisajismo y transición energética en Catalunya

Catalunya es un gran país. Encajada entre montañas majestuosas y costas renombradas, atravesada por incontables ríos y extensos bosques, en ella medran la agricultura, la industria, los servicios y siete millones y medio de personas. Todos consumen energía. Catalunya no cuenta, ni va camino de contar, con las infraestructuras de producción de energía limpia que necesita para cubrir sus necesidades energéticas de forma sostenible. De hecho, está a la cola.

En 2020 se instalaron en España 3.408 megavatios (MW) de fotovoltaica. En Países Bajos fueron 2.930 MW. Mas en Catalunya, según cálculos del Observatori de les Energies Renovables, nos quedamos en 50 MW, que corresponden todos al autoconsumo. La implantación masiva del autoconsumo es una gran noticia y aquí lo hemos hecho magnífico. Pero el autoconsumo por sí sólo no es suficiente. Para cumplir con los objetivos fijados en la ley de cambio climático que en 2017 aprobó el Parlament, hubieran hecho falta según cálculos del Observatori 270 MW de nueva capacidad fotovoltaica. Si en 2020 apenas hicimos un quinto de lo que había que hacer, ¿qué tal va 2021? La nueva capacidad en 2021 deberían ser 600 MW, pero en lo que llevamos de año, al igual que en 2020, no se ha conectado ningún parque fotovoltaico sobre suelo para vertido a red. Es decir, si instalamos en 2021 el doble de autoconsumo que en 2020, habremos cumplido sólo una sexta parte del objetivo. Sin parques sobre suelo nuestros compromisos climáticos son papel mojado.

El Govern, a contracorriente del Gobierno estatal, de la Comisión Europea y de los países europeos, excepto Polonia y Hungría, coquetea con moratorias y se instala definitivamente en la parálisis por el análisis. No soy dado a criticar a los políticos y tampoco lo haré aquí. Los políticos, al igual que los medios, dan lo que el público pide. Los datos, las razones de interés general, el largo plazo, bueno, ya se sabe... Y como bien es sabido, en Catalunya no queremos ni especuladores, ni “macroparques” (¿alguien sabe a partir de cuantos MW o hectáreas es un macroparque?), ni parques ni molinos de ningún tipo pues perjudican la biodiversidad y el paisaje. Que la energía limpia que nos falte la tengamos que traer de Aragón a través de líneas eléctricas de alta tensión que crucen el territorio, no interesa. Saber que gran parte de la energía con la que hoy cargamos nuestros móviles viene de las centrales nucleares de Endesa e Iberdrola -a lo que se ve muy estimadas pues no queremos que vengan otros productores- se olvida fácil. Que nuestros coches funcionan con petróleo importado de Libia e Irak o que los humanos hemos desencadenado la sexta extinción masiva de especies de la historia de la Tierra, bueno, ya se sabe...

De los muchos proyectos fotovoltaicos presentados en los últimos años, ni uno sólo ha conseguido la autorización final y sólo cuatro, que suman 29 MW, han pasado a información pública. De los eólicos, que llevan una década en el sí pero no de la administración, ninguno. Esos 29 MW de fotovoltaica equivalen a un 0,29% del objetivo de 2030: 6.000 MW eólicos y 4.000 solares. No llegamos ni al 1%. El Govern lo sabe, pero influenciado por las presiones cortoplacistas, vuelve a paralizar el sector. Hay muchos votos en juego, y lo primero es lo primero, ya se sabe. No es un tema político, es un tema social: ¿por qué esa oposición a las renovables en Catalunya? O si se prefiere, ¿por qué esa oposición a construir, en Catalunya, las infraestructuras que Catalunya necesita para satisfacer sus propias necesidades energéticas? Sabemos que la transición energética genera empleo, que hay financiación más que suficiente en los fondos Next Generation EU y en el Plan de Recuperación. Sabemos además que es la llave para democratizar un sector históricamente dominado por oligopolios, para alcanzar la soberanía energética. Entonces, ¿por qué esa oposición a los proyectos concretos? Tras haber coordinado el Grupo de Trabajo de Fotovoltaica (GT FV) del Clùster de la Energia Eficient de Catalunya (CEEC) creo que la respuesta es el paisajismo cortoplacista. No será la única causa, pero para mí es la principal para comprender de lo que está pasando en Catalunya. El paisajismo cortoplacista es un fenómeno social y psicológicamente complejo. Veámoslo con un ejemplo. Recordemos en primer lugar que un parque fotovoltaico tiene una vida útil de entre 20 y 30 años. Dice el artículo 19 del tan denostado Decret-llei 16/2019 que “la persona promotora de un parque eólico o de una planta solar fotovoltaica queda obligada a restituir los terrenos en su estado original al finalizar la actividad. Con la finalidad de asegurar el cumplimiento de la obligación, debe constituir una garantía suficiente (...) la eficacia del proyecto de actuación específica queda demorada hasta la constitución de la garantía”.

El ejemplo comienza pues con la oposición de una persona de 60 años (nada personal) al desarrollo de un “macroparque” en un lugar cuyo paisaje estima en gran medida. Asumimos que llegará a los 90 y que su oposición nace de la voluntad de defender la tierra, la naturaleza y el paisaje. ¿Es justa para con las generaciones futuras esa oposición? Esa persona “sufrirá” el parque un tercio de su vida. Su hija, de 30 años, y su nieto, recién nacido, lo sufrirán también durante un tercio de su vida, sólo que no el mismo. Su bisnieto nunca lo verá. Lo que sí verán su bisnieto, su nieto y su hija, serán incendios, sequías y lluvias torrenciales que agrietarán el paisaje. Sufrirán olas de calor y frío como nunca las vivió su padre y abuelo. También verán cómo muchas especies, no sólo en Catalunya, sino en el mundo entero, pues todo está conectado, perecen en la extinción masiva del Holoceno. En 2070, según la Universidad Técnica de Zúrich, el Mediterráneo se estará comiendo la costa y en Catalunya hará el calor que hoy hace en Marruecos.

La oposición por paisajismo es cortoplacista. Los incendios, corrimientos de tierra y líneas de alta tensión que comporta la alternativa de no instalar muchos MW sobre terreno hacen dudar incluso de que sea efectiva. Y si lo fuera, ¿valen más 30 años de disfrute paisajístico por una generación que ya lo ha tenido todo, que evitar los peores efectos del cambio climático? Obama afirmó en 2017 que somos la primera generación que siente los efectos del cambio climático y la última que puede hacer algo al respecto. La Naturaleza y el paisaje siempre estarán. Las generaciones futuras merecen nuestra altura de miras.