Invertir en educación, la mejor apuesta de futuro

El “gran reinicio” fue el nombre elegido para el Foro Económico Mundial de este año, un reinicio que nos ha de fijar el rumbo hacia un nuevo modelo económico y social que ponga en valor los cuidados del medio ambiente y que sitúe a las personas y al planeta, a la vida, en el centro. En este contexto de transformación del modelo económico imperante, es clave poner también el foco en la educación. No hay nada más transformador que la educación. La educación salva vidas y las transforma.

El Covid ha evidenciado la fragilidad de las políticas públicas y los sistemas educativos en todo el mundo. Nunca en la historia tantos niños y niñas habían alterado de manera tan drástica su proceso de aprendizaje. En el peor momento de la pandemia, el cierre de las escuelas afectó a 1.500 millones de estudiantes de todos los niveles y a 63 millones de docentes. Se ha tambaleado la responsabilidad fundamental de los Estados de respetar, proteger, facilitar y proporcionar la educación. Estamos hipotecando el futuro porque toca recordar que la educación no es un gasto, es una inversión que tiene un impacto directo en el crecimiento económico de un país como han demostrado numerosos estudios del Banco Mundial, Naciones Unidas o el FMI y otras instituciones.

“Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida y para todos”, el cuarto Objetivo de Desarrollo Sostenible previsto para el 2030, está en riesgo si no se invierte más y de manera más equitativa y eficaz. El argumento en favor de la inversión en la educación no puede quedarse en un relato asumido, hoy más que nunca hay que convertirlo en un llamamiento a la acción y al compromiso. La agenda 2030 interpela e involucra a toda la comunidad internacional, la pandemia actual no puede suponernos una ralentización de sus objetivos, sino una muestra de su relevancia y un impulso para priorizarla y actuar. Ya sabemos que el crecimiento económico de un país no impacta por igual en la mejora de la vida de todas las personas y suele ampliar las brechas de desigualdad beneficiando solo a unos pocos, aun así, la educación puede hacer que estas desigualdades se reduzcan y las oportunidades sean más equitativas. En el cuánto y en los “cómo” de esa inversión en educación nos jugamos una buena parte del desarrollo sostenible y equitativo de nuestra sociedad. El economista Thomas Piketty, especialista en desigualdad económica, refuerza que “a la larga, la mejor manera de reducir las desigualdades con respecto al trabajo, aumentar la productividad de la fuerza laboral y generar crecimiento de la economía en general es, sin duda, invirtiendo en educación”.

En la actualidad, la relación consecutiva de educación, trabajo y vida digna es cuestionada. Además, hay un riesgo alto de que el ascensor social que supone la educación no funcione porque no hay garantías de acceso equitativo a una educación inclusiva de calidad. Desgraciadamente, el indicador que mejor predice lo que pasará con los niños y niñas en su futuro sigue siendo el nivel económico y social de su entorno. Necesitamos, ahora más que nunca, reforzar los sistemas educativos públicos para garantizar una educación que reduzca las desigualdades sociales y que no las reproduzca. El artículo 26 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, establece que “Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental”. La educación no es un privilegio, es un derecho y el acceso a ella para cualquier niño y niña no es una acción asistencial, sino que es parte de la política educativa. Y la infancia más vulnerable tiene que estar en el centro de nuestras preocupaciones. La crisis del coronavirus ha demostrado una vez más el impacto que cualquier situación de emergencia tiene en los colectivos más vulnerables. Por ello, es imprescindible orientar los gastos hacia la educación de los niños y las niñas con mayor nivel de marginación y en países con economías medias y bajas. Si no incitamos la educación en situaciones de conflicto y emergencia, en hogares sin recursos, y desde la primera infancia, la inversión no será completa.

La Coalición Mundial para la Educación, impulsada por la Unesco, habla de 11 millones de niñas que podrían no volver a la escuela a consecuencia de la pandemia. Es un fuerte retroceso del progreso realizado hacia la igualdad de género en materia educativa. No volver a la escuela significa no solo frenar cualquier proceso educativo, sino también aumentar el riesgo de exposición a diferentes tipos de violencia como el trabajo infantil, riesgo de embarazos adolescentes, matrimonios precoces y forzados. La educación es un derecho vinculante que refuerza la aplicación de otros, aquí precisamente reside una parte relevante de su poder.

La educación es imprescindible en la “sociedad del aprendizaje” que el Nobel Joseph E. Stiglitz propone. No podemos dejar de aprender y necesitamos una educación que esté en sintonía con lo que necesita la sociedad. Una educación que “escuche” el contexto actual y que incorpore habilidades y competencias nuevas. Un aprendizaje continuo que nos prepare para un futuro incierto. Nuevos modos de enseñar, donde la ciudadanía global y colaborativa sean relevantes. Sistemas educativos que escuchen a las personas profesionales y a las protagonistas del proceso: que tengan como base el bienestar educativo de los niños y niñas.

La innovación social también de la mano de la educación, reinventando las estrategias de intervención, articulando nuevas alianzas entre sectores públicos y privados, generando conocimiento validado, conectando el aprendizaje con su entorno y buscando un cambio sistémico. En palabras de António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, “La pandemia ha trastocado los planes educativos en casi todos los países del mundo por lo que nos enfrentamos a una catástrofe generacional que puede malgastar un potencial humano que estaba por descubrir, socavar décadas de progreso y exacerbar desigualdades enquistadas”. La única salida es “incrementar los presupuestos de educación”. Esta es la forma de pasar de una narrativa a la acción. Todo el presupuesto que se destine a educación en el contexto de la agenda 2030 será una gran inversión.