Las multinacionales quieren hechos, ni promesas ni el simbolismo que funciona aquí

Aunque pudiera parecer que el procés como tal ha muerto. Que los independentistas seguirán apretando más por costumbre que por convicción y que entramos en una fase de concordia en la que Catalunya vuelve a ser el motor de España, en realidad no es así. Si bien es cierto que hay que reconocer los esfuerzos que está realizando Pedro Sánchez con los indultos y otros gestos para acercarse al Govern y que Pere Aragonès está respondiendo con buena voluntad, y que ejemplo de ello son las famosas fotos con ellos dos y el Rey Felipe VI como protagonistas y la promesa de reactivar la mesa de diálogo a partir de septiembre, la realidad es que la estabilidad política queda lejos y las multinacionales lo saben.

Porque las compañías extranjeras no entienden español ni catalán, no conocen si Catalunya es más antigua que España, si el país es relativamente joven, si los presos son políticos presos o presos políticos o si Puigdemont es un traidor, un fugado o un exiliado. Les da igual. Ellos entienden de otra cosa. De números, de infraestructura, de productos, de servicio, de rentabilidad, de beneficios y de pérdidas. De estabilidad también entienden. De hecho, sin estabilidad no hay inversión y por mucho que algunos políticos se esfuercen en hacernos creer que la inversión extranjera está viva, que Catalunya es un polo de atracción global o que la marca Barcelona poderosa, la realidad es distinta. Sin quitarle caché a Catalunya y Barcelona, la verdad es que las multinacionales no ven la región y la ciudad como lo hacían antes.

Está claro que el procés tiene gran parte de culpa de ello. Que se fueran miles de empresas de Catalunya no es más que una de sus consecuencias. Las que dejaron de venir ante el temor de una declaración unilateral de independencia y otras acciones derivadas también lo es y además nunca sabremos su magnitud. Sin embargo, no es la política el único escollo que debe salvar Catalunya para volver a situarse en el escaparate internacional.

Aunque está claro que la estabilidad política será clave, hay ponerse en marcha e invertir en infraestructura. Las dificultades en ponerse de acuerdo para la ampliación del Aeropuerto de Barcelona son la punta del iceberg de varias décadas de inversiones prometidas que, adivinen, exacto, nunca han llegado. Hablamos, entre otras obras, del corredor del mediterráneo. El abandono y la reticencia a aventurarse a grandes obras está haciendo que Catalunya se quede atrás y las infraestructuras son importantísimas para atraer inversiones. Y es una pena, porque la marca Barcelona sí tiene un gran potencial en Europa y el mundo, sobre todo en el sector tecnológico, uno de los que más crece y más va a crecer en todo el mundo durante los próximos años. Debemos apostar por Catalunya y por la ciudad condal porque sino, ni siquiera su atractivo será suficiente.