La pandemia reclama un ‘Govern’ responsable que ponga el foco en las personas

Conseguir un equilibrio entre las necesidades económicas y la seguridad de la población es algo complicado. Los gobiernos de todo el mundo se han enfrentado al Covid-19 con perspectivas distintas. Unos apostaron por la economía a costa de cientos de miles de contagiados y fallecidos, como por ejemplo Estados Unidos, otros cortaron cualquier atisbo de actividad y, como China, han podido recuperar cierto nivel de actividad, aunque la coartación de libertades a la que se sometieron sus habitantes roza la antítesis de lo ético.

En Catalunya, el debate incluye otro frente, la ya clásica disputa entre el Govern y el Gobierno central y entre las fuerzas políticas del mismo parlamento regional. Ni siquiera hay unión entre los partidos de un mismo bando, como los independentistas y los constitucionalistas y las acusaciones y las quejas planean sobre el hemiciclo en todas las direcciones en un espectáculo que roza lo bochornoso y que solo sirve para reaccionar mal y tarde. En el otro lado, cientos de negocios tienen la persiana bajada, algunos para siempre, y algunos sectores, como el hotelero o el del ocio nocturno, están agonizando ante un virus que ha puesto en jaque las bases de la economía mundial.

Como es habitual cuando llegan las elecciones, el Govern parece haber despertado y ha organizado toda una batería de ayudas por un valor superior a los 600 millones de euros para asistir a autónomos, trabajadores en Erte, pymes y a los sectores más afectados por la pandemia. Sin embargo, el impacto de esta tercera ola asciende a más de 5.000 millones y patronales y asociaciones piden más, mucho más.

La pandemia será el eje central de la campaña electoral, aunque a algunos les gustaría revivir viejos fantasmas en los que se sentían más cómodos. Puigdemont, como uno de esos personajes de leyenda, vuelve a levantar la cabeza ante la llamada de las urnas para reivindicar su sitio como el martir del procés, ese líder que llevará a Catalunya a la tierra prometida de la independencia, mientras algunos de sus compañeros de batalla pasan los días confinados en celdas. Lo cierto, sin embargo, es que a la población, desde el surgimiento del conflicto independentista, nunca le ha importado tan poco esta cuestión como ahora. El foco está en el paro, los Ertes que no se han cobrado, los negocios que no van a poder volver a abrir, el alquiler que apenas pueden pagar o la comida, que tras dispararse su precio, apenas pueden permitirse. Todo, aderezado con la incertidumbre y el temor que despierta un virus que encima muta y se vuelve más contagioso. La clase política debe poner a estas personas en el centro del discurso y trabajar de la mano de asociaciones y patronales para diseñar planes de acción para atajar el virus y reactivar la economía cuanto antes, poniendo todos sus activos y recursos a disposición de la causa. La batalla independentista hay que dejarla para períodos de bonanza y prosperidad, cuando el hostelero pueda subir la persiana y el hotelero abrir su hotel.