¿Hay que seguir pagando el recibo de la luz?
Los primeros contratantes de la luz, hace ya más de 100 años, realmente no contrataron llevar luz a sus casas, sino que, conscientemente vieron que con luz cambiaba la calidad de vida. Tener o no tener había una gran diferencia en la forma de vivir. La palabra luz, ya no se ha movido desde entonces y 100 años después aún se habla del “recibo de la luz” ignorando el concepto global de energía en el hogar. El confort y calidad de vida que proporciona la energía, después de 100 años disfrutándola, ha quedado en los usuarios como una percepción de que “debe venir de serie”, es decir se ha convertido “de facto” en un derecho, como el disponer de vivienda. Desgraciadamente lo vemos constantemente en la marginación que supone que por problemas económicos no se pueda acceder a ella. Tenemos ya un término para ello: “Pobreza energética”. Si hemos convertido el uso de la energía en una necesidad ineludible para vivir, si todos los hogares necesitaran energía durante todo el ciclo de vida, ¿cuánto tiempo hemos dedicado a pensar en el uso y el coste de la energía a lo largo de los años?
Administraciones, promotores, arquitectos, ingenieros, fabricantes de equipos, compañías eléctricas, ... y usuarios finales con sus decisiones de compra y diseño, todos contribuimos en el precio del recibo de la luz. Ante la transición energética, el colectivo citado anteriormente, no debe caer de nuevo en cometer el mismo “pecado” consistente en menospreciar el uso de la energía, porque el coste de “mi diseño”, lo pagará otro. Si sabemos que una vivienda va a necesitar energía durante toda su vida, ¿podemos pensar en alguna forma de eliminar este recibo mensual tan odiado? ¿Qué debemos cambiar, que debemos hacer para conseguir una neutralidad energética? No vale la respuesta de que el nuevo edificio o su rehabilitación serán mucho más caros. Este supuesto sobrecoste de diseño, reforma, construcción y equipamiento realmente, en buena parte, se traslada mensualmente en el mal llamado “recibo de la luz”.
Ante una regulación en eficiencia energética que es básicamente informativa, muchas veces, los fabricantes buscan la competitividad en precio por omisión de materiales o elementos pudiendo comprar, una nevera o una vivienda ambos con etiqueta de mala clasificación energética. Esta decisión de compra por el equipo o una casa, de menor precio con las mismas aparentes prestaciones, pero con consumo energético muy diferente no se queda en el acto de pagar. Su efecto continúa, en la necesidad de refuerzo de instalaciones eléctricas, de disponer de más generación y al final todo ello cae en el coste del recibo mensual de la luz. Cuanta más infraestructura y cuanta energía hemos utilizado de más, derivada de una elección de compra que, si no hubiera existido la opción, toda la cadena posterior se podría haber eliminado. Por tanto, la eficiencia energética, no debería ser una opción, un consejo, sino una obligación. El buen uso de las nuevas tecnologías puede y deben dar un vuelco al recibo de la luz. Uno de los caminos es incentivando el concepto del autoconsumo y comunidades energéticas, para que la energía deje de ser propiedad de unos pocos a ser propiedad de todos.
Los fondos que desde Europa van a llegar y que tantas páginas de medios de comunicación están llenando, tienen en el campo de la eficiencia energética de equipos domésticos e industriales, así como edificios de todo tipo, un enorme camino por recorrer, de mucha capilaridad en el territorio, de mucha generación de empleo local y que va perfectamente en la senda de los objetivos europeos de descarbonización de la economía. Falta para ello un marco legal rígido y claro en el que la clasificación energética tenga un valor y poder determinante de forma similar a lo que la etiqueta ambiental ha supuesto para los vehículos, muchos de los cuales se han quedado sin la capacidad de circular. La industria y los servicios no deben quedar al margen de la transición. Su papel activo es imprescindible. Empezando por la industria, sus decisiones de fabricación y entrega del producto trascienden las paredes de la empresa y actualmente tienen largas implicaciones que llegan al otro extremo de planeta como puntos de elaboración parcial o total de productos. En toda esta larga cadena de producción interviene la energía en sus múltiples formas, incluyendo el transporte.De forma incipiente, los clientes ya empiezan a valorar la huella ecológica del aquel producto. Actualmente, sólo los muy concienciados y expertos con mucho esfuerzo logran saber que i donde comprar productos con un bajo impacto ambiental o social.
Contratar “energía verde” ya no tiene mérito. La transición energética nos pide ir más allá para que sea efectiva. Hay que ser valientes para dar al cliente más información sobre el proceso de creación del producto y su impacto. La legislación debe acompañar para estimular este cambio. El cliente sabrá contrastar e inclinar su decisión de compra no solo por el concepto precio. Los departamentos de innovación y marketing volverán a ser clave para continuar manteniendo una empresa competitiva y cada vez más neutra energéticamente. Las empresas de servicios también tienen su recorrido y su colaboración en la transición energética, nadie queda fuera de este proceso. Sus medios de transporte, su sistema de climatización, son factores clave y además, en el caso del comercio no olvidemos que su presencia en las calles nos dan vida a las ciudades de día i de noche, más allá de su cierre comercial con la iluminación de sus escaparates, todo debe estar en la balanza.
En resumen, no se trata de bajar precios de la energía, se trata de bajar consumo de energía a lo estrictamente necesario. Se trata de ver la energía como algo propio, no ajeno. Si una familia, industria, comercio produce toda o parte de su energía para su calidad de vida o ciclo productivo, han cambiado la visión tradicional y han incorporado el concepto energía como un valor más en su forma de vida y trabajo. Solo así entraremos plenamente en la transición energética como impulsores del cambio. En fin, por todo lo expuesto y para dar respuesta al titular de este artículo, ¿hay que seguir pagando el recibo de la luz? Si, de momento, a desgana de muchos, hay que continuar pagándolo, pero deberán buscarse otros parámetros y conceptos que incentiven el buen uso en los sectores de producción y servicios, así como también para confort del hogar y penalicen la energía perdida en todos los ámbitos, que solo sirve para calentar el planeta.