La transición del teletrabajo improvisado al organizado

La irrupción de la pandemia y el repentino confinamiento de marzo de 2020 obligó a muchas empresas a improvisar métodos de teletrabajo con los que mantener la actividad pese al estado de alarma. Con el tiempo, la organización del teletrabajo ha ido optimizándose, pero se ha mantenido en un estadio de temporalidad, siempre con la vuelta a los centros de trabajo en el horizonte, aunque repetidamente retrasada por las consecutivas olas de repunte de contagios del Covid-19.

Un año después, y con la cuarta ola en ciernes, es buen momento de que las empresas y los trabajadores pongan en común un modelo estable de teletrabajo que puede ser beneficioso para ambas partes, pero que debe combatir deficiencias todavía no solventadas en la mayoría de modelos interinos actuales.

En este tiempo han caído falsos temores y mitos, y se han constatado nuevas oportunidades e ineficiencias antes no contempladas. Hasta la llegada del nuevo coronavirus, muchas empresas temían que los trabajadores a distancia fuesen menos productivos porque no podían controlar si estaban en su puesto de trabajo, pero la pandemia ha conllevado un aumento de productividad a través de la digitalización de procesos. Se puede enlazar una reunión interna con una cita con un cliente y con un contacto con un proveedor a golpe de clic y sin perder el tiempo en desplazamientos. Pero también han surgido malentendidos y conflictos por la comunicación no presencial, y problemas de salud física y mental por la acumulación de horas frente a una pantalla, y las largas jornadas para afrontar la crisis de la pandemia también ha perjudicado a la conciliación de la vida laboral y familiar. Toca ahora definir la flexibilidad, poner límites a la disponibilidad digital y combinar lo mejor de lo presencial y lo remoto para salir ganando en competitividad y calidad de vida.