El reto de formar alianzas y sumar esfuerzos

En muchos ámbitos, la cooperación basada en la confianza, la transparencia y la voluntad de las partes es la mejor solución

Si no conocen la isla de La Palma -la isla bonita- les invito a que lo hagan. Se trata de un paraíso, en todos los sentidos, tanto en el ámbito marítimo como montañoso. Vengo de pasar unos días de descanso y senderismo en ella y la combinación de ecosistemas es sencillamente espectacular. Quizá por deformación, además de todas sus maravillas, también he puesto mi mirada en otros aspectos, a menudo, no tan evidentes, como la actividad agraria, principalmente las plantaciones -como no- de plátanos de Canarias y los viñedos siempre en un suelo volcánico que les da carácter y singularidad.

Los agricultores de La Palma hace mucho tiempo que entendieron que, a pesar de ser los mejores cosechadores, sin sumar esfuerzos sería prácticamente imposible comercializar adecuadamente sus productos. Por ello, hace ya muchos años, nacieron las cooperativas agrícolas de productores. No obstante, la globalización y la internacionalización demandaba todavía una mayor integración y las cooperativas se unieron con otras cooperativas para afrontar este nuevo reto. Es así como la sociedad agrícola cooperativa Teneguía -que tiene el nombre del volcán que entró en erupción el año 1971- establecida desde 1981 cuenta con unos 150 socios y produce unos cinco millones de Plátano de Canarias. Posteriormente en 1992 se integra en Coplaca, cooperativa de segundo grado, que permite su mayor competitividad e internacionalización.

Esta es una historia que, por suerte, se repite en muchos lugares, la historia de la cooperación y las alianzas para alcanzar resultados que de forma individual serian imposibles. En el caso agrícola tiene experiencias muy relevantes, por ejemplo, cuando hubo la centenaria crisis de la filoxera que arrasó todos los viñedos y dejó a gran parte de la sociedad rural en la miseria. La innovación y la cooperación lograron el milagro. Efectivamente, injertar los viñedos enfermos de la filoxera con cepas americanas -paradójicamente las que provocaron el desastre- y la creación de cooperativas de agricultores fueron las recetas para reflotar un sector que, a todas luces, estaba tocado de muerte. Sin duda un “caso” digno de estudio en las mejores business school, como la innovación y la cooperación sacan un sector de crisis para que remonte el vuelo. Pero podemos encontrar cooperación y alianzas en otros muchos sectores y en diversas manifestaciones. Seguramente una de las más relevantes, el cooperativismo de Mondragón. Confieso mi admiración por un proyecto que conjuga la creación de empresas cooperativas -sustantivo empresa y adjetivo cooperativa- y la cooperación entre ellas para establecer estructuras de apoyo. La experiencia nacida alrededor de los años 50, impulsada por el Padre José M. Ariezmindarrieta, es actualmente un conglomerado de más de 200 cooperativas -en buena parte industriales, que buena falta nos hace, innovadoras e internacionalizadas- que persiguen la creación de empleo de calidad, a ser posible, cooperativo en Euskadi. Y las cifras de 2019 lo avalan: más de 12.000 millones de ventas totales y cerca de 82.000 empleos, con un nivel de desigualdad y una tasa de desempleo singularmente inferior a la media en los territorios donde se ubican, acompañado además de una mayor redistribución de la riqueza. Cooperativas de plantaciones de plátanos en La Palma, cooperativismo vinícola e industrial en Euskadi, aunque historias de éxito ¿se trata de modelos singulares e irrepetibles o tienen elementos para un modelo empresarial que afronte los extraordinarios retos que nos presenta el siglo XXI?

Nos encontramos en una crisis económica a nivel mundial derivada de la situación sanitaria producida por el Covid-19 que ha hecho saltar todas nuestras alarmas y puesto en tela de juicio todos nuestros mecanismos predictivos y de actuación. La crisis ha puesto de manifiesto nuestra vulnerabilidad, las empresas -todas salvo algunas excepciones- son como cascarones de nuez en una tempestad. Además, cabe añadir la lenta e insuficiente capacidad de reacción en todos los ámbitos. La magnitud de la situación nos sobrepasa e intentamos responder a la manera de siempre. Es como si de nuevo la filoxera (en forma de Covid-19) nos hubiera atacado de nuevo de forma letal sin que veamos ninguna salida posible.

Igual que los agricultores de La Palma en sus plantaciones de plátanos, los campesinos de los viñedos afectados por la filoxera hace más de 100 años o los cooperativistas de Mondragón para afrontar la tremenda desigualdad social en la posguerra... podemos actuar colectivamente. No en vano, ahora tenemos mucha más capacidad, a pesar de los extraordinarios retos que tenemos por delante. Y sí, efectivamente la cooperación y las alianzas forman parte -muy relevante- de la solución. Cooperación que debe basarse en la confianza, la transparencia y la voluntad de las partes, y que se debe manifestar en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Ya nadie puede solo con todo.

Para ello debemos extender las estrategias de cooperación y alianzas e implementarlas en el ámbito público y privado. Debemos dejar de percibir lo público y privado como antagónico, la suma de sus capacidades es imprescindible en una sociedad absolutamente interrelacionada. Imposible salir de esta sin el apoyo mutuo. Ni la empresa privada es un ente depredador que solo busca el lucro a cualquier precio, ni el sector público es ineficiente y está formado por funcionarios holgazanes. Los países más avanzados disponen de modelos de cooperación público-privada que dan una respuesta eficaz y eficiente a las necesidades de la sociedad. Cooperación entre empresas, entre todas. El individualismo ya no tiene sentido, los retos son tan colosales y nosotros somos tan insignificantes que solo tenemos la opción de cooperar. Para tener mayor tamaño, para poder innovar, ir al encuentro de nuevos mercados, para mantener y generar puestos de trabajo, en definitiva, para ser menos vulnerables y más fuertes y sostenibles. Para ello debemos perder el miedo a perder poder del clásico y ganar poder colectivo.

No nos obsesionemos. En general a la mayoría no nos han enseñado a cooperar, así que con un buen liderazgo y unos buenos valores de base a cooperar también se aprende. Aprendamos de nuestros antecesores que vivieron tiempos mucho más duros que los nuestros.