El terremoto político llega en el momento menos oportuno

Quim Torra ya no es presidente de la Generalitat de Catalunya. A no ser que en los próximos días el Tribunal Constitucional suspenda la inhabilitación del ya expresident, Catalunya avanza hacia unas nuevas elecciones que se celebrarán presumiblemente a principios de febrero si se respetan las fechas estipuladas. Unos comicios que llegarán en medio de una nueva ola de contagios hacia la que Catalunya y España, con Madrid a la cabeza, avanza con paso firme y sin titubear, el mismo paso que siempre falta cuando hay que tomar decisiones para detener la pandemia. El ejecutivo catalán estuvo bastante acertado en verano, confinando varias localidades de la provincia de Lleida y tomando medidas en el Vallès para detener la expansión del virus, manteniendo el ritmo de contagios estable durante gran parte del verano. No obstante, la llegada del frío ha cambiado el panorama. Madrid ha disparado el riesgo de contagio y en toda España, y también Europa, ven asustados la evolución del Covid-19, que tras superar el millón de fallecidos apunta a dejar muchas más víctimas.

El terremoto político llega, entonces, en el peor momento. Mucho se le puede reprochar a Quim Torra, también en el marco de la pandemia, con un exceso de confianza y de soberbia, pero la confusión política y de responsabilidades que dejará su inhabilitación dificultarán aun más la toma de decisiones. La ‘vuelta al cole’ es solo el primero de los retos a los que se enfrenta la sociedad, con la vuelta a las oficinas y a las rutinas, por necesidad, contribuyendo a la escalada de contagios, que ya está llenando de nuevo las unidades de cuidados intensivos de los hospitales. Todo sin un liderazgo claro que tome el timón de la región y del país y marque unas medidas claras, concisas y concretas para detener la expansión del coronavirus. El contexto actual en la capital, con Ayuso negándose inicialmente a cerrar la ciudad, escudándose en la crisis económica y pensando en los votos, y con el Gobierno incapaz de intervenir por su cuenta ante la necesidad de salvar vidas y sin conseguir el consenso necesario para hacerlo.

Aunque es reiterar un discurso ya gastado, sería conveniente pensar más allá de votos y cargos en favor de la seguridad de los ciudadanos, en coordinación con sectores y empresas para minimizar el impacto sobre ellas, que son el motor del país. No obstante, en España el electoralismo es ‘deporte nacional’ y en una Catalunya en funciones, pensar que los partidos mirarán antes por los ciudadanos que por su puesto en el Parlament es poco más que una quimera. Industrias y empresas deberían remar también en esta dirección para acortar plazos e intentar que el paso de la segunda ola no las arruine. Sin embargo, como los políticos, hay demasiados intereses y ceros en juego como para pensar que los que vean una oportunidad no se lanzarán a aprovecharla. Los ciudadanos también deben asumir su parte de culpa y ser empáticos. Quejarse del Gobierno en la terraza de un bar sin mascarilla es faltar al respeto a los que cumplen con la norma.