Dime con quién vas y te diré si eres positivo

Intercambiamos una gran cantidad de datos rastreables en nuestra economía global. Pero, ¿todos estos datos se pueden transformar en información para poder detener la pandemia por el Covid-19 o solucionar cualquier otro estado de alarma que llegue en un futuro? De momento no, pero en cambio sí se pueden optimizar los procesos, algo fundamental especialmente en tiempos de emergencia. Y la pregunta clave es: ¿se puede hacer respetando la privacidad? A la sombra del coronavirus, cuando lo que está en juego es poder reaccionar con rapidez, gozar del anonimato quizás no sea tan conveniente. Ya no se trata de perder un anuncio dirigido para comprar algo o permitir que nuestros amigos vean que estamos en un concierto. Lo que estamos enfrentando ahora, como sociedad global, es el precio humano que estamos dispuestos a pagar para proteger nuestra privacidad como individuos. Aprovechar la tecnología para compensar los cambios económicos y demográficos causados ​​por el coronavirus, requerirá de algunos cambios culturales radicales.

Compartir o no compartir: esta es la cuestión. Para poner en perspectiva este tema, consideremos a dos países que se hallan en los extremos opuestos del espectro de la privacidad: Alemania y China. En Alemania, la población solicita que Google Maps borre las imágenes de sus hogares en vista aérea. Como resultado, Google Street View es mucho más limitado allí que en otros países. Al contrario, en China, la población está sometida de manera cotidiana a la vigilancia digital. Todos los ciudadanos son rastreados e incluso reciben puntos por comprar alimentos saludables y los pierden por no seguir a los medios de comunicación aprobados por el gobierno. El uso de este tipo de apps es, en muchos móviles, voluntario, pero los ciudadanos que no las tienen instaladas ven limitado su acceso a ciertos lugares y medios de transporte.

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han explicó en El País que actualmente se puede saber la temperatura de alguien que sale de la estación de metro de Mudanyuan, en Pekín, por medio de un dispositivo desarrollado por Megvii, una de las principales firmas chinas de inteligencia artificial. La temperatura evalúa la sospecha de Covid-19 y ese dato se comparte con todas las personas que viajaban en el mismo vagón. Con una sola lectura, se puede identificar un posible punto caliente y aislarlo.

En España el ministerio de Sanidad ha encomendado a la Secretaria de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial el desarrollo de una app que pueda geolocalizar a los usuarios para identificar la comunidad autónoma dónde se encuentran, aclarando específicamente que no hay fines policiales de por medio y marcar así distancia con los métodos utilizados en China. La cooperación y la estandarización entre distintas instituciones son la base de la inteligencia artificial. Internet pudo ser una realidad por un protocolo (IP) estándar aceptado por todos los países, y lo mismo debería suceder con los datos, siendo este el primer paso para poder hacer predicciones.

¿La privacidad es un tema de discusión relevante? Yuval Noah Harari, historiador israelí, en un artículo en Financial Times advierte sobre los riesgos de las medidas extraordinarias: se convierten en leyes ordinarias prolongándose durante décadas. El problema no es dar el paso adelante, sino cruzar una línea de no retorno. Cuando en verano del 2020 la serología permita demostrar que los asintomáticos también han desarrollado los anticuerpos Covid y puedan volver a trabajar, como se ha propuesto en Italia, entonces habrá que cuidar la privacidad de los que no tienen anticuerpos. Si la tecnología actual ha sido capaz de medir la duración de las cenas de Acción de Gracias en Estados Unidos y la orientación política de los comensales, ¿no vamos a permitir medir los movimientos de las personas en una situación de emergencia?

¿Podemos confiar en las máquinas? La inteligencia artificial, las máquinas, no son 100% confiables, pero la revolución digital por el Covid-19 ha cambiado la percepción de esta realidad. YouTube declaró, el pasado 16 de marzo en su blog, que comenzará a depender temporalmente más de la tecnología para ayudar en los trabajos que normalmente realizan revisores. Esto significa que los sistemas automatizados comenzarán a eliminar parte del contenido sin revisión humana. Esta acción privilegiará el resultado sobre la precisión, un movimiento audaz a favor del aprendizaje automático. ¿Pero funcionará?

Jaron Lanier y Glen Weyl, investigadores en Microsoft, hacen una muy buena observación en la revista Wired cuando ponen de relieve la creciente confusión alrededor de la inteligencia artificial en cuanto a su transformación de tecnología a ideología. ¿Pueden, a largo plazo, las instituciones y las empresas ganar a las tecnocracias de arriba hacia abajo como en el caso de China? Una nueva actitud hacia la inexactitud de la máquina podría ser uno de los aspectos positivos disruptivos e imprevistos que surjan de la crisis por el Covid-19. La revolución digital ha sido impulsada más eficazmente por un virus que por el esfuerzo conjunto de gobiernos y corporaciones.

Sin embargo, el verdadero efecto del cisne negro podría ser que los seres humanos finalmente acepten estandarizar y cooperar contra un enemigo común y usen la tecnología para que la tecnología sea ética. Es el caso del proyecto PEPP-PT (Pan-European Privacy-Preserving Proximity Tracing), en el que participan ocho países europeos con el objetivo de rastrear el coronavirus y en el cual España está representada por la Secretaría de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial (SEDAI). Se trata de una tecnología basada en el bluetooth y la agregación de datos que permite definir la cantidad de personas sin definir su identidad, garantizando de este modo la privacidad. La puerta de entrada a este cambio cultural masivo seguramente pase por el big data y la inteligencia artificial, donde los esfuerzos compartidos se están convirtiendo en la nueva normalidad.

Lo único que se interpone en nuestro camino es la voluntad de compartir nuestros datos para poder limitar exponencialmente los daños de esta pandemia. ¿Y si nos planteamos abrir el grifo de los datos, de forma agregada y segura, en lugar de cerrar fronteras?