Los retos de las empresas por seguir siendo competitivas

Todo surgió muy rápido, no nos dio tiempo a prepararnos, a protegernos del tsunami que se nos venía encima. La Covid-19 sin duda provocó, entre otras cosas, momentos de sentimientos encontrados, quizá por lo novedoso de la situación, tal vez por el miedo a lo desconocido. En esos meses se escribieron muchos artículos económicos con diferentes opiniones sobre cómo sería nuestra respuesta inmunitaria a esta nueva crisis. Los teníamos de todos los tipos; los que auguraban que la crisis económica sería breve y que después del verano del 2019 regresaríamos a la senda del crecimiento.

Por otro lado, estaban los más negativos, que pronosticaban el fin de nuestro mundo onírico. Mientras, las empresas ajenas (o no) a la rumorología, se dedicaban a adaptar sus procedimientos internos para que sus empleados pudieran trabajar desde casa. Igualmente, el Gobierno aprobaba una batería de ayudas a las empresas, fundamentalmente centradas en minorar los impactos de la pandemia en la tesorería de las mismas (préstamos ICO), y redactaba moratorias sobre la responsabilidad de los administradores ante situaciones de crisis, como la disolución por pérdidas acumuladas, con el fin de evitar avalanchas de petición de concursos. Se pararon.

Sin embargo, la gran pregunta que todos nos hacíamos en ese momento era cómo se produciría la recuperación económica y financiera de las empresas. Es decir, cómo y cuándo volverían los resultados del 2019. Todavía por aquellas fechas, no había consenso. Algunos decían que el crecimiento de las compañías sería en V, otros apostábamos por una recuperación más gradual.

En este sentido, el Gobierno lanzó durante el 2020 y 2021 nuevas ayudas, más enfocadas a mejorar no solo la liquidez, sino también la estructura de balance de las empresas (préstamos SEPI y Cofides) ¿Cuál es la situación actual? Pues parece que nos enfrentamos a nuevos retos: las economías de muchos países están endeudadas por encima del 100% de su producto interior bruto; no todos los países se están recuperando con la misma velocidad; se habla mucho de inflación; los precios de la materia prima se han disparado, especialmente los de la energía; se están produciendo cuellos de botella en el sector manufacturero; falta mano de obra en algunos sectores; existe el riesgo de nuevas variantes de la Covid-19 que limiten la movilidad; se habla de subida de tipos para el 2023 (¿tal vez antes?)

No obstante, lo que continúa habiendo en el mercado es muchísima liquidez. Es decir, nuestra situación es radicalmente diferente a la crisis del 2008. Y esto, sin duda, ayuda a mitigar los riesgos mencionados en el párrafo anterior. Además, ya se reconoce que el crecimiento en los próximos años será más gradual. Y eso es bueno, el primer paso para la recuperación es aceptar la realidad.

Sin embargo, eso no significa que nos dejemos llevar por el desánimo. Esa liquidez en el sistema nos ofrece muchas alternativas para acelerar la recuperación de las compañías y, en otros casos, para evitar el concurso de acreedores.

En general, deberíamos diferenciar aquellas compañías que tenían problemas financieros antes del 2019, de las que sus problemas de balance se han producido por la crisis de la pandemia. Es cierto que el ratio de deuda neta sobre ebitda en esta situación suele ser una medida un tanto perversa. Es decir, a poco que baje el ebitda, el efecto multiplicador en el medidor puede ser muy considerable, lo que puede reducir el acceso al crédito de algunas compañías en el futuro. Y esto no es baladí.

Las empresas deben continuar actuando en un mercado muy competitivo, con mucha capacidad ociosa, trabajar en un nuevo paradigma de la deslocalización, prestar atención a cambios en los hábitos de los consumidores etc. y para ello tienen que invertir, ser competitivas, mejorar procesos, buscar nuevos mercados.

En definitiva, para poder enfrentarse a estos retos, deberán tener acceso a fondos y no pueden ser dependientes de sus acreedores actuales. Y eso es la buena noticia. He aquí la oportunidad.

En la actualidad hay numerosos fondos que ofrecen diferentes alternativas dependiendo de la situación financiera de cada compañía. Las que están poco endeudados pueden acceder a las entidades financieras y a los fondos de deuda (direct lenders) en precios a la baja y con estructuras muy flexibles.

Por otro lado, aquellas compañías que su performance era adecuado en el 2019, pero debido a la pandemia su endeudamiento ha aumentado considerablemente en estos años (la solución del apalancamiento elevado no se soluciona con más deuda), tienen a su disposición productos híbridos que los conceden fondos especializados, private equity, family offices, con características cercanas al equity, y que permiten mejorar la estructura de capital, afrontar nuevas metas y, al mismo tiempo, que no se diluyan los accionistas, ni pierdan el control de la compañía. Aquellas compañías que están en una situación más compleja pueden acudir a los fondos de situaciones especiales.

En resumen, si bien en el 2019 y 2020 las compañías tuvieron que enfocarse en la gestión de la tesorería, en el 2021 en adaptarse a las nuevas dinámicas de mercado, sin duda, en el 2022 deberán centrarse en mejorar su estructura de capital para poder continuar siendo competitivas en este mercado cambiante.