Reindustrializar Europa

El mundo está experimentando unos cambios geopolíticos cuyo alcance solo podremos valorar de aquí a unos años. La política COVID cero de China, el aislamiento de Rusia tras la invasión de Ucrania y la presión por parte de grupos de interés para dejar de tratar con determinados países son factores que conducen a un nuevo orden mundial. Muchos expertos hablan de un sistema de bloques que si bien no estarán aislados como durante la guerra fría, sí serán un freno a la globalización sin límites pre-pandémica.

Europa debería aprovechar este cambio de paradigma para revertir la tendencia de los últimos 25 años a la desindustrialización, a la pérdida de nuestra autonomía - energética y de componentes críticos – y a la paulatina reducción del empleo en manufacturas. En efecto, según la CEOE, en España el peso de la industria en el conjunto del PIB excluyendo la construcción se ha reducido del 20% al 15% aproximadamente.

Si bien reindustrializar Europa no se puede dictar desde un despacho en Bruselas, sí pueden tomarse decisiones que faciliten un cambio de tendencia. Estas políticas no deben ser solo de inversión pública o mixta, sino también encaminadas a que las empresas europeas puedan competir en condiciones más justas (no iguales) con empresas de otros países. Se trata pues de políticas que permiten que nuestras empresas reduzcan sus costes y aquellas que favorecen el consumo de productos fabricados en la UE. Estas dos políticas -de oferta y de demanda- no son solo compatibles, sino más eficaces si se accionan a la vez.

Para facilitar que las empresas situadas en la UE puedan mejorar su competitividad respecto a empresas situadas en otros “bloques” es necesario entre otras cosas eliminar las distorsiones creadas por una mayor exigencia en Europa de criterios de responsabilidad corporativa (ESG). En efecto, los industriales europeos se ven a menudo penalizados respecto a sus competidores por deber realizar inversiones que no revierten en un producto más barato o de mejor calidad percibida por el consumidor. Son inversiones que tienen una externalidad positiva (reducción de residuos y emisiones, políticas de inclusión, etc.) que no se trasladan en el precio, pero sí en el coste. Se puede reducir esta distorsión revisando la política arancelaria de la Unión: a corto plazo en el marco de lo que permitan los preceptos de la OMC, y a medio plazo, incorporándolos con mayor peso en las negociaciones de la ronda en curso. Es lógico que si se están creando nuevos impuestos para incentivar determinadas inversiones (como el reciente a los plásticos no reutilizables) se creen aranceles para productos o países que no cumplan con criterios ESG.

Sin embargo, esta política de oferta no será suficiente si no viene acompañada de una política de concienciación de la demanda. El impacto en la salud de los productos alimenticios y la información sobre consumo energético son dos ejemplos de políticas activas para favorecer un cambio de paradigma a partir del consumidor. Existen herramientas para medir las emisiones CO2, principal gas de efecto invernadero, de cualquier “transacción” humana (desde mantener el buzón del correo electrónico lleno a realizar un viaje en avión), pero esta información no está disponible cuando compramos un producto: muchos consumidores estarán dispuestos a pagar un poco más por la misma camiseta fabricada en Portugal que en Asia si sabe que esta última ha tenido un mayor impacto medioambiental.

Esta mayor información no debe limitarse a las emisiones de gas de efecto invernadero, sino que podría incluir otros indicadores sobre aspectos sociales y de gobernanza. Estos indicadores siempre serán imperfectos, pero de manera general favorecerán un consumo más responsable, es decir, más europeo. La banca europea está actualmente sujeta en una nueva regulación sobre cambio climático que en última instancia encarecerá o limitará el crédito en función de la clasificación de cambio climático de sus clientes. Por tanto, es posible -por fases y por grandes categorías de productos- facilitar un consumo pro-europeo, no por el hecho de serlo, sino por el hecho de ser productos más sostenibles y socialmente responsables.

En recientes declaraciones en La Noche de la Economía la ministra Calviño ha animado al sector privado a “aprovechar las oportunidades que proporciona la transformación digital y también la ecológica”. España asume la presidencia de la UE en el segundo semestre de 2023 por lo que tenemos una gran oportunidad para ser audaces en favorecer estas oportunidades.